LIBROS
«Al caer la luz», crepúsculo de los «yuppies»
La prosa de Jay McInerney, con Fitzgerald al fondo, quiere retratar el ocaso de una época y una sociedad
¿Qué hubiese sido de Scott Fitzgerald si -en lugar de haber muerto en el olvido poco tiempo antes de ser resucitado como clásico inmortal- hubiese llegado a gozar de una cierta fama madura? ¿Qué rumbo hubiese tomado lo suyo de haber sufrido menos y de pasarla bastante mejor? Opciones posibles: sus ficciones podrían haber ascendido hacia las epifanías de John Cheever o caído en las miserias de Richard Yates. O tal vez, apenas, se hubiese conformado con lo que ya era más que suficiente: ser cómoda y merecidamente fitzgeraldiano.
Jay McInerney (Connecticut, 1955) siempre quiso y sigue queriendo ser fitzgeraldiano. Y desde que debutó con una tan astuta como lograda novela - «Luces de neón» , de 1984- siempre ha deseado escribir su propia versión de esa cumbre del catastrofismo matrimonial que es «Suave es la noche». Y no se lo puede acusar de tomársela a la ligera porque McInerney lleva ya un cuarto de siglo en ello y sumando. Porque «Al caer la luz» (de 1992) es la primera entrega de una, hasta ahora, trilogía (en proceso de serialización por Amazon Studios). Y quienes la/las protagonizan son la pareja (des)compuesta por el editor Russell Calloway y su esposa agente de Bolsa en Wall Street, Corrine. Está claro que no es la primera vez que un autor se apoya en el recurso de seguir el tránsito más o menos pesado de unos desposados esposados. Lo hicieron Evan S. Connell con los Bridge y John Updike con los Maple. Pero McInerney se vale más del «modus operandi» de otra criatura de Updike -el tumultuoso Conejo - para utilizar a los aquí treintañeros y «yuppies» Calloway como espejo más trágico que mágico y/o retrato de Dorian Gray en los que reflejar el mal paso de los años y los tropiezos de unos EE.UU . que alguna vez fueron potencia pero que parecen cada vez más impotentes.
Mentiras piadosas
Así, en «Al caer la luz» toca el «crack» del 87 . Luego, el telón de fondo será la caída de las torres del WTC y la crisis financiera del 2008 en tándem con la de la dantesca «mitad del camino de la vida» y el fin del paisaje literario donde los legendarios y encandiladores escritores del primer libro han devenido en apagadas leyendas del ayer.
Y sí: McInerney -como Fitzgerald- piensa que el dinero es lo que hace girar al mundo. Pero, también, el tintineo de monedas y el crujido de billetes y los Bancos acreditando a diestra y siniestra provocan las proustianas intermitencias del corazón. Léase: infidelidades varias, depresiones... y las mentiras piadosas que no son otra cosa que crueles verdades a la espera de que se las libere con un par de copas. Y, ay, los Calloway asisten a demasiadas fiestas con barra libre.
«Best seller» noble
Así, McInerney cuenta las idas y vueltas de dos buenas personas especialmente capacitadas para hacerse daño mutuamente cuando, en realidad, sólo le desean lo mejor a aquel que duerme en la misma cama pero como si soñara en otra dimensión. A veces pasa. Y no: McInerney -quien engancha y divierte y hasta emociona con modales de «best seller» noble- aún no ha llegado a las alturas de Fitzgerald , y más que probablemente jamás lo consiga. Pero sí podría tratarse de igual a igual con alguien como John O’Hara: ese alguna vez joven y escandaloso y fitzgeraldiano escritor al que el autor de «El gran Gatsby» celebró y dio la bienvenida a este lado del paraíso que se sabe -y el inmenso Scott lo supo mejor que nadie y peor que ninguno- limita directamante con el «crack-up».