POESÍA

Cada vez más José Ángel Valente

No hay excusa para ignorar el valor ético de su palabra en este siglo hipócrita

José Ángel Valente
Jesús García Calero

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Así que han pasado 20 años y no hay otro compromiso más actual en este siglo hipócrita -que conserve intacto su valor ético- salvo el compromiso con la palabra. No cualquier palabra en el mundo de las noticias falsas, donde las jaurías emplean palabras mendaces y retorcidas para sus linchamientos, donde los políticos aprendieron a ponerse a salvo de sus propias mentiras y de la insolidaridad sectaria. La palabra poética, fidedigna, la palabra indómita , la palabra que desterramos y de vez en cuando aparece y se disuelve en la realidad que nombra, que diría Valente . Ese fue su compromiso, plena está su vigencia de sentido. Galaxia Gutenberg publicó sus obras completas , y después su Diario anónimo y El ángel de la creación , un volumen de diálogos y entrevistas. Es decir que su palabra sigue ahí, perfectamente editada y disponible. No hay excusa para ignorarla y quizá sea una buena tentación o un buen espejo, como aquellos armarios de luna que le reflejaron de niño, para nosotros hoy.

Ya no está Valente y tenemos sus fragmentos. Falta su mordacidad demasiado punzante para el solar patrio y su exigente crítica de la que dan testimonio sus ensayos con «Las palabras de la tribu» al frente. Hay una tumba en Orense -sin su nombre la última vez que estuve- en la que yace junto a su hijo Antonio, cuya temprana muerte ensartó vida y obra y redobló las batallas del lenguaje y el silencio dentro de su corazón -sufrió un infarto, a poco No amanece el cantor - y cuya memoria volvía como un obstinato cada primero de mayo en poemas dolientes cuando entraba en barrena (May Day). «Ya no tienes figura: la tuviste/ cuando andábamos juntos contra el viento/ que ya me amenazaba con tu ausencia./ Y ahora el día/ de atenuada luz como tímida noche/ apaga lentamente mi mirada./ La sombra./ Otra vez en su seno somos uno.»

Tenemos una poesía que adelgazaba como él e impugnaba paso a paso el yo autoral. Siempre un pie en la experiencia de decir extremo, llevando al lenguaje al borde de la luz donde todo aparece o desaparece (desde su segundo libro, el cernudiano «Poemas a Lázaro») y empujando el pensamiento al fondo del origen (como en «Tres lecciones de tinieblas»). El otro pie de su poesía comprometida opera a través de referentes de la realidad (llanto por los indios kaiowá masacrados en Brasil, o el poema a los hibakusha de la bomba atómica, con el imperativo ético: «¿Nacer al reino/ de la calcinación? Cuerpo del hombre/ más alto que los cielos./ ¿Qué hiciste de ti mismo?») como un compromiso radical con la palabra.

Tenemos un lenguaje convertido en ceniza «a modo de esperanza» y ofrecido una y otra vez con cierto empeño místico, pero de carácter agnóstico. Místico en sentido paradójico, de misterio o razón oculta (DRAE) y de experiencia trascendente sin un dios referencial. Esta veta cobra importancia en su obra final y merece una pequeña explicación. Recordemos que San Juan de la Cruz utilizaba la poesía amatoria para sondear el más allá cristiano como metáfora de salvación. El encuentro del Alma y el Amado «más adentro en la espesura», era experiencia poetizada en vida de la muerte y de la eternidad.

Valente se adentró en ese camino con toda lógica y escribió en su última obra Fragmentos de un libro futuro poemas de amor en los que él ya está ausente , habla desde esa espesura, textos en los que muestra su propia, indeclinable desaparición. La enfermedad que le consumía iba intensificando ese deslizarse hacia las sombras: «Me cruzas, muerte, con tu enorme manto/ de enredaderas amarillas./ Me miras fijamente./ Desde antiguo/ me conoces y yo a ti». Tenemos los fragmentos. Han pasado veinte años. De Valente, la palabra queda.

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