ARTE
Cáccamo y Castellano: Las huellas del reverso
Casan a la perfección las obras de Berta Cáccamo y Jacobo Castellano en Patio Herreriano, sin que se buscara la unión
Al comienzo de sus meditaciones sobre la lógica del límite, Eugenio Trías planteaba una singular aproximación al 'Gran Vidrio' duchampiano subrayando que lo pictórico es como un espejo que tiene como sostén oculto el azogue. Esa dimensión sombría o reprimida podría retornar o revelarse con un gesto tan drástico como el corte de Lucio Fontana, que generaba «otro espacio» para lo pictórico.
En cierto sentido, los planteamientos de Berta Cáccamo y Jacobo Castellano tienen que ver, desde la especificidad de sus procesos, con una peculiar búsqueda de lo que está por detrás, que no es algo metafísico, sino una piel que ha sido desconsiderada. En sus dinámicas imaginarias, la ensoñación tiende a sedimentarse en lo inquietante , dando protagonismo a lo azaroso, confiando en los errores, activando poéticas de las huellas.
Obras de la sutileza
Cáccamo (fallecida en 2018) fue una pintora que, desde su talante tímido, componía unas obras en las que la sutileza, paradójicamente, podía estar desplegada con una energía contundente. Se desplazó desde una especie de abstracción lírica hasta un tipo de sedimentación cromática que podría ponerse en relación con los planteamientos de 'soporte/superficie', aquella tendencia francesa que sintonizaba tanto con el psicoanálisis lacaniano cuanto con la atmósfera del 'maoísmo cultural'. En la selección de obras que ha realizado Juan de Nieves se subraya su periodo parisino que revela la extraordinaria madurez de su pintura, tan ajena a los desparrames gestuales, en una querencia por una 'minimalización' que no es dogmática. Sus cuadernos de dibujos y los objetos que coleccionaba ofrecen un perfil del imaginario de esta creadora en el que son tan importante el hallazgo azaroso cuanto la planificación.
Por su parte, Jacobo Castellano plantea una intervención 'site-specific' magnífica que «restituye» el Retrablo de San Benito del Real de Alonso Berruguete (conservado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid) a la capilla del Patio Herreriano . No se trata ni de un 'ready-made' gigante ni de una parodia posmoderna, sino de una rematerialización de la experiencia estética a partir de la visión de las traseras del retablo: las cuñas, las calles y los cuerpos, los rastros y marcas, se han convertido en otra cosa que genera una atmósfera accidentada.
La actitud antiacademicista
Si la pintura de Cáccamo transita y dialoga con la de artistas como Juan Uslé, Santiago Serrano o Navarro Baldeweg , Castellano amplía su 'relectura' del Museo de Escultura en la versión que hace de María Magdalena tomando como referentes la de Pedro de Mena y la que realizara Donatello . Late en estos autores una actitud 'antiacadémica' y, al tiempo, un lúcido modo de dialogar con la tradición. Mientras el título de la muestra de ella evoca 'las horas felices' sin dejar de transmitir una sensación de melancolía, las composiciones de él retoman la Semana Santa granadina, acaso haciendo que el drama colectivo derive en catástrofe objetual. Un desmantelamiento escultórico y unas tinturas fluidas en algo que podemos llamar 'reentelamiento'.
En las telas quedan las huellas y los pliegues de la existencia, siendo tan importantes como esa forma roja que tiene algo de corazón o lengua que no ha de pronunciar palabra; las estructuras de madera parecen incitar al tacto percusivo, como si fueran fragmentos de pianos antiguos, restos de una armonía que no retornará. En estos dos artistas lo familiar se volvió extraño pero sin generar miedo, invitándonos a disfrutar de la profundidad de la piel, animándonos a atravesar el espejo, a reconocer ese reverso sombrío que sostiene nuestro reflejo.