LIBROS

«El Buscón», de Quevedo, para todos

Daniel Urrabieta Vierge ilustró la obra de Quevedo a finales del XIX. Ahora, se recupera esa edición con un estudio de Arturo Echavarren

Una de las ilustraciones del «Buscón» de Vierge
Luis Alberto de Cuenca

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He aquí una conjunción explosiva de talento incomparable: el cóctel singularísimo que forman «El Buscón» (1626) de Quevedo y las ilustraciones «ad hoc» del gran Vierge. Daniel Urrabieta Vierge (1851-1904) era hijo de otro famoso ilustrador, Vicente Urrabieta Ortiz (1823-1879), que trabajó con asiduidad en publicaciones periódicas como el «Semanario Pintoresco Español» e ilustró infinidad de títulos, entre los que destacan las «Escenas matritenses» de Mesonero o buena parte de la producción literaria del inefable Ayguals de Izco. Pero el hijo superaría con creces al padre en calidad como dibujante, erigiéndose en príncipe de los ilustradores europeos gracias a su insuperable grafismo, que embrujó a autores de la talla de Victor Hugo, quien también dibujaba como los ángeles.

Afincado en París desde muy joven, fue en el país vecino donde desarrolló Vierge su carrera como ilustrador, colaborando en un sinfín de publicaciones periódicas francesas y llevando a cabo sus dos obras maestras: el «Quijote» y «El Buscón». A los treinta años padeció un grave episodio de hemiplejia que le paralizó el costado derecho del cuerpo, con lo que tuvo que aprender a dibujar con la mano izquierda para continuar con su profesión . Hacia 1880, poco antes de su parálisis parcial, emprendió la tarea de ilustrar «El Buscón».

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La primera edición completa apareció en Londres en 1892, con ciento veinte dibujos en total, incluyendo los realizados con la mano izquierda. Hubo una edición anterior, de 1882, al cuidado de Léon Bonhoure, pero solo incluía los noventa dibujos terminados por Vierge antes de su hemiplejia, con los últimos cuatro capítulos del libro sin ilustrar. Todo esto nos lo cuenta por lo menudo Jesús Egido en el prólogo a la edición de Reino de Cordelia que comentamos. El tomo lleva también una introducción de Arturo Echavarren, responsable de la modernización del texto quevediano, en la que explica los criterios seguidos al respecto y aporta una noticia textual de la novela.

Trasladar al castellano de nuestro tiempo una obra como «El Buscón», sin traicionar el espíritu ni el estilo de su autor, es labor harto difícil, de la que sale airoso Echavarren, de la misma manera que salió airoso Trapiello de su traslación al español actual del «Quijote» (2015). La adaptación de la inmortal novela cervantina por Arturo Pérez-Reverte el mismo año de la «traducción» de Trapiello representó asimismo un gran acierto en la misión de difundir nuestra novela fundacional en círculos más amplios.

En este caso, la tarea emprendida por Arturo Echavarren cumple con el objetivo que se había propuesto: respetar el «modus scribendi» de Quevedo, pero facilitar al lector poco familiarizado con la prosa conceptista el acceso «sin tropiezos y de forma fluida» al texto, en una operación filológica que exige unos conocimientos y una sensibilidad fuera de lo común.

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