ARTE

De búnker militar a templo asiático

Todo está meticulosamente estudiado en el nuevo espacio que alberga desde esta semana la Colección Feuerle en Berlín. Un antiguo búnker que aúna un gran conjunto histórico y actual

Detalle de las instalaciones creadas en un antiguo búnker por John Pawson para acoger esta colección

LAURA REVUELTA

Berlín es una ciudad atravesada por cicatrices. Aunque todo parezca de novísima hornada –arquitectura de penúltimo grito espectacular–, siempre aparece una grieta bajo tus pies o un siniestro edificio que recuerda la vida de los otros y de quienes no fueron los otros. Memorias del nazismo y del comunismo. Grietas que son las marcas imborrables de un Muro que no se ve pero que se siente a cada paso , de tal manera que en Berlín uno nunca sabe si pisa territorio Este u occidental (si tomamos definiciones a la usanza en los tiempos del Telón de Acero).

La colección Feuerle ha elegido para su puesta en escena un búnker de telecomunicaciones durante la Segunda Guerra Mundial sito en pleno centro de Berlín. Una mole que sobrecoge por fuera y por dentro. Gris cemento. Fría, impenetrable , donde si hubiera hoy que (tele)comunicarse a través de un móvil sería imposible. Redes y coberturas borradas de la faz de la tierra. No crean que es un defecto, sino una virtud y un detalle esencial para disfrutar de esta puesta en escena museográfica .

A cuatro manos

El arquitecto británico John Pawson (York, 1951), quien interviene por primera vez en la mega arquitectónica Berlín, ha sido el encargado del proyecto y, en absoluta connivencia con el coleccionista Désiré Feuerle , ha optado por conservar el entorno prácticamente tal y como fue. Sobrio e infranqueable para cualquier onda, venga de donde venga: pasado, presente o futuro .

El búnker sigue siendo un búnker en su apariencia exterior, pero por dentro emerge como un auténtico templo . Las columnas de gris hormigón que constituyen su esqueleto más elemental se alinean ahora para acoger una colección de antiguas piezas asiáticas y de trabajos de reputados artistas contemporáneos . La nave, sin otros abalorios, bien parece una pieza o una intervención propia del más puro minimalismo. John Pawson , cuando habla de estos materiales originales (hormigón), recuerda al maestro del «minimal» Donald Judd , quien lo glorificaba como si de una delicada cerámica se tratara. La iluminación del entorno y la disposición de las piezas entre las inmensas columnas –inabarcables en un abrazo– consiguen la increíble sensación de trasladarte al interior de una caverna alejada de las tensiones históricas y contemporáneas . A lo que se suma que no hay más ornamentos que perviertan la atención ni, si me apuran, la meditación. Por no haber, no hay ni cartelas que identifiquen las piezas: vengan del siglo que vengan, de artista anónimo o reputado .

Este cuento oriental y meditativo no sería lo mismo si no se hubieran marcado una serie de capítulos o entornos

Désiré Feuerle , quien comenzó a coleccionar arte asiático a los dieciséis años, habla de «ver y sentir» como objetivo último , y lo ha conseguido en los cerca de 6.500 metros cuadrados que engloba todo este espacio con tan sólo dejar que el espectador se pasee entre esculturas de piedra, bronce y madera de la cultura Khmer de los siglos VII al XIII, muebles de laca y piedra de la China Imperial, mobiliario escolar chino de madera y piedra de la Dinastía Hang a la Dinastía Qing, del año 200 a. C. al siglo XVIII . La magia reside en cómo está distribuido todo esto, cómo se alinean en las naves cual ejército de sombras. Las piezas pequeñas –abre el recorrido una cabeza que apenas mide veinte centímetros– emergen como gigantes gracias a la iluminación, y las grandes luchan con sus réplicas proyectadas en los muros. El espectador se pasea entre las piezas reales y sus «copias», sus sombras. Un maravilloso juego escenográfico . Irrepetible.

Pero este cuento oriental y meditativo, que se representa en el interior de un búnker militar, no sería lo mismo si no se hubieran marcado antes una serie de capítulos o entornos específicos . Empecemos por la «Sala del sonido»: un pequeño espacio de entrada donde no hay nada más que la nada; en las paredes, alguna huella reciente –o no tanto– de grafitis, en un intento de borrarlos pero ahí siguen; se escuchan los tonos minimalistas y las partituras de silencio compuestas por John Cage . Se trataba de prepararnos para lo que viene luego, y lo consiguen. «La sala del lago», en la planta baja, aprovecha precisamente la acumulación de agua que se encuentra bajo las estructuras y que suministra energía al museo y, por tanto, hace de él un proyecto sostenible . «La sala del incienso» traslada por primera vez a un espacio museístico de Occidente lo que supone y significa la ceremonia del incienso en la cultura china: un ejercicio espiritual en el que mediante la absorción de los buenos olores se conoce mejor el cuerpo y la mente. Un ejemplo del alto nivel de sofisticación de una cultura y una tradición , cuya antigüedad se remonta a la Dinastía Han (2.000 años).

Con acento español

Entre tanta ofrenda al orientalismo, no cae en saco roto la intervención del arte contemporáneo de incalculable valor entre tantas e inabarcables sensaciones. El fotógrafo japonés Nobuyoshi Araki salpica los muros con sus imágenes en blanco y negro de mujeres sometidas a la morbosa curiosidad de su objetivo. El anglo-indio Anish Kapoor se entromete sin apenas darnos cuenta con una de sus características hornacinas plateadas que parecen atrapar toda la energía circundante. De la española Cristina Iglesias , unos pozos en bronce, cuya imagen, al lado de Araki, también tiene una lectura orgánica y femenina. James Lee Byars, Adam Fuss y Zeng Fanzhi cierran la representación contemporánea.

Cuenta Désiré Feuerle que ha tardado nueve años en ver este proyecto en pie. Que Berlín no fue su primera opción; que pensó en Estambul e, incluso, en Barcelona , pero allí estaba claro que no aparecía ese espacio del que pudiera emerger un templo oriental en plena urbe contemporánea.

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