LIBROS
Bram Stoker vampirizado por su propia familia
Del padre de Drácula, Bram Stoker, se publican sus cuentos completos, mientras su familiar directo Drace Stoker reescribe -a su manera- los orígenes del vampiro
De tanto en tanto se alzan voces exigiendo el que Bram Stoker (Irlanda, 1847-1912) fue y es y será mucho más que su «magnum opus» «Drácula». ¿No alcanza con que «Drácula» sea una incontestable obra maestra tan innovadora en su momento y poderosa en el tiempo que hoy su patrón narrativo -la camaradería del héroe colectivo y plural frente a la singularidad del Mal- no deje de repetirse una y otra vez y haya sido calcado en sus comienzos por titanes como Stephen King en «El misterio de Salem’s Lot» y ahora mismo en su reciente «El visitante»? ¿No es más que suficiente con haber creado un monstruo arquetípico y paradigmático ? ¿No basta con esa genialidad formal de cientos de páginas en las que el vampiro apenas aparece pero no deja de estar en letra y boca de todos?
Parece que no. A Stoker siempre se le quiere conceder aún más de lo mucho que ya ha recibido. Y se prefiere ignorar o disimular el hecho de que lo suyo -más allá de lo del Gran Conde- jamás estuvo ni estará a la altura de sus más o menos contemporáneos cultores de la abducción fantástica y apólogos de la vida eterna.
Para obsesivos
Así, el gran mérito de esta muy cuidada y mimada edición ideal para obsesivos y completistas de sus «Cuentos completos» pasa en verdad por su virtual inexistencia en su lengua original (otro «greatest hit» de Página de Espuma , sí) más que por los méritos estrictamente literarios de alguien quien nunca fue un estilista y que -hombre de teatro al fin y al cabo- no fue mucho más allá de un eficiente y profesional accionar de los resortes y las puertas trampa más frecuentadas del género. De no ser por «Drácula» -el resto de sus novelas sobrenaturales aunque con buenos momentos, son andar más bien zombi y vacilante- hoy Stoker sería uno más de los entonces demasiados alimentadores de los folletinescos «»penny dreadfuls semanales.
Los volúmenes aquí reunidos dan testimonio de las idas y vueltas de un autor discreto trabajando modas de su tiempo que van desde el territorio mágico de infancia perpetua pasando por la casi crónica de su vida como empresario teatral hasta llegar a lo que más interesa con ese infame noble transilvano casi como cameo. Aquí, sus muy logradas aproximaciones al terror (cortadas con el molde de Poe en las inquietantes «La casa del juez», «El sueño de las manos rojas», «El entierro de las ratas», «El enigma de Crooken» y «El secreto de oro creciente») destacando, por supuesto, ese outtake que da título al conjunto. Un puñado de páginas que -una vez más y mal que pese- surge de esa vivísima lápida literaria que certifica su más que justa inmortalidad y vigencia.
Por su parte, el sobrinísimo-bisnietísimo Dacre Stoker (quien ya había perpetrado la infame secuela «Drácula el no muerto» con una ayudita de Ian Holt y editado un diario de su ancestro) vuelve a hacer uso de portación de apellido -ahora junto al ascendente J. D. Barker- en «Drácula: El origen». Y hay que decir que este bizarro cruce de «fan fiction» con «mash-up» y «making of» tiene lo suyo y es muy superior a la anterior y ya mencionada profanación. Dacre no sólo hace aquí abundante mención a la bizarra y recientemente redescubierta versión islandesa («Los poderes de la oscuridad» del propio Stoker y Vladimar Ásmundsson, en Ediciones B) sino que se apoya en algo tan absurdo que resulta fascinante. A saber: las páginas suprimidas/desaparecidas por los editores originales de «Drácula» en el contexto de la psicosis colectiva por Jack El Destripador, entre las que se informaba al lector de que el autor tenía «la convicción de que los sucesos aquí descritos acontecieron realmente».
Parque de atracciones
Así, Dacre -obviando que ese recurso de la «true story» era frecuente en las ficciones decimonónicas- proclama con entusiasmo de parque de atracciones que todo fue verdad pero se optó por cambiar los nombres «para proteger a los inocentes. Y erige una trama con un protagónico y paranoide Stoker atribulado y poseído por su propia creación. Y hay que reconocer que partiendo de semejante delirio el asunto acaba funcionando y a nadie extrañe que ya esté encaminado a ser película dirigida por el exitoso Andy «It» Muschietti.
Así, con maniobras formales que rinden tan sentido como astuto homenaje a la novela original y abundantes libertades en lo que hace a lo biográfico, Stoker pasa de niño esmirriado y enfermo a gigante y eximio jugador de rugby (¿algún misterio en su sangre, tal vez?) luego de recibir las atenciones secretas e inconfesables de la, de pronto, misteriosa y súbitamente desaparecida niñera Ellen Crone con aires de Carmilla. Años después, Bram y su hermana Matilda y un futuro inspirador de Van Helsing se unen en su búsqueda . Y adivinen a quién encuentran.
Sí, adivinaron.
Lo que nos lleva, una vez más, a lo del principio: cuando de Stoker se trata, todos los caminos conducen a los colmillos de Él. Y está bien y es muy justo y tan merecido que así sea. Lo demás es puro cuento.