MÚSICA
Bowie: Apolo también muere
Hace quince días fallecía David Bowie. Su música y su figura parecían llegadas de otro mundo, portadoras de un mensaje que nunca se revelaba, ya que el mensaje era él mismo
Cualquiera que haya vivido en los años 70 –vivido, repito, y no dormitado o deambulado» tiene que recordar a la fuerza el momento en que oyó la primera canción de David Bowie . Pudo ser « Space Oddity », o « Life on Mars? », o quizá « Rebel Rebel » o « Jean Genie » o cualquier otra, que en aquellos años sonaban bastante en la radio. Da igual la canción que fuese, porque el resultado siempre era el mismo: un estremecimiento de asombro, una conmoción espiritual , la sensación de que acabábamos de enfrentarnos a unos sonidos que jamás podríamos apartar de nuestra mente y que seguirían acosándonos durante toda la vida. Aquella música, que parecía llegada de otro mundo, también tenía el poder de arrastrarnos hacia otro mundo. En la historia de eso que conocemos como rock nunca ha habido nada igual .
David Bowie usó a menudo la imagen del extraterrestre llegado de otro planeta o del superhombre que venía a salvar a la humanidad con un mensaje que al final nunca nos revelaba, ya que en realidad ese mensaje no era nada más que él mismo, significase lo que significase (si es que significaba algo). Y en cierta forma era lógico que lo hiciese, porque había algo en él que le hacía parecer una criatura de otro mundo . Basta pensar en su belleza –fría, anfibia, andrógina–, o en su elegancia indestructible pese a los atroces disfraces que se ponía, sobre todo en su época «glam», o en esa misteriosa impresión de estar hecho de una sustancia distinta de la que nos daba vida a todos nosotros .
¿Quién soy yo?
El caso es que nadie podía pensar en Bowie sin imaginar un ser más emparentado con los ángeles o con los alienígenas que con los simples seres humanos. Y era ese ser extraño quien nos hablaba desde sus canciones. O más bien quien nos tocaba y nos hechizaba y nos seducía, casi siempre con consecuencias imprevisibles . ¿Quién soy yo?, nos preguntábamos después de escucharle cantar con una voz que pasaba misteriosamente del falsete al bajo profundo y que gemía y estallaba y gritaba como en un trance. ¿Quién soy?, nos preguntábamos, y corríamos a mirarnos en el espejo con la esperanza –nunca satisfecha– de encontrarnos a otro que no tuviera nada que ver con nosotros mismos .
Marcel Schwob contaba que un día, en un teatro, cuando su esposa actriz representaba una tragedia isabelina, « Lástima que sea una puta », un personaje tenía que entrar en escena blandiendo en un cuchillo el corazón ensangrentado de la bella mujer –su propia hermana– a la que acababa de asesinar porque estaba enamorado de ella y no quería compartirla con nadie. Al principio, pensando que el efecto sería mucho más convincente, el director de escena usó un corazón de cordero, pero aquel pedazo de carne no hizo ningún efecto cuando apareció sobre el escenario. Y entonces el director decidió usar un triángulo de franela roja .
Como Pessoa, Bowie se sacó de dentro una personalidad detrás de otra, una máscara detrás de otra
Cuando el actor volvió a entrar en escena con aquel trozo de tela clavado en el puñal todo el mundo contuvo el aliento, porque aquello sí que era el corazón ensangrentado de la bella Annabella. Y eso es lo que sucedía, creo yo, con las canciones de David Bowie. A primera vista no había nada más artificial ni más falso ni más premeditado, pero al mismo tiempo no había nada que pudiera representar mejor un corazón ensangrentado . Y ese corazón era el nuestro, nuestro pequeño corazón asustado y seducido y perplejo. ¿Cómo lo hizo Bowie? ¿Qué método usó? Ah, eso nunca lo sabremos.
¿Puede morir Apolo , el radiante, el luminoso, el que aparta la desgracia, el que ahuyenta todo mal? ¿Puede morir Peter Pan ? No, claro que no pueden morir. Y de algún modo, todos nosotros creíamos que Bowie era una criatura así, mezcla de Apolo y Peter Pan, alguien sin edad, alguien que había logrado esquivar, por una rara carambola del destino, la maldición del hombre que se cuenta en el Génesis. Así que todos pensábamos que Bowie nunca podría sufrir el mismo destino que nos estaba reservado a todos los demás . Porque él tenía un corazón de franela roja que jamás podría dejar de funcionar. Y de hecho, casi lo consiguió.
Un corazón humano
Una vez, en los años noventa, cuando se casó con la modelo Iman y sentó la cabeza y empezó a vivir como un padre de familia normal, dijo que no entendía cómo había logrado salir vivo después de toda la cocaína y todo el sexo que había habido en su vida . Pero ahora sabemos que Bowie sufrió muchos ataques al corazón a lo largo de su carrera. Y en 2004, durante una actuación en Alemania, sufrió el más grave de todos, el que le obligó a abandonar para siempre los escenarios. Y ahora, después de dieciocho meses de lucha contra el cáncer de hígado, David Bowie –o mejor, el anónimo, el desconocido David Jones que había vuelto a ser en estos últimos años– moría en su casa de Nueva York .
El alienígena también era humano. Y su corazón era igual que el de todos nosotros: allí también había soledad y tedio . Y desconcierto y miedo. Y dolor, mucho dolor. Se suele decir que Bowie fue un camaleón que se reinventó continuamente a sí mismo, pero eso no es del todo cierto. Un camaleón se adapta al entorno, nada más, y Bowie nunca hizo eso, sino que creó su propio entorno como si fuera un demiurgo dotado de poderes mágicos . En realidad, si hubiera un personaje al que pudiera compararse, sería el mago Próspero de «La tempestad», un papel que se merecía haber representado en el teatro.
Bowie daba la impresión de estar hecho de una sustancia distinta de la que nos daba vida a nosotros
Pero él sería un Próspero que se transformaba en Ariel y en Calibán y en Puck y en Hamlet y al final se conformaba con ser el propio Shakespeare . Porque lo que hizo fue sacarse de dentro, como un Fernando Pessoa , una personalidad detrás de otra, un heterónimo detrás de otro, una máscara detrás de otra. Fue un joven pop que imitaba a Anthony Newley ; fue el rey del «Glam»; fue Ziggy Stardust y las Arañas de Marte (donde tuvo de guitarrista al gran Mick Ronson ); fue el homosexual que se definía como bisexual y que años después reconoció que sólo había sido un «heterosexual escondido en el armario»; fue el actor de « The Man who Fell to Earth »; fue el Gran Duque Blanco que hacía en Berlín el saludo nazi; fue el vampiro de « El ansia »; fue el músico falsamente anónimo de Tin Machine ; fue el compositor experimental de «Outside»; fue el mago de las finanzas que colocó 55 millones de dólares en bonos con cargo a los futuros «royalties» de sus discos; y al final de sus días, fue el hombre maduro que se retiró a vivir en un apartamento de Manhattan como si nunca hubiera sido Ziggy Stardust ni el Hombre que llegó de las Estrellas .
En sus últimos vídeos, que rodó cuando ya estaba enfermo de muerte, la belleza daba miedo y el miedo se convertía en belleza . ¿Cómo lo hizo? Nunca lo sabremos. Sólo sabemos que hace quince días murió David Bowie, ese hombre que nos hizo creer que era Apolo, el radiante, el luminoso, el que aparta la desgracia, el que ahuyenta todo mal .