LIBROS

«Bondrée», trampa en el bosque

La canadiense Andrée Michaud, pese a no ser muy conocida, deslumbra por su forma de narrar

Michaud, premiada en Francia y en su Canadá natal

MARINA SANMARTÍN

Las divisiones del género negro son infinitas, pero hay una transversal, que se impone sobre el resto: existe la novela negra en la que la trama es el centro y aquella en la que el crimen es sólo la excusa para llevar a una serie de personajes hasta el límite y analizar sus comportamientos con la pericia de un taxidermista. «Bondrée», de la canadiense Andrée A. Michaud (Quebec, 1957), pertenece a este segundo grupo. Aunque no tan popular en nuestro país como sus compatriotas Margaret Atwood y Louise Penny, la literatura de Michaud ha obtenido numerosos reconocimientos tanto en Francia como en Canadá y, tras la lectura de «Bondrée, la frontera del bosque» serán muy pocos los que la olviden.

El paisaje y la voz

En la novela, ambientada a finales de los años sesenta en la zona fronteriza de los bosques de Maine, la autora describe cómo la paz idílica de una comunidad híbrida, conformada por familias con ganas de pasar el verano disfrutando del aire libre, se ve rota tras l a desaparición de Zaza Mulligan, una adolescente con ínfulas de Lolita y una amiga inseparable, Sissy Morgan. «Podía describir el sabor amargo del bosque, que se le quedaba durante mucho tiempo en la boca después de que su marido, a golpes de lengua luminosa, intentara inocularle la esencia que contiene la belleza de los árboles».

Con un tono sensorial y poético, la memoria de la pequeña Aundrey, una niña más del vecindario, cuya mirada asombrada y descreída se parece a la de Cecilia en «Las vírgenes suicidas», nos sumerge en un mundo donde los límites de la naturaleza se desdibujan e invaden a paso de leyenda , para fundirse con ella, una realidad civilizada, construida alrededor de patrióticos rituales cotidianos.

Más que trama

En este aspecto, el de recurrir a los mitos del bosque para levantar el misterio del crimen, «Bondrée» nos recordará un poco a «El guardián invisible», pero afortunadamente será un recuerdo fugaz, porque la obra de Dolores Redondo , aunque adictiva, forma parte de esa primera clase de novelas en las que la trama es lo único que hay, mientras que la de Michaud es mucho más, es paisaje y es voz; un lienzo de trazos gruesos y colores muy vivos donde la tragedia simboliza la inocencia perdida , la toma de conciencia de una terrible certeza: más tarde o más temprano, el tiempo del verano y la luz, donde no existe preocupación alguna, se acaba para todos.

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