ARTE
Blanchard y Gris: la vivificación del Cubismo
El Museo Carmen Thyssen-Málaga explora las posibilidades del Cubismo más allá de Braque y Picasso
Georges Braque, creador del Cubismo junto a Pablo Picasso , definió su colaboración con el malagueño en el nacimiento y desarrollo de este movimiento con la imagen de «dos montañeros en la misma cordada». Hoy aceptamos, gracias, entre otros, al sistemático y revelador trabajo de Eugenio Carmona, uno de los comisarios de esta muestra, que el Cubismo no fue una única cima, sino que fue una metafórica cordillera y la que ascendieron Braque y Picasso fue la primera de las cumbres. Precisamente, con «los cubismos» a los que se refiere el título se trata de incidir sobre lo poliédrico y cambiante del movimiento, poniendo en valor los cubismos que sucedieron al primer Cubismo, a esa primera «ascensión» de los «fundadores».
Con ser esta una virtud de este proyecto, que deviene exquisito en sala, no es la única. Esto es, no se conforma con rescribir el relato cubista. O para ser más precisos, para rescribirlo se ha necesitado revisar algunos aspectos y relaciones entre los artistas que siguieron advirtiendo las posibilidades formales del Cubismo después de 1914 , que sumaban aportaciones y le dotaban de vigencia en un escenario artístico en el que descollaban nuevos ismos.
Justo aquí es donde aflora otra de las grandes fortalezas de esta exposición, la de precisar la importancia que tuvo para el Cubismo la figura de María Blanchard (Santander, 1881-París, 1932), ayudando a avistar su singularidad respecto a los demás artistas, en casi su totalidad hombres, así como la cercanía, entre 1916 y 1918, con Juan Gris (Madrid, 1887-Bolougne-sur-Seine, 1927). ¿Y si la otra gran «cordada» del cubismo fuera la de Gris y Blanchard?
Belleza apabullante
El conjunto de piezas que se ha reunido de este bienio es extraordinario, al que se suman otras muchas obras y de un orden y belleza apabullantes. Desde el inicio observamos algunos diálogos tendentes a ello, a evidenciar cómo Gris y Blanchard se hallaron próximos ; otros encuentros vislumbran no sólo vías y recursos personales que los distinguen; también cómo el Cubismo se muestra susceptible de ser conjugado profundamente diverso, con un incontenible afán de experimentación en ambos creadores. Junto a ellos, además de la presencia de una selección de obras de Metzinger, Gleizes o Lhote, adquiere un papel capital Lipchitz, del que se muestran piezas que sirven para reforzar la dialéctica entre iconicidad y abstracción en la que se hallan los dos artistas españoles.
Blanchard se proyecta como generadora de soluciones , alumbrando algunas de ellas en paralelo a Picasso y haciendo pervivir otras que se deben a este, como el empleo de la inclusión de palabras para deslizar mensajes. Cierra la exposición un grupo de obras perteneciente a la primera hornada de vanguardistas españoles que tendrían en el Cubismo, ya en los años veinte, una suerte de semilla que haría germinar esperanzas plásticas.