LIBROS

Bernardo Atxaga, lo importante es vivir

Merecedor del último Premio Nacional de las Letras, publica su última novela por cuyas páginas fluye la lírica que le caracteriza

Bernardo Atxaga es el seudónimo de José Irazu

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Hay un fondo autobiográfico en toda la literatura de Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951). Sin embargo, sus novelas parecen querer disminuir las referencias concretas de individuos y lugares, siempre metamorfoseados. De hecho, él mismo, cuyo nombre es Joseba Irazu, como reconoce en el Epílogo, ha firmado siempre Bernardo Atxaga y su lugar, Asteasu, se ha visto transformado bien en Obaba, como en las novelas que le hicieron famoso, bien en Ugarte, como ocurre en ésta. Pero siempre un lugar aldeano de Guipúzcoa, fiel a las raíces de una civilización y lengua antigua , lugar que abandona raramente como ocurrió en «Días de Nevada» (2014) por el estado norteamericano de tal nombre, bien en el Congo de «Siete días en Francia» (2009), su homenaje a Conrad.

Cuando el lector lee el curioso alfabeto que introduce a modo de Epílogo, ve confirmada la sospecha de que mucho de la vida personal del autor o de gente que siente cercana se han encerrado en las historias incluidas en el libro, compuesto por capítulos que comprenden momentos de una infancia rural feliz , de los años de vida interrumpida o suspendida en lo que llamábamos «la mili», hasta episodios de conflictos sociales y políticos del País Vasco, en los convulsos años 1985 y 1986 , hasta llegar luego a 2012 y 2017, con accidente y el riesgo de perder una hija.

Mucho de la vida personal del autor y de su gente cercana está en las historias del libro

Todas las historias se hilvanan por haber ocurrido a un grupo de personajes amigos y sus familiares, pero no se deducen unas de otras al modo de trama unitaria. Lo hacen siguiendo momentos vitales atravesados por la idea que me parece la matriz del libro: al final lo que queda es la Naturaleza y las vidas de los hombres transcurren como las de los animales en un medio hostil o amable, según momentos.

Testamento moral

El capítulo denominado «Antoine 1985-1886», que funciona en realidad como una novela corta protagonizada por un ingeniero francés que urde la forma de su venganza, puede servirnos de pauta para mostrar que lo que Atxaga ha pretendido esta vez no es centrarse en la convulsa historia del País Vasco y la evolución desde su nacimiento del terrorismo de ETA, algo que hizo en «El hombre solo» y «El hijo del acordeonista», sino que tales contextos son alusiones de fondo para vidas concretas que giran en torno a tópicos más universales - la amistad, el amor y el odio, la envidia o la solidaridad -, con una tendencia a que predominen o terminen venciendo los sentimientos vitales positivos, como si Atxaga hubiese querido que la vida y la muerte (no hay una sin la otra como el título de «Casas y tumbas» revela) entregaran la lección del amor como forma de testimonio último en los momentos clave de la historia personal.

En el fondo parece haber un testamento moral, un cierre testimonial que arroja la lección de la poesía, podríamos decir la pietas, igual a la que muestran los animales. Este último sentimiento proporciona quizá las mejores escenas del libro. Animales y personas en un destino común cuya importancia, si sabemos leerlo, sobrepasa a las circunstancias. Se nota mucho en el libro que Joseba Irazu es el Bernardo Atxaga poeta, que parece despedirse de la novela, con este alfabeto vitalista de escritor importante.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación