ARTE
Ana Barriga: nada casa con nada
El CAAC de Sevilla da la bienvenida en sus salas a una prometedora pintora: la jerezana Ana Barriga
Miro y no veo. No veo que nadie diga que Ana Barriga (Jerez, 1984) es otro brote -y no será el último- de un sarmiento que no se agosta ni enmudece; de unos modos de mirar que se adaptan a nuevas dicciones y luces y que acogen ópticas diversas pero que no cambian en su más íntima esencia. Y que además toman lo serio (el devenir de lo cotidiano, la vida en suma) muy irónicamente, y lo ridículo (la expectativa de superar lo inevitable, la trascendencia) muy seriamente. Pues propio de la pintura sevillana -entendida la etiqueta no como un certificado de identidad y nacimiento sino como un espacio de vida y crecimiento- es la voluntad por no desaprovechar la oportunidad de significar todos los ángulos que toca, distanciándose tanto de la intención de narrar cuanto de la tentación por suprimir toda connotación .
En el gran políptico «De animales a dioses», dispuesto como verdadero «site-specific» en el refectorio cartujo del CAAC, donde los monjes se rehacían en lo alimenticio y en lo espiritual, la artista adopta como cauce de comunicación y punto de partida el retablo en tanto que evangelio visual y legible . Sometiendo el artefacto a un proceso sintético, lo transforma en un trasunto de frontón templario, abreviando sus cuerpos y calles a lineal balda que sostiene una biblioteca de imágenes desdobladas. Todo ello sostenido en los ángulos por imágenes de Anubis bicefálicos, sujetalibros mitológicos y descarados , respaldado por un panel de azulejería y coronado por un corazón flanqueado por angelotes en el ático.
Acto de desdoblamiento
En su obra, Barriga concita el saber de generaciones anteriores y de influencia exógenas que mixtura para alcanzar un lenguaje propio y singular. Las siete imágenes -que recuerdan las siete deidades de la fortuna del folclore japonés-, siete imágenes demediadas de Zuckerberg, de Trump, de Adán y de Eva… O la calavera misma, hacen reflexionar sobre la vida y la muerte, y se revelan como una renovada iconografía de la «vánitas» que, paradójicamente, ni censura el más acá ni glorifica el más allá. Sólo evidencia la consistente falta de persistencia en nuestras creencias y certezas.
Tras recuperar -algo habitual en su trabajo, que bascula entre lo escultórico y lo pictórico- t odo un conjunto de objetos imposibles y «kitsch» en mercadillos y chamarilerías, cerámicas que bordean el mal gusto y la condición artística, las somete a un despiece y mutilación para inmediatamente después recomponerlas en una especie de bodegón imposible. A partir de ahí, la pintura -óleo, esmalte rotulador- traslada la imagen hasta una nueva dimensión: aquella donde esos objetos adquieren un nuevo estatuto y protagonismo, el artístico. Finaliza la obra la creadora con un acto de desdoblamiento (la bilocación como recurso místico): travestida en grafitera vandálica, ataca su propia obra con spray , al tiempo que la recarga de significado: un bigote aquí; una corona de espinas allá; el sol-pupila-bombilla picassiano en la cúspide…
Con inteligencia, al igual que sucede en «Adán y Eva», Barriga reta al espectador a un proceso de recomposición que, en cuanto es abordado, se revela no sólo imposible, sino también inútil: nada casa con nada; las imágenes nos engañan una y otra vez , todo cobra vida de modo fragmentario con independencia de lo que fueron o de aquello que serán.