LIBROS

Baroja no era barojiano

De su generación, Pío Baroja es el escritor que sin lugar a dudas sigue de verdad vivo. Pero ¿por qué lo seguimos leyendo? Miguel Sánchez-Ostiz explica sus razones, y quizá las nuestras, ahora que ve la luz «Los caprichos de la suerte»

Baroja paseando delante de Itzea –la casa de su familia en Vera de Bidasoa (Navarra)– en 1950 Colección ABC

Miguel Sánchez-Ostiz

Escribo esta página un 30 de octubre, en el 59 aniversario del fallecimiento de Pío Baroja . Un día esplendoroso de otoño, de cobres intensos, amarillos luminosos, pardos y verdes; no uno de borrasca, como fue el de su entierro, en Madrid, en 1956. Lo hago desde el País del Bidasoa, el de su famosa República, sin frailes, sin moscas y sin carabineros , pero con su perpetuo «Momentum castrophicum» a cuestas, y sus «chapelaundis», siempre necesarios, y sus «chapelchiquis» repulsivos, a cada cual los suyos. Y ahora que me fijo, lo evoco desde muy cerca del lugar donde pudo haber perdido la vida el escritor, el 22 de julio de 1936, de no ser por la intervención de un militar, descendiente de uno de los aristócratas que el propio Baroja puso en escena en ese mismo lugar, acompañando la entrada en España de Carlos VII de Borbón y Austria-Este: «Ese patán agromegálico que apenas hablaba el castellano», lo crucificó Baroja, que luego se asombraba de que los carlistas le odiaran .

Un lujo de colores que piden el acordeón de sus elogios, que obligan a recordar sus propios pasos; de los que dio cuenta en muchas páginas memorialísticas. El otoño era sin duda su estación favorita, de la mano de Verlaine o de la de algún zorcico del país . Todo muy lírico, en la escena, con pocas sombras. La realidad, como siempre, fue siempre más sombría. La aventaba y conjuraba escribiendo. Un sentimental, así subió Baroja al tablado de papel, así lo ve su público, vagando por los bosques y collados de un país en el que vivió menos de lo que se supone.

Demasiada agua

De su generación, es el escritor que sin lugar a dudas sigue de verdad vivo, más que nada porque tiene la suerte de convocar lectores, barojianos o no, abonados a Baroja por devoción o por no tener mejor cosa que hacer, como dijo el vasco chileno Juan Uribe-Echeverría , que lo evocaba en la plazuela dedicada al creador de Shanti Andía, en Cerro Cordillera, Valparaíso, lejos, mucho, a donde Baroja pudo ir de refugiado, como aquellos otros que allí estaban evocándole, huidos de la represión franquista , y que si no viajó, eso dijo al menos, fue porque había demasiada agua entre el París que iba ser ocupado por los alemanes (a los que nunca vio entrar en la ciudad) y el lejano Chile de los aventureros de la costa, tal y como le proponía, desde la Embajada chilena, Salvador Reye s , su admirador, cuyo libro «Tres novelas de la costa» (1934) leyó con pasión (a juzgar por sus subrayados...) en la calle de los Solitarios, esa en la que nunca hubo un Hotel del Cisne, el de los malos sueños, los de la edad y el miedo . Barojianos montaraces y barojianos «salonardos», como lo fue el propio Baroja, en esa otra vida social de la cordialidad pacífica, elegante.

El escritor tildado de hosco y asocial no rehuyó ni los tugurios y cafetines del Madrid de «La busca», ni los salones de los aristócratas. Tuvo que ser un contertulio ameno , como lo son algunos de sus personajes contrafigura, que les llamaban, tanto de joven como en sus temibles años crepusculares. Vueltas y revueltas de una vida cuyo trazo resulta apasionante .

Puerta de escape

Baroja es también el autor del que hay que hablar bien en público y merendar en privado , tren de mercancías entre amigotes del hampa académica y veloz y majestuoso clíper del opio o acontecimiento de literatura mundial en otras palestras, dependiendo del mercado, de la oportunidad, de la ventaja que se pueda sacar con ello... Muy barojiano. No, él no creo que fuera así, pero es que hablando de Baroja todo resulta muy barojiano , hasta lo que no lo es.

¿Por qué se le sigue leyendo en una época en la que los lectores desfallecen? Porque lo ponen de lectura obligatoria en los colegios o lo ponían, y por algo más. Por el lector adulto que, en sus horas por fuerza solitarias, en el tiempo de la remembranza, que fue el de Baroja, se recuerda en el joven que buscaba refugio en la lectura y que por un momento se sintió Martín Zalacaín o Andrés Hurtado acogotado por el medio, buscando una salida, una puerta de escape: los rebeldes barojianos que crecían más en la imaginación de sus lectores que en las páginas literarias; y por esos otros que en el mapa de sus páginas buscan una guía para el viaje sin objeto del que se sienten protagonistas: «Bah, literatura, amigo Thompson, sombras, sueños». Quién no ha soñado con esperar a una fugitiva, de noche, al pie de un acantilado, en una barca, y que le caiga una monja encima. ¿Surrealismo? No, aventura, cosas de los hombres de acción a los que les han hablado de Nietzsche , en un ahumado cafetín apretado de bohemios hambrones, en el paseo de los desmontes, con el Guadarrama nevado a lo lejos o en los barrizales de las Injurias.

Inclasificable, Baroja se nos escapa entre sus páginas, aunque creamos atraparlo

Baroja con o sin lectores es objeto de un culto apasionado que ningún otro escritor de su generación concita (con el desprecio pasa lo mismo). Así, Francisco Nieva , en «Carne de murciélago», en su crítica feroz de la cultura española, sostiene que el colmo del gozo bibliofílico sería «tener una novela de Baroja, encuadernada en piel de Baroja» (pág. 155). Devociones extremas que a mí ya me ponen en guardia.

«Baroja fue para los de mi generación -dice pomposo el don Batallas que está de guardia- un emblema de resistencia y rebeldía». Es posible, no lo dudo, pero basado más en una leyenda que en realidades contrastables . Baroja y sus rebeldías, Baroja anticomunista, antidemócrata, antirrepublicano confeso y contundente antes de la Guerra Civil, durante la guerra y después de esta, cuando trataba con Aunós y sus policías. Hombre de otro tiempo, del antiguo régimen , digamos. Inclasificable. Se nos escapa entre sus páginas, ahí creemos atraparlo y nos acaba enseñando nuestros propios fondillos.

Galería de inadaptados

El día que desaparezcan los barojianos será la señal de que la sociedad española habrá alcanzado su madurez e integración, sostenía en 1961 Luis Martín-Santos , tras decir de manera muy perspicaz que «la obra de Baroja es una vasta galería de inadaptados». Los barojianos no han desaparecido y la sociedad española vive horas sombrías . Reclamarse barojiano, como liberal o como archidemócrata, siendo lo contrario, es barato, y sobre todo, viste. No te reclames nada, sigue por la trocha barojiana cuando su creador habla de vagamundos y de aventureros, de gente sentimental y sincera, y de esa otra que se echa en solitario a los caminos...

Con todo, fuera del rincón de lectura, en la rueda de la fortuna de la cosa pública, peligroso terreno el de Baroja , porque ahí no hay que apartarse de la cátedra y sus dictados, ni de la congregación de la doctrina barojiana, ni de la lectura canóniga de su obra; digo bien, canóniga. Qué poco tiene eso que ver con el Andrés Hurtado que encarna Baroja , ya al humo de las velas, en viajes de ida y vuelta, con el otoño, en sus «Horas solitarias», mientras al otro lado del monte, en la iglesia de Urruña, el sol habrá ahora mismo dejado de iluminar la leyenda de su reloj de sol: «Vulnerant omnes, ultima necat».

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