EXPOSICIÓN
Baltz y los restos humanos
Como dijera el propio Lewis Baltz, el paisaje humano es una «autobiografía involuntaria». Su mapa es la exposición retrospectiva que le organiza la Fundación Mapfre en Madrid
¿Qué hay debajo del mundo en el que vivimos? Esta cuestión radical puede situarse como eje de toda la trayectoria creativa de Lewis Baltz (1945-2014), uno de los fotógrafos más interesantes de la segunda mitad del siglo XX. En su obra se aprecia con intensidad hasta qué punto la fotografía no puede, sin más, reducirse a una especie de «prueba» -o constatación de lo real- por medio de la imagen.
Nacido en Newport Beach, al sur de California, Baltz comenzó a tomar fotografías apenas con once años. Poco a poco y, según él mismo señaló, a partir de la influencia de Robert Frank con su libro The Americans , y, sobre todo, de Edward Weston , fue desarrollando una línea de trabajo en la que intentaba plasmar su mirada a través de la cámara en los paisajes del Oeste de Estados Unidos.
Pero, en lugar de quedarse «en la superficie», Baltz fue situando esa mirada en un registro topográfico, tratando de mostrar aquello que habitualmente no vemos, los estratos ocultos , desvelando las grietas de la naturaleza desgarrada por la acción de los seres humanos. Su obra empezó a ser reconocida en el ámbito profesional precisamente a partir de su inclusión en una exposición: New Topographics, hoy histórica, que se celebró en Rochester, Nueva York, en 1975.
Huellas evidentes
Hasta 1989, Baltz registra con su cámara todo tipo de espacios sin presencia de seres humanos, pero en los que las huellas de su acción resultan patentes: paisajes de pequeñas agrupaciones urbanas fuera de la ciudad, y paisajes desolados, desérticos, habitados por escombros y desechos. Su modo de fotografiar busca la máxima precisión del detalle , y sus fotos, en blanco y negro y de pequeño formato, se organizan en ese periodo como una construcción articulada, como un conjunto de secuencias.
En 1989, Lewis Baltz decide abandonar Estados Unidos e instalarse en París, alternando más tarde su residencia entre esa ciudad y Venecia. Su obra registra a partir de entonces una intensa transformación formal, utilizando el color y los grandes formatos. La mirada sobre los paisajes desgarrados gira desde entonces hacia otra «topografía», la de las marcas no visibles del poder. Estas se advierten en sus series sobre las sedes de empresas tecnológicas y del capitalismo financiero, vídeos de vigilancia, imágenes de neurocirugía, cableados de ordenador y ciudades nocturnas genéricas. Un mundo, el de ahora, en el que el urbanismo como materialización del poder se combina con la expansión creciente de las redes de comunicación y la materialización de la sociedad del espectáculo.
Todo ello, esas dos fases diferenciadas, puede seguirse en esta excelente exposición, la primera de Lewis Baltz en España y la primera retrospectiva internacional desde su fallecimiento en 2014, en la que se presentan unas 400 fotografías y un vídeo de 65 minutos de duración: End to End [De principio a fin] (2000), sobre la región italiana de Emilia-Romagna.
Una pregunta
Baltz sitúa sus fotografías más allá de todo «preciosismo» , fuera de cualquier tipo de utilización ornamental. En su caso, la técnica es ante todo cuestionamiento, pregunta: ¿qué hay por debajo de las cosas? Y, además, Baltz es fotógrafo, pero no sólo fotógrafo: la literatura, el cine, el arte, están en el trasfondo de su trabajo. Él mismo señaló el impacto que en su juventud le causaron Jorge Luis Borges, o la película de Michelangelo Antonioni El desierto rojo . Y parece clara su confluencia, o paralelismo, con las posiciones del Land Art, con esa consideración de la naturaleza asediada que constituye el núcleo de la obra de Robert Smithson.
En definitiva, Lewis Baltz nos transmite, en sus secuencias de imágenes, una narración abierta que nos habla de los rastros que inevitablemente dejamos: los hombres pasaron por allí. O, en sus propias palabras: el paisaje humano es una «autobiografía involuntaria».