ARTE
Auge y caída de Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana
Las artistas van ocupando el lugar que merecen en los museos. El del Prado celebra dos de sus primeras monográficas al respecto
Si puede hablarse de este modo al adoptar el lenguaje feminista, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana , las pintoras de las que vamos a ocuparnos hoy, podrían pasar por «mujeres-alibí» o «mujeres-coartada». Se llama así a las que, tras triunfar en el mundo de los varones, son usadas por estos como pretexto para atribuir el fracaso del resto no a las trabas del patriarcado, sino a su propia ineptitud personal. La fórmula la utilizó por primera vez Hannah Arendt en 1953, aunque con otro sentido, pues en lo que ella estaba pensando entonces era en el judío-alibí, el judío colaborador, ese que para salvarse facilitaba a los nazis su tarea genocida.
En el siglo XVI nadie sabía nada de estas cosas. El reconocimiento del mérito de ambas artistas surgió ingenuamente entre los aficionados, entonces circunscrito a los sectores cultos de la aristocracia. Sofonisba no tenía veinte años cuando fue incluida por Marco Girolamo Vida en la lista de los mejores artistas de la época (hablamos de 1550), y del prestigio de Lavinia es prueba la moneda acuñada por el Papa para celebrar su sesenta aniversario (1611). Verdad que después cayeron en el olvido, pero igual que Caravaggio o Bach .
Sin encaje
Más que ese olvido, corriente en la Historia, lo que llama la atención de las dos artistas a las que el Museo del Prado dedica su próxima exposición es lo poco que encajan en los estereotipos con los que suele enfrentarse al pasado la clase media del espíritu. Sin considerar el hecho de que Sofonisba, como Tiziano , muriera casi centenaria ( Van Dick le hizo un retrato a lápiz cuando tenía 96 años), sorprenderá saber que las dos recibieron una esmeradísima educación artística (Sofonisba entró a los 11 años en el taller de Bernardo Campi y luego en los de Bernardo Gatti y Giulio Clovio , maestro de Levina Teerlinc, retratista real en la Corte de Enrique VIII; Lavinia aprendió con su padre, Prospero Fontana , pintor que la puso en contacto con los Carracci), y que ambas contaron con el apoyo decidido de sus progenitores y maridos, quienes hicieron lo imposible por favorecer sus carreras.
El señor Anguissola, por ejemplo, movió sus influencias para que la hija fuera a Madrid como dama de compañía y maestra de pintura de la tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois . Era un puesto lo bastante importante como para no pensar en otra cosa, algo que no se puede decir de los admiradores de la chica (en Milán, Pompeo Leoni intentó matar a Orazio Vezellio, hijo de Tiziano, a causa de ella).
Grandes retratistas
Sofonisba llegó a España en 1559, destacando al punto como retratista. Debido a su alta posición, ni cobraba por sus obras (aunque aceptaba valiosos obsequios), ni acostumbraba a firmarlas, algo que agradecieron los marchantes del XIX, felices de atribuirlas a los pintores más cotizados. Prueba de la estima que sentía por ella Felipe II, de quien hizo un elegante retrato, es el matrimonio de prestigio con el príncipe de Paternò que le concertó. En las capitulaciones conservadas en el hospital Tavera de Toledo se alude a su oficio de pintora con absoluta normalidad . Algo parecido le sucedió a Fontana, quien casó a los 25 con un pintor mediocre que abandonó su carrera para que ella hiciera la suya, mucho más rentable, consagrándose a cuidar de los once hijos que engendraron.
Lavinia, aplaudida al igual que Sofonisba especialmente por sus retratos, se benefició de esta situación familiar. En Roma, debido a la intensa actividad que desarrolló para Gregorio XIII y Paulo V , quien la nombró retratista de corte, era llamada «la pintora pontifica». Ello no impidió que realizara pinturas mitológicas , con desnudos, entre los cuales destacan varias Minervas, o que se atreviera con motivos infrecuentes, desde un recién nacido en su cuna al retrato de una chica con el rostro cubierto de vello a causa de una hipertricosis.
Sofonisba, a la que Lavinia admiraba, fue quizás menos atrevida en sus pinturas que en su vida . Muerto su marido en un ataque pirata a los cinco años de casarse, decidió abandonar Sicilia y regresar al hogar familiar en Cremona. Durante el viaje se enamoró perdidamente del capitán de la galera en la que iba, un genovés quince años menor que ella, y decidió casarse con él sin aguardar la autorización del rey Felipe. Este no sólo no se enfadó, sino que continuó protegiéndola y contando con su colaboración como artista y marchante. Aunque en Génova no volvió a autorretratarse -sus autorretratos son una auténtica delicia- , la maravillosa pintura que hizo de la infanta Catalina Micaela y la celebérrima (y más que dudosa) Dama del armiño , atribuida durante tanto tiempo al Greco, demuestran que no perdió el talento. El juicio de la posteridad es otra cosa, aunque: ¿quién se fía ya a estas alturas de la posteridad?