Arturo Pérez-Reverte - ABC Cultural 30 aniversario
Treinta años no es nada (o sí)
Comparados con lo que se escribía en otro tiempo, los textos actuales discurren con una cautela a veces aterradora

Treinta años puede ser mucho tiempo, sobre todo si vives para contarlo. Y también para echar un vistazo, aunque sea por encima, a lo que escribías entonces y lo comparas con lo que escribes ahora. O si aplicas el mismo sistema a lo que escribían ... otros, que también. Treinta tacos de almanaque, como se decía antes, dan mucho de sí. Relativizan las cosas. Y a ti mismo .
Dónde están, es lo primero que te planteas. Por dónde andan quienes entonces, hacia 1992, ocupaban los titulares y portadas en las páginas de cultura de la época: los autores de ambos sexos a quienes el mundillo oficial de la crítica, mucho más cerrado y endogámico que ahora , consideraba innovadores, brillantes, decisivos, imprescindibles. La mayor parte de ellos, como el perro Bendicò del príncipe Salina, son polvorientos despojos disecados en las bibliotecas que aún conservan su memoria. Pocos sobrevivieron a la crítica literaria real, la única inapelable: la del tiempo y los lectores.
Ahí siguen también los supervivientes, treinta años después, indiferentes a cómo la crítica los tratara entonces bien o mal, los ensalzara o ninguneara. Los mejores de todos ellos: Marías, Merino, Landero, Rosa, Almudena, Luis Mateo, Muñoz Molina, Juan Eslava y pocos más. Los supervivientes. Al resto se los llevó la resaca del olvido, y a algunos es de justicia que se los llevara. Lo mismo ocurrirá cuando, pasadas otras tres décadas -permítanme ser optimista un momento-, este suplemento cultural celebre su 60º aniversario. Pocos nombres de los que hoy abarrotan las mesas de novedades le sonarán a alguien, para entonces. Así es la literatura y así es el mundo editorial. Así es la vida, y a menudo a ella no escapan ni los mejores. A ver quién recuerda ahora a Torrente Ballester, Cela, García Pavón, Martín Gaite, Sampedro y tantos otros. A los buenos, me refiero. ‘Sic transit’, etcétera . Basta darse una vuelta por la Cuesta Moyano de Madrid, o un domingo en el Rastro, para comprobar con qué facilidad una biblioteca, una colección, la obra de un autor en otro tiempo muy leído, pueden convertirse en restos de un naufragio.
Entre periodismo y literatura
Otro ejercicio interesante en lo de mirar atrás se refiere a los artículos de fondo: no a los que en su momento trataron la actualidad social o política inmediata, casi siempre viejos al día siguiente, sino a los que discurrían por el más complejo camino entre periodismo y literatura. El escritor argentino Jorge Fernández Díaz -sin duda, el más comprometido e importante de su generación- decía hace un par de semanas en estas mismas páginas que, en su opinión, el relato corto, el cuento , ha tenido poca fortuna en España o no se reconoce como tal porque la mayor parte de los autores dotados para ese género concentraron su talento en artículos de prensa de carácter periodístico, opacando su honda esencia literaria. Y comparto su opinión. No es cierto, como afirmó alguien -creo que Umbral, pero no estoy seguro-, que la mejor literatura española se haya escrito en los periódicos; pero sí es verdad que en los periódicos se han escrito algunos de los mejores cuentos o relatos cortos de la literatura española de los últimos treinta años.
Mirando hacia atrás, como digo, repasando tres décadas de biblioteca y hemeroteca, confirmo también algo inquietante: un síntoma que cada vez se manifiesta con más evidencia, a modo de enfermedad que va contaminándolo todo: el virus, mortal para la cultura, de lo política y socialmente correcto. Comparados con lo que se escribía en otro tiempo, los textos actuales discurren con una cautela a veces aterradora. La libertad, el desenfado, la soltura con que un autor, un periodista literario, manejaban antes el lenguaje, la expresión natural de su talento o su estilo, se ven ahora reprimidas, sujetas a presión continua, cuando no a claras amenazas. La brillantez y el miedo combinan mal a la hora de contar cosas y de contarlas bien.
La brillantez y el miedo combinan mal a la hora de contar cosas y de contarlas bien
Antes, además de las listas de más vendidos o leídos, un escritor de libros o artículos debía enfrentarse a la opinión de los críticos literarios y las cartas de los lectores. No siempre era confortable, pero sí llevadero. Hoy, sin embargo, sustituidos humanismo por humanitarismo y razón intelectual por sentimientos, quien se sienta ante un teclado no olvida que hay miles de lectores, desde los inteligentes y cualificados a los estúpidos, parciales o semianalfabetos, que pueden caerle encima ofendidos por una palabra mal interpretada, una expresión desafortunada, una opinión cualquiera.
Fuera de la circulación
Y esa reacción inquisitorial no vendrá por cauces garantizados y solventes, sino por las redes sociales, mediante campañas que pueden, en casos extremos, dejarlo a uno fuera de la circulación. Cancelarte, como se dice ahora . Y eso, que a los veteranos con un público consolidado ya no afecta en exceso, sí puede acabar con la carrera de un escritor joven y prometedor apenas empezada ésta. Tristemente, basta con mirar atrás: la literatura, la cultura en general, son menos libres hoy que hace treinta años. Pero, bueno. En realidad, cada tiempo y cada sociedad generan aquello que merecen.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete