ARTE

El arte de la mentirijilla consparanoica

En el principio fue el «fake». La impostura a conciencia tiene una larga tradición en el mundo del arte contemporáneo. Y con internet se ha hecho ubicua (y menos sutil) dentro y fuera de él

Hasta la «Fuente» duchampiana podría ser un «fake». O no
Fernando Castro Flórez

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Aquellas «migraciones de Cagliostro» de las que hablara Umberto Eco , manifiestas en el gusto por la imprecisión histórica, la credulidad indiscriminada hacia cualquier fuente y la tendencia a no usar un testimonio cuando se haya demostrado fidedigno, sino a juzgarlo fidedigno porque ha sido usado, han terminado por conducir a la burda precipitación –inducida por lo que llamaría «política a golpe de “like”»– de la «era de la posverdad» , cuando eso que los tertulianos llaman «el relato» no es otra cosa que la más cínica de las poses.

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Un (presunto) filósofo coreano ha llegado a reivindicar las virtudes políticas de la «cultura shanzhai», que no es otra cosa que el descarado y vertiginoso plagio desarrollado por los chinos , capaces de mandar con calma un ejército de pega de guerreros de terracota al Museo de Etnología de Hamburgo (2007) para provocar la furia de su director, que llegó a devolver la entrada a los crédulos espectadores. Tal vez tendría que haber recordado que, cuando se produjo en el Louvre el robo de la Gioconda, el público llegó a hacer cola y a pagar religiosamente para ver una ausencia .

Lo obvio y lo obtuso

No me dejaré llevar por el rapto psicoanalítico, aunque tengo que parodiar la consideración lacaniana de que todo objeto no es otra cosa que un «objeto perdido». En la época de la compresión, con la urgencia twittera , las ocurrencias «meme» y los regalos en «loop» del «gif», cuando nos seducen más los «glicht» que la alta definición, conscientes de que, como apunta Hito Steyerl , el «“spam” será nuestro legado», nos entretenemos con una combinación de frikismo y plagiarismo. La estética de «lo obvio y lo obtuso», tras los años apropiacionistas en los que los artistas se administraban la retórica del simulacro a lo Baudrillard , nos deparó unas dosis demoledoras de realismo traumático cuando no de un arte del «shock» que, a la postre, terminó usando indiscriminadamente moscas o diamantes .

Los nativos digitales nos enseñan que el «copy-paste» es el pasado y que, desde hace tres años, lo que se lleva es el Clipboard, la captura «personalizada» de todo aquello que, en realidad, dejamos para más tarde . Aunque algunos describen el placer del «data parsing», no parece que sea menos delirante que lo que escribía Jack Nicholson en « El resplandor »: «Puro trabajo y nada de juegos hacen de Jack un niño aburrido». Tal vez sea el tedio lo que desata las pulsiones copistas y, en una tonalidad retromedieval, estemos componiendo intricadas glosas en la red.

Como apuntó Hito Steyerl, el «spam será nuestro legado a las generaciones futuras»

Como declara sin tapujos Kenneth Goldmisth en su último libro , estamos perdiendo tiempo en Internet, participando en la viralización de cualquier cosa, entregados a la rumorología, haciendo que lo aurático dé vueltas sin tino en el microondas. El objeto anestético y radicalmente epidémico del siglo, aquel urinario pedestalizado, resulta que puede ser una copia de una ocurrencia de Else von Freytag-Loringhonen, la excéntrica Baronesa Dadá. Por fin tendríamos el «Génesis» artístico verdadero: «En el principio fue el “fake”» .

Toda genealogía de la impostura es sospechosa pero no podemos olvidar a Elmyr de Hory , que se definía como alguien a quien «le gusta jugar con la verdad», ni a Nick Stove . Los esfuerzos teóricos de Cheryl Berstein fueron apropiados, aunque las obras epigónicas de Elaine Sturtevant, Mike Bidlo o Sherrie Levine no suscitan furor, sino que parecen los fósiles de un tiempo colapsado. La magia de Orson Welles en « F for Fake » me lleva a reconocer que entre la palabra 559 a la 583 de este texto todo es mentira. Carecemos del disimulo renacentista y, si nos enmascaramos, es para dar sustos como esos payasos siniestros que corren el riesgo de ser tiroteados en EE.UU. La estrategia irónica está sobadísima y, a pesar de ello, surgen algunas obras capaces de desconcertarnos como « Operación Palace », de Jordi Evole . que funciona como uno de los mejores documentos (sintomatológicos) de la época consparanoica.

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