LIBROS
«El arte de la ficción»: James Salter, últimas palabras
Las letras norteamericanas tienen en James Salter a uno de sus grandes artífices. Ahora se editan unos textos -escritos poco antes de morir, hace tres años- sobre el arte de la escritura
A esta altura, la historia real de James Salter ya es muy bien conocida por todos aquellos a los que les interesan las verdaderas buenas ficciones. De hecho, el propio Salter la narró en una ardiente «memoir» de 1997 titulada «Quemar los días»: hombre de acción y piloto de caza hemingwayano (a propósito de la Fuerza Aérea escribió que «yo me la comí y me la bebí, estuve a su lado sin considerar el día o el clima, recité su discurso infinito, le entregué mi corazón»), posterior «bon vivant» fitzgeraldista (moviéndose entre Manhattan y las capitales europeas y «sets» de filmación como guionista con un aire entre Paul Newmann y Don Draper ), y celebrado «escritor de escritores» por nombres que incluyen los de Graham Greene, Susan Sontag, Richard Ford , John Irving , Julian Barnes, Ondaatje, Joseph Heller, Harold Bloom y todo aquel más o menos preocupado por comprender el misterio y el don de la construcción de frases perfectas sin por eso dejar de indignarse por su privilegio/estigma de ser «el más secreto de los escritores secretos».
Por el camino, obras maestras como «Juego y distracción», «Años luz», los cuentos perfectos de «Anochecer» y «La última noche» (reunidos en inglés con prólogo de Banville con quien Salter compitió por el premio Príncipe de Asturias de 2014) y la despedida triunfal con esa extraña a la vez que clásica -y hoy, seguro, para muchas y muchos, demasiado «masculinista»- novela de título tan honesto como transparente, tan humilde como soberbio: «Todo lo que hay».
Amplio de ambiciones
Ahora - faltando aún por traducirse una de sus novelas de combatiente en las nubes, su poesía, la correspondencia con Robert Phelps y una recopilación de recetas gastronómicas junto a su esposa Kay, sus crónicas de viaje, una sustanciosa recopilación de entrevistas en la canonizadora serie editada por la University of Mississippi Press, y el recién aparecido en Estados Unidos armonioso rejunte de sus artículos periodísticos variados «Don’t Save Anything»- llega este pequeño en tamaño pero amplio en intenciones «El arte de la ficción».
Decía: «Me gusta frotar las palabras entre ellas, sentirlas dar vueltas y chocar»
Destilados a partir de una crepuscular estadía, pocos meses antes de morir, como escritor en residencia en la University of Virginia , los tres textos aquí incluidos -es una lástima que la edición local haya optado por prescindir del profundo retrato que hace de Salter el colega y amigo y también literario macho alfa sensible John Casey, otro gran narrador al que no estaría mal que se tradujese- funcionan más y mejor si no se los considera meditadas reflexiones sobre la teoría sino inspiradas charlas acerca de la práctica.
Discurso juguetón
No tienen, conviene anticiparlo, la densidad maliciosa y los fuegos artificiales de las enseñanzas de Nabokov (a quien Salter idolatraba y perfiló en Montreux) , pero sí ese encanto casual de coincidir con un ser luminoso junto a la barra de un bar con algo muy bueno en el vaso o la copa. Así, el discurso casi juguetón en su libre pero disciplinada asociación de ideas de Salter -paradigma del «self-made writer», siempre más cerca de lo que le gusta que de lo que debería gustar- no pasa por el férreo sermoneo de mandamientos sino por la delicada evangelización a base de afectos teniendo claro que no se puede enseñar a escribir pero sí a leer a partir del ejemplo de los maestros ; teniendo bien en claro que el escritor no es otra cosa que su estilo y admitiendo que todo lo que aprendió ha venido de los libros.
Aquí, entonces se evocan el ya mencionado Nabokov, Faulkner, Babel, Balzac, Bellow, Kerouac (compañero de escuela), Hemingway y tantos otros que lo guiaron en lo que él entendía como el arte de «juntar palabras... me gusta frotar a las palabras entre ellas, como si las tuviera en una mano cerrada. Sentirlas dar vuelta, chocar, y después elegir nada más que a las mejores». Alguien que, cuando le preguntaban qué es lo que más deseaba en la vida, respondía con soberbia humildad que «ser inmortal».
Con la misión cumplida y la obra vencedora, Salter vuela de regreso a su base.