LIBROS

Arriba y abajo, con el mundo por montera

Robert Macfarlane pertenece a la estirpe de los mejores escritores de viajes, que ansiaron conocer gente para conocerse a sí mismos

El británico Macfarlane con la mochila a cuestas
Rodrigo Fresán

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La idea del libro/crónica de viaje está implantado en nuestro ADN desde el principio de los tiempos: por ahí siguen fluyendo Herodoto y Moisés y Homero y Marco Polo y Dante . Más tarde y entre muchos otros, escritores como Melville, James, Dickens, Twain, London, Dinesen, los Lawrence (D. H. y E. T.), Hemingway, Capote y Naipaul no dudaron en trazar sus vidas nómades como parte importante de su obra sedentaria. Viajando se conoce gente pero, también, se conoce uno mismo. Así, de un tiempo a esta parte, puede pensarse en un modelo de escritor inquieto como generador de todo una especie literaria que bien podría bautizarse como «movimiento de autor». Por allí vienen los Durrel, Fermor, Sebald, Chatwin, Theroux, Matthiessen, López, Laing, Dyer, Solnit (en nuestro idioma Caparrós, Del Molino y Gabi Martínez ) y aquí llega y sube y baja Macfarlane.

Macfarlane (Reino Unido, 1976) selló por primera vez su pasaporte en 2003 por todo lo alto con el muy celebrado/premiado (y ahora rescatado) Las montañas de la mente dedicándose a la fascinación por las alturas. Varios libros después, propone en Bajotierra (2019) opuesto complementario insistiendo en su ya registrada marca entendida por críticos como «tal vez un género que acaso demande nueva categoría». Afirmación un tanto extrema; porque lo de Macfarlane no es un paso novedoso. Ahí estuvo y sigue estando Chatwin.

Misticismo

Lo que sí destaca y le distingue es una prosa encendida y epifánica y, por momentos, bordeando un misticismo bien entendido que no cae nunca en el exceso. Puede reprochársele cierta falta de humor/ingenio. Pero lo que se le extraña en este sentido lo compensa con su astucia para escoger destinos del arriba y del abajo hasta conseguir un muy acabado panorama. En este sentido, brinda lo que todo travel writer tiene la responsabilidad de ofrecer: un itinerario que de pronto se antoja tan natural como inevitable pero que hasta ahora no figuraba en ningún tour de agencia de viajes.

Siempre bien acompañado (Borges, rilke, Bowie...), con un ecologismo que no cae en lo obvio

Así, en Bajotierra -al que dedicó una década- Macfarlane parte de legendarios descensos a infiernos (Gilgamesh y Orfeo así como sus contrapartes noreuropeas o precolombinas e indias) para luego trasladarse a sí mismo a vastos complejos cavernarios en las colinas Mendip, a catacumbas parisinas, al subterráneo río italiano Timavo, a un depósito de desechos nucleares en las profundidades de la isla Olkiluoto o a recámaras funerarias prehistóricas. Acaba mapeando ese territorio «ajeno aunque profundamente humano» y fuera y dentro de nuestro mundo que «nos provoca temor a la vez que es aquel que escogemos para preservar nuestras cosas más queridas y así liberarlas de la tiranía del tiempo».

Siempre bien acompañado (Rilke, Borges, Wells, Calvino, David Bowie...) y por una militante preocupación ecologista que nunca cae en la obviedad. Protesta, sí. Pero lo hace con la más elegante y, finalmente, didáctica y convincente de las pasiones . De ahí que resulte muy apropiado que el descendente hacia lo alto periplo de Macfarlane concluya de regreso, en casa y levantando en sus brazos a su hijo: elevando así a quien alguna vez -si todo va bien-será el encargado de despedirlo en su hora última y definitiva de volver allí abajo.

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