MÚSICA

¿Archivos discográficos? No es para tanto

Superada por los usos y abusos de internet, la recopilación tradicional de éxitos da paso a la comercialización de los archivos discográficos, cara B de una historia del pop que abarata la categoría de las genuinas obras maestras

Los Beach Boys –en una fotografía de 2006– han sido uno de los grupos en sacar un recopilatorio desmesurado
Jesús Lillo

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Entre las lecturas escogidas para estas vísperas navideñas, tiempo de regalos, sección de discos , planta suelo, nos quedamos con un folleto promocional a modo de guía, pero también como advertencia de lo que se le viene encima al aficionado cada vez que a las discográficas les da por empaquetar, expandir –traducción directa del tecnicismo anglosajón, bastante explícita– y colocar en las tiendas un álbum clásico, saturado de extras que a menudo ni siquiera alcanzan la categoría, muy devaluada ya por internet, de la curiosidad . Para muestra, un botón: «El primer disco incluye el nuevo “remix” de Steven Wilson del álbum, además de “Living in the Past” y “Driving Song” (caras A y B de un “single” que no aparecía en el álbum), algunas mezclas alternativas incluidas en los sencillos y sesiones de la BBC. El segundo CD incluye ocho temas grabados en directo en el Stockholm Konserthuset el 9 de enero de 1969, así como las mezclas originales de “Living in the Past” y “Driving Song”, junto con algunos “spots” de radio». Más no se puede pedir, quizás una pegatina o el facsímil de un pase de «backstage», con una cinta para el pescuezo.

Lo de menos es el trabajo original al que se refiere este desplegable publicitario . Tanto da: bastaría con eliminar los nombres propios, los títulos y las fechas incluidas en este prospecto para cuadrar una plantilla que lo mismo podría servir para un roto que para un descosido. Si aquí el más tonto hace relojes, al peor cantante le hacen una «expanded edition» que quita el hipo y el sentido . Comprimido en archivos digitales, el saber ya no ocupa lugar, pero el tamaño de las cajas en las que la industria envasa estas producciones no deja de aumentar. El pasado se vende al peso o por metros cúbicos, sin otra consecuencia que la transformación, muy constructiva, de la excepcionalidad en vulgaridad. Lo que deberían ser monumentos de la memoria cultural son ya contenedores . Todo es bueno para el convento.

Material sobrante

Cuando desapareció Michael Jackson y los peritos de Sony entraron a saco en sus archivos, lo que primero llamó la atención del aficionado no fue la pésima calidad de lo que allí se encontró –lo que obligó a la compañía a falsificarlo deprisa y corriendo–, sino la escasez de material inédito con el que armar un trabajo de investigación a la altura del genio del autor de «Beat It» y contribuir a jerarquizarla en el mercado del pop.

En las actuales circunstancias, hostiles para el conocimiento, la paradoja de internet –la relevancia se mide por el ruido generado en las redes sociales o por la cantidad de espacio que cada cual ocupa en la Wikipedia, donde Chewbacca triplica al doctor Fleming – se materializa y coge cuerpo en unas ediciones expandidas que al peso y al bulto documentan la inflación artística de quienes con la venia del mercado se han habituado a suplir sus carencias con material extra, y no en su acepción de extraordinario, sino de sobrante.

Los trabajos preparatorios que en las artes plásticas ilustran el proceso de creación de una obra maestra –expuestos en muy contadas ocasiones, y aún con menos frecuencia de forma permanente– son el modelo que ha seguido la industria del pop para sacarle la pringue a todos y cada uno de sus artistas, sin distingos y sin la necesaria gradación que exigirían unos criterios que en el campo de la historia no pueden ser estrictamente comerciales y que, a la postre, han terminado por hacer tabla rasa en un escalafón creativo en el que a cualquier pelagatos se le hace un «making off» y donde la abundancia de tomas falsas con presuntas credenciales documentales desemboca en un igualitarismo que confunde .

La paradoja de internet, conocimiento al peso, se materializa en estas ediciones expandidas

Por lo visto y oído, todo ser humano debe de tener derecho, además de a una vivienda y un trabajo dignos, una sanidad pública que incluya dentista y un abono de transporte rebajado de precio hasta los veintitantos años, a editar sus caras B, sus ensayos, sus tomas alternativas y sus remezclas, y a empaquetarlas en una caja –«box set» en el mercado– que ronde el medio kilo de peso, pero ni siquiera los Beach Boys –de nuevo ampliados y expandidos, otra vez con su « Pet Sounds (50th Anniversary Edition) »– aguantan tanto repaso.

Klaus Schulze, Enrique Morente, Eyeless in Gaza, Geordie, Banco de Gaia o Robbie Robertson son algunos de los últimos ejemplos de un proceso reproductivo que, sin llegar a los veintisiete discos –doce horas de música– de la última y ahogadiza antología de Pink Floyd , abusa de la inocencia del aficionado para falsificar de forma premeditada y continua el concepto de obra maestra. La muerte de la recopilación de éxitos, inútil en un mercado en el que cada oyente puede ya elaborar y ordenar su propia lista de canciones favoritas, ha forzado una nueva jugada comercial, aún más perversa. Si hasta ahora y a fuerza de repetirla se reforzaba el carácter clásico de una recurrente colección musical, ahora se avala su carácter presuntamente revolucionario con una sobrecarga, a menudo gratuita, de sus esbozos. No hay investigación, ni debate, solo ganas de marear la perdiz y enlatarla .

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