TEATRO

Antonio Buero Vallejo, abrir los ojos

Con «Historia de una escalera», dirigida por Cayetano Luca de Tena en 1949, comienza Buero una obra rubricada por la lucidez

Carmen R. Santos

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En 1951 la aparición de la novela «La colmena», de Camilo José Cela, supuso un punto de inflexión en la narrativa española de postguerra. Antes, en 1944, el poemario «Hijos de la ira», de Dámaso Alonso, marcó la renovación de la lírica. En el ámbito escénico sería Antonio Buero Vallejo quien planteó un tipo de teatro que nada tenía que ver con el habitual en esos momentos , en el que dominaba el escapismo, la evasión. Precisamente por esas fechas Buero advirtió: «Necesitamos un teatro de realidad, y no de evasión; necesitamos por ello, y de una manera especial, la rehabilitación del sentido trágico en nuestro teatro, muerto desde Lorca, Unamuno y algunas obras de Benavente». A esa tarea se dedicó toda su vida desde que en 1949, tras haber salido hacía poco de la cárcel, se alzó con el recuperado premio Lope de Vega .

El jurado, entre el que se encontraban J uan Ignacio Luca de Tena y Cayetano Luca de Tena, otorgó el galardón por unanimidad a «Historia de un escalera», que el segundo estrenaría el 14 de octubre del mismo año en el madrileño Teatro Español en un montaje memorable, que cosechó un rotundo éxito , y que puso también de manifiesto el impulso innovador de Cayetano Luca de Tena en la dirección escénica. Después volvería a subir a las tablas dos obras de Buero Vallejo: «Casi un cuento de hadas» y «Madrugada».

Alfredo Marquerie , crítico de teatro de ABC en 1949, saludó las enormes posibilidades del joven dramaturgo, y destacó en Historia de una escalera: «Sencillez de expresión y hondura de sentimiento, no teatro de ideas, sino teatro de pasión , alto y noble concepto de lo trágico». Mucho tiempo después, en 2003, Juan Carlos Pérez de la Fuente dirigió «Historia de una escalera» en la reinauguración del Teatro María Guerrero, en una puesta en escena que contó en el elenco actoral con Victoria Rodríguez .

Entre medias, numerosos montajes profesionales y «amateur», pues Buero siempre ha atraído el interés del teatro aficionado. Recordemos, entre otros: «En la ardiente oscuridad» -pieza emblemática del tan querido por Buero asunto de la ceguera como símbolo -, dirigido por Luis Escobar; «El tragaluz», bajo la batuta de José Osuna y con un inmenso José María Rodero en el papel de Mario; «Las Meninas» y «La detonación» -sobre la figura de Larra-, ambas a cargo de José Tamayo, brillantes muestras de un teatro histórico que nos habla del presente; y «Misión al pueblo desierto» -su última obra-, dirigida por Pérez Puig y Mara Recatero. Señaló Buero que el propósito unificador de su teatro era el de «abrir los ojos». Y subrayaba: «¿A qué? A la verdad, naturalmente, a la verdad». Si nos olvidamos de nombres como el de Antonio Buero Vallejo condenamos a las nuevas generaciones a vivir con los ojos cerrados .

Antonio Buero Vallejo, abrir los ojos

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