LIBROS
Anne Tyler mueve las manecillas del reloj
La nueva novela de la escritora norteamericana es el más «annetyleresco» de sus libros, un compendio de su estilo
No hace mucho, en una entrevista con «The New York Times», Anne Tyler (Minnesota, 1941), suspiró con una sonrisa y dijo: «Cada vez que comienzo a escribir un nuevo libro pienso que, sí, éste va a ser por fin completamente distinto a los anteriores . Y entonces, de pronto, ya no lo es. Es igual a todos los que escribí». Algo de eso hay pero no es así del todo en «El baile del reloj». Porque la vigésimo segunda novela de Tyler posee una más que atendible particularidad y, de algún modo, una diferencia decisiva: la de ser la novela más «annetyleresca» de Anne Tyler hasta la fecha.
Me explico y quien lo explica es un fan confeso: las historias de Anne Tyler -ganadora del National Book Critics Award en 1985 y el Premio Pulitzer en 1989, comparada con Jane Austen y Eudora Welty y Charles Dickens- suelen estar entramadas en dos modalidades sobre las que sus miles de fans no suelen ponerse de acuerdo en cuanto a en cuál de ellas descolla más y mejor la autora. Por un lado están aquellas que se extienden a lo largo de décadas y de amplias familias (posiblemente «Reunión en el restaurante Nostalgia» sea su cumbre) y por otro aquellas que transcurren en tiempo real y abarcan como mucho un puñado de meses y a un reparto reducido («El turista accidental» es lo más alto que ha llegado en ese formato, pienso).
Ambos modelos
La buena noticia para todos es, entonces, que «El baile del reloj» -que continúa la buena racha que se inició con la magnífica «El hilo azul»- combina con gracia ambos modelos: hasta la página 197 se las arregla para destilar los años que van de 1967 y 1997 con un magistral manejo de la elipsis y desde ahí y hasta el final cuenta apenas unos pocos pero muy decisivos días.
Y lo que «El baile del reloj» cuenta a través de décadas o a lo largo de unas semanas es el tránsito transfigurador de Willa Drake (de sesenta y un años y a quien no cuesta nada imaginar con el rostro de Meryl Streep) yendo desde la Arizona en la que reside hasta ese Baltimore de Tyler que poco y nada tiene que ver con el de John Waters o el de The Wire.
«Show» televisivo
Aquí, de nuevo, sí, por suerte para nosotros, lo mismo de siempre que es nada más que lo suyo: el teléfono como portador de noticias que van a cambiarlo todo para siempre, parejas frágiles, maridos amablemente insoportables, madres en apuros, hijos que sólo quieren que se acabe el almuerzo y acaso lo más importante y definitivo de todo: un grupo surtido de vecinos que van de lo querible a lo «freak». Sumarle a lo anterior a la verdadera estrella de la función: Cheryl y sus nueve años y su manera de ser prodigio sin caer en excesos zen «à la Salinger» y sin por eso privarse de ser casi adicta a un extraño «show televisivo».
Así, el grueso de «El baile del reloj» pasa por las conversaciones entre Willa y Cheryl. Conversaciones que uno desea poder seguir oyéndolas con los ojos por varios cientos de páginas más. El único defecto que puede hacérsele entonces a esta novela es que se queda sin cuerda y se detiene demasiado pronto (crítica subjetiva de quienes jamás quieren llegar al final de un libro de Anne Tyler) y que deje de hacer tic-tac con un último párrafo en el que, en unas pocas líneas y reforzando aún más el prodigio técnico que aquí late, Tyler despida a Willa dándole la bienvenida. Y, al mismo tiempo, nos deje a nosotros a la espera de lo próximo suyo que será -seguro, por suerte, con diferencia- algo muy parecido a otro libro de Anne Tyler.