LIBROS

Andrés Barba: «La infancia es el mundo más falseado de todos»

El escritor madrileño se ha alzado con el Premio Herralde 2017 con «República luminosa» (Anagrama), una inquietante novela que nos plantea el nada políticamente correcto asunto de la violencia ejercida por niños y adolescentes

El novelista, ensayista y poeta madrileño Andrés Barba
Carmen R. Santos

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Andrés Barba (Madrid, 1975) se licenció en Filología Hispánica por la Universidad Complutense y asimismo ha llevado a cabo estudios de Filosofía y realizado una estancia en la mítica Residencia de Estudiantes de Madrid. Sin duda, es uno de los autores más brillantes de la actual literatura española, cuya obra se ha traducido a numerosos idiomas. No en vano, en 2010 la prestigiosa e influyente revista británica «Granta» le seleccionó como uno de los veintidós jóvenes escritores más destacados de habla hispana . Muy versatil, cultiva la novela, el ensayo y la poesía, sin olvidar la literatura destinada a los más pequeños.

En el primer género, ha dado a la imprenta «El hueso que más duele», «La hermana de Katia» -llevada al cine por la directora holandesa Mijke de Jong-, «Ahora tocad música de baile», «Las manos pequeñas» y «Agosto, octubre», entre otros títulos. En el segundo, «La ceremonia del porno» -junto a Javier Montes-, «Caminar en un mundo de espejos» y «La risa canibal». En el ámbito poético en 2015 nos ofreció «Crónica natural» , donde aborda el duelo por la muerte del padre, una cuestión muy presente en las letras de todos los tiempos y países al que Barba da un sello personal.

Por otro lado, Andrés Barba ha realizado exposiciones de fotografías, actividad que también ocupa sus desvelos, al igual que la traducción - entre otros autores ha vertido a nuestra idioma a Herman Melville, Josep Conrad , Daniel Defoe, Henry James y Natalia Ginzburg-, y la impartición de cursos y talleres literarios. A lo largo de su trayectoria, se ha hecho acreedor de varios galardones como el Torrente Ballester y el Juan March de Narrativa, o el Anagrama de Ensayo por «La ceremonia del porno». Ahora, acaba de obtener el XXXV Premio Herralde por «República luminosa», novela de gran intensidad, en la que, a través de un narrador en primera persona, nos sumerge en los turbadores acontecimientos que asolaron la pequeña localidad tropical de San Cristóbal, enclavada entre la selva y el río. Allí, una banda integrada por treinta y dos niños y adolescentes aparece de repente y toma la ciudad de manera violenta.

-Muy sugerente es el choque entre el título y el contenido. No es precisamente luminoso el universo de «República luminosa».

-Puede ser que a muchos les resulte que lo terrible no puede llegar a ser, de alguna manera misteriosa, también luminoso, pero a mí me parece que es así. Me costó encontrar el adjetivo que quería que acompañara a «República» en ese título, pero cuando lo hallé ya no tuve ninguna duda, pensé que encajaba a la perfección.

-Ya abordó el mundo de la infancia en «La hermana de Katia» y, sobre todo, en «Las manos pequeñas». ¿Le fascina especialmente? ¿Por qué?

-Me interesan los mundos que hemos habitado ya y reinventado desde la falsedad. La infancia es el más falseado de todos. Casi todos los adultos la han embellecido o han olvidado sus matices oscuros o ambiguos. Me propongo recuperar la infancia desde la memoria pero con todo aquello que tenía cuando era real: ambigüedad, miedo, incertidumbre, euforia, alegría, etc

«Conrad está en el eje de la decisión de situar esta novela en una ciudad tropical entre la selva y el río»

-¿La violencia forma parte de las pulsiones infantiles, aunque a veces queramos negarlo?

-No es que a veces queramos negarlo, es que lo negamos siempre, como individuos y como sociedad. Cada vez que se da un caso de violencia infantil (protagonizada por niños y dirigida a otros niños) pensamos que ha sido por algún tipo de influencia perversa, que ha habido algún adulto o instancia social que han pervertido al niño. Algo nos imposibilita a pensar que la violencia también es una instancia natural de la mente y el comportamiento infantiles. Necesitamos protegernos de esa idea porque hemos determinado que la infancia es para nosotros el paraíso irrenunciable.

-Encabeza la novela una cita de Gauguin: «Solo hay dos cosas que no pueden ser ridículas: un salvaje y un niño». ¿Un salvaje es un niño y viceversa?

-En cierto modo sí, y desde la Ilustración. El mito del buen salvaje de los enciclopedistas para referirse a la infancia instaura en buena medida la imaginería de «angel que precisa de educación» mezclado con «bestezuela instintiva» en la que estamos anclados. Un niño, evidentemente, es mucho más que eso, pero esa categoría social es tan totalizadora que es difícil eludirla.

-Al escribir «República luminosa», ¿pensó en «El señor de las moscas», de William Golding?

-La verdad es que no siento un gran amor por Golding, me parece un escritor muy de tesis, al que se le ven las intenciones sociológicas demasiado claramente. Me atraen mucho más, en ese sentido, «Los chicos terribles» de Cocteau, por ejemplo, o «El niño criminal» de Jean Genet.

«Siempre me ha gustado cuando en las novelas se incluyen textos de otra naturaleza, o escritos por otros autores. Se produce una ilusión de totalidad»

-¿Desde que se le ocurrió, decidió situar la historia en una población tropical, en una ciudad enclavada entre la selva y el río? ¿Quizá porque ahí puede diluirse más fácilmente la línea, siempre frágil, entre civilización y barbarie? ¿Está Conrad, a quien usted ha traducido, de fondo?

-Sí, por supuesto. Conrad está en el eje de esa decisión. Con mi mujer, la escritora Carmen Cáceres, traduje para Sexto Piso los relatos completos del autor de «El corazón de las tinieblas», y aquel encargo fue casi un taller intensivo. Me dio muchas claves para adaptar esta idea que antes había intentado formular de una manera más urbana y por eso nunca me había salido a derechas. La selva y el río, dos elementos robados a Conrad, componían el escenario más que adecuado, lo que me estaba faltando.

-Resulta interesante que se incluyan páginas del diario de la niña Teresa Ontaño. Consiguen muy bien transmitir la mentalidad y el punto de vista infantiles.

-Siempre me ha gustado cuando en las novelas se incluyen textos de otra naturaleza, o escritos por otros autores. Por un instante se produce una especie de ilusión de totalidad que ayuda mucho a la verosimilitud general del libro, si se hace bien, claro.

«La violencia es natural en los niños. Pero necesitamos protegernos de esa idea porque hemos determinado que la infancia es el paraíso irrenunciable»

-«Las narraciones y crónicas son como los mapas. De un lado quedan los colores grandes y sólidos de los continentes, esos episodios colectivos que todos recuerdan, del otro las profundidades de las emociones privadas, los océanos», leemos en «República luminosa». ¿El novelista ha de ser sobre todo quien bucee en esos océanos?

-El novelista en este caso está escondido bajo esa otra figura del cronista, que es una fórmula a la que he cogido cierto cariño por lo que he comentado antes, esa ilusión de totalidad. La pulsión por la verdad es, en última instancia, una pulsión imposible. No se puede contar la verdad, no se puede dar cuenta de la verdad, siempre hay algo que se pierde, pero podemos quedarnos relativamente cerca si elaboramos un género en el que se incluya el mayor número de perspectivas posibles.

-¿Qué supuso para usted, aparte de la satisfacción personal, ser elegido por la revista «Granta» como uno de los mejores narradores jóvenes en español?

-Una oportunidad para viajar y para conocer mejor a mis compañeros de generación de este y del otro lado del Atlántico.

-Usted imparte cursos y talleres de narrativa. ¿Qué tres consejos esenciales le daría a alguien que se ha lanzado, o quiere hacerlo, a escribir una novela?

-Que escriba, que lea y que escriba. Y que no haga ninguna otra cosa.

-¿Su labor de traductor le influye / le interfiere en sus propias creaciones? Imagino que tendrá usted que salvaguardar su cosmovisión, su estilo...

-Por lo general es un oficio agradable e inocuo. Muy rara vez una traducción es tan absorbente que afecta al estilo, aunque es cierto que hay algunos autores (como Natalia Ginzburg para mí) que pueden llegar a ejercer una gran influencia cuando uno convive con ellos demasiado.

-Es novelista, ensayista y poeta. ¿Se siente más cómodo en alguno de estos géneros?

-Me siento cómodo cambiando de género. Esto facilita que uno no se “profesionalice” y se llene de tics, de lugares comunes y de trucos porque siempre están en un lugar nuevo, al que tienen que adaptarse otra vez.

-Usted ha sido uno de los Invitado de Honor en la reciente Feria del Libro de Guadalajara (México). ¿Cómo ha vivido esta experiencia?

-Muy intensamente y me temo que con una excesiva cantidad de tequila reposada.

Andrés Barba: «La infancia es el mundo más falseado de todos»

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