LIBROS
Andrea Camilleri y el microcosmos del mal
Camilleri es el maestro italiano del género negro y a sus 93 año no para. «La pirámide de fango» es su última entrega
Al Salvo Montalbano de Camilleri le pasa lo mismo que al Mario Conde de Leonardo Padura : a la vez que sus autores, están envejeciendo. Andrea Camilleri pasa de los noventa y, en «La pirámide de fango», vigésimo cuarta novela con Montalbano como protagonista, la realidad de los habitantes de Vigàta, imaginaria localidad siciliana en la que transcurren las investigaciones del inspector, queda ya muy lejos de los últimos años del siglo XX, cuando «La forma del agua» se convirtió en el primero de los títulos de una serie que en Italia cuenta ya con veintisiete entregas y asciende con frecuencia al top de ventas .
En esta ocasión, el tradicional despertar de Salvo, que inaugura cada historia, es triste. Llueve sobre Marinella, donde reside junto a la playa, y ese clima desapacible se convierte en el espejo, por un lado, del ánimo de los personajes y, por otro, de la inhóspita escena del crimen : un solar salpicado de charcos y material de obra, en el que aparece muerto el contable Gerlando Nicotra.
Melancolía pícara
«En una ocasión, había querido hacer un experimento. Había cogido una hoja con un sello que decía “urgentísimo contestar de inmediato” y la había guardado en un cajón. Habían pasado meses y más meses, y nadie se había dado cuenta de que no había contestado». La melancolía pícara que impregna el universo de Camilleri lo convierte en imprescindible y lo enfrenta a otras visiones de Sicilia más severas , en las que los hechos siempre parecen transcurrir a las doce del mediodía, sin aristas ni debilidades. Por eso, la austeridad de Leonardo Sciascia o el desprecio sensorial de Livia de Stefani se completan con la agilidad de los diálogos del exguionista Camilleri , tan rápidos que muchas veces nos parecen una transcripción. En ellos, hay crimen y mafia -y en esta ocasión una crítica mordaz a la burbuja inmobiliaria y el tráfico de influencias en la concesión de obras públicas-, pero también vida cotidiana, la que se filtra por las llamadas telefónicas de Salvo a Livia, o en el día a día de la comisaría.
De esta manera, Vigàta adquiere una doble dimensión: retrata «sólo» Sicilia y, a la vez, se convierte en un microcosmos que ya acumula gran parte de las maldades del mundo; un lugar de visita obligada para todos aquellos capaces de comprender que el mal no es una excepción, sino un ingrediente más en la existencia humana , a la que no perturba. Más bien, forma parte de ella.