LIBROS
Una amarga visión de Barcelona
Aro Sáinz de la Maza traza una radiografía urbana de la Ciudad Condal después de los ataques terroristas del 17 de agosto de 2017
«Todos están muertos» , eso repite semiinconsciente en el hospital Clínic de Barcelona un chaval que, ensangrentado y con claros síntomas de agotamiento, se ha desplomado horas antes a escasos metros de la comisaría de la plaza de España. Aparte del suyo, en el exhaustivo análisis que le han realizado al ingresarlo en el centro sanitario, han identificado en su cuerpo el rastro de otros tres grupos sanguíneos, y eso huele a asesinato múltiple … pero nadie sabe de dónde ha salido el chico ni el papel que ha interpretado en la posible tragedia.
De esta manera, Aro Sáinz de la Maza (Barcelona, 1959), retoma en Dócil , por tercera vez, la cotidianidad de Milo Malart , el inspector del Grupo Especial de Homicidios de los Mossos d’Esquadra con el que mantiene un idilio literario desde que, en 2012, publicó El asesino de la Pedrera , rebautizada posteriormente como El verdugo de Gaudí (Booket), y al que en esta ocasión reencontraremos desafiando al mar en unas pocas páginas que, por sí solas, ya valen más que algunas novedades de literatura policíaca completas.
Con dos conexiones mentales inevitables -el recuerdo de El juego del ahorcado , de Imma Turbau , ahora en Navona, y el crimen real de Pioz , narrado con detalle en el true crime de Beatriz Osa Olor a muerte , publicado por Alrevés- la novela cuenta con un estilo sorprendentemente poético, que contrasta con el tono de las entregas anteriores de la serie, y una crítica visión de la Ciudad Condal durante el periodo posterior al ataque terrorista de Las Ramblas; dos rasgos interesantes que no hacen sombra, sin embargo, a la mayor fuerza de Dócil : su capacidad para contar la historia valiéndose de forma equilibrada de todos los elementos narrativos y no solo del diálogo y la acción, los dos mecanismos más recurrentes en el género.
Es así como Sáinz de la Maza, que elige a Bach para introducirnos en la melancolía de Milo, nos ofrece algo cada vez más difícil de conseguir en la ficción criminal: un retrato honesto de su protagonista, creíble en su debilidad y en sus constantes dudas; y una radiografía urbana cuyo valor se ha visto multiplicado a causa de la pandemia, porque de repente se ha convertido en el reflejo de un mundo que ya no existe y no sabemos si seremos capaces, tanto para bien como para mal, de recuperar.