Nélida Piñon - Desde la otra orilla del Atlántico

Mi amable mentiroso

Las terrazas de los cafés pueden deparar encuentros muy singulares. Por ejemplo, con un contador de historias no del todo verosímiles, pero fascinantes

La Ópera Estatal de Viena

NÉLIDA PIÑON

Estaba yo en Viena, en la terraza de un hotel enfrente del Teatro de la Ópera , comiéndome un sacher, deliciosa tarta de chocolate, cuando un hombre de piel trigueña caminó hacia mi mesa . Sentí que podía pasar algo. No me moví ni pedí socorro al camarero. La mirada del hombre, sin embargo, me tranquilizó . A mi lado, ceremonioso, pidió permiso para sentarse.

Al concederle la gracia, enseguida me dijo: soy un náufrago . Alguien cuya vida era un libro de aventuras. Antes incluso de tomar el tren, en Venga, que lo trajo a Viena, de atravesar el Mediterráneo, parte a nado y parte en barco, como clandestino , había sufrido muchos sinsabores. Hasta naufragó consiguiendo, con todo, salvar unos manuscritos que le habían confiado en el puerto de Trípoli. Después de todo, no era el primero en el mundo en salvar unos papeles mientras nadaba. Camões , el poeta portugués, había hecho lo mismo. Mucha gente ha naufragado preservando, además de la vida, un objeto apreciado o un libro entero.

El impulso del vendaval

El bello náufrago, que visiblemente amaba las mentiras, se llamaba Ian. Había nacido en el Bósforo y, siendo niño, fue llevado al desierto de Gobi , donde el padre cada mañana amenazaba a la madre con llevarse el niño a China en caso de que siguiese sin dirigirle la palabra dentro de la tienda en que vivían. Una tienda, por cierto, armada justo en medio del desierto.

Aveces, cuando soplaba el viento, esta casa de tela parecía una vela prendida al mástil de un barco que surcaba los mares . Bajo el impulso del vendaval de arena en movimiento, la tienda era arrastrada lejos . Iba a parar a la orilla de la carretera, o a saber dónde. Era como si en vez de vivir en la tierra, a la sombra de las palmeras, viviesen sobre las aguas.

El hecho, lejos de asustarlos, los alegraba. Al padre le horrorizaba que cada día pudiese asemejarse al anterior . Así, gracias al viento, disfrutaban de una vida animada, no sabiendo nunca dónde amanecerían.

Parecía transmitir que tenía dotes inmortales procedentes de una tribu que había sido capaz de cargar un hato de comida y cultura

La madre escuchaba indiferente la eterna cantinela del marido. Esa de que en caso de que siguiese muda él huiría a China. Ella se limitaba a encogerse de hombros, a darle la espalda. Sabía que antes incluso de que el marido huyese de casa, el mismo viento ya los habría arrastrado lejos . China no era más que un sueño que engrosaba la imaginación del marido.

De repente, Ian depositó en la mesa una cajita de música . Revestida de madreperla , bajo el impacto del sol, brillaba derramando colores, luces, intensificando el rubor de nuestras mejillas. Sujeté la caja simulando adorar un dios antiguo.

Me aseguró que la música de aquella caja venía de Viena; en cuanto a la madreperla, esta procedía de Asia, del fondo del mar . De esos océanos donde hombres y mujeres se zambullen en escaso taparrabos con una cesta alrededor del pecho y un cuchillo en la boca para abrir las conchas y defenderse de los tiburones. Esos monstruos que, por apreciar perlas y carne humana, tiñen las aguas con la sangre soñadora de aquellos jóvenes.

Historias sin fin

La cajita se la regalaron unos tártaros, vecinos de su gente. Un pueblo, dicho sea de paso, muy dado a misterios , que ocultaban su larga melena negra bajo un turbante que desenrollaban al anochecer y que les servía de colcha en cuanto refrescaba.

Mientras Ian me hablaba, su nostálgica mirada, quién sabe si rememorando un pasado espléndido, se perdía en el falso horizonte urbano . Comprendí que sus historias, pura invención, nunca llegarían a su fin aunque yo le reclamase un desenlace.

Pareció ofenderse con mi curiosidad o con lo que le sonaba a indiferencia. Al verlo sufrir con mi presencia, por dudar de mi fidelidad de oyente, redoblé mi atención . Casi le supliqué que prolongase la narración. Cómo podía abandonarme a mi suerte, justo a mí, que no sabía desarrollar las aventuras como él hacía con gracia y audacia.

Sin embargo, obediente a una naturaleza movediza, de hombre del desierto, que se dispersaba con naturalidad, se levantó e insistió en pagar mi cuenta, como si él también hubiera consumido una opípara comida. Me ofendí por tratarme como a una mujer incapaz de responder a sus propios gastos. Vencí su resistencia, pero no pude ganar la batalla porque se incorporó, inclinó la cabeza, como si fuese a irse lejos y nunca más nos volviésemos a ver. Se dispersaba simplemente entre las mesas y la multitud concentrada en torno a los pasteles y los sándwiches . Por última vez, él ya distante, supliqué con la mirada, pero nada le haría regresar a la terraza cerca de mí.

Había sufrido muchos sinsabores. Hasta naufragó consiguiendo, con todo, salvar unos manuscritos

Con todo, había un rayo de esperanza porque, desde donde se instalara, me miraba, prisionero de mi supuesta belleza femenina. Con espíritu incólume, parecía transmitirme la noticia de que tenía dotes inmortales procedentes de una tribu que había sido capaz de cargar a cuestas un hato de comida y cultura . Al contrario que yo, oriunda de América, según su pronóstico, con escaso arsenal de civilización.

Reaccioné observando las mesas vecinas. ¿Cómo aquel hombre extraño, recién llegado a mi vida, osaba golpearme de frente y transformarme en una sierva del desierto ? Al fin y al cabo, nosotros, americanos, teníamos desiertos, vientos, montañas, ríos caudalosos, una geografía que excedía la imaginación humana. Que no estuviese actuando, pues, como un conquistador ansioso por imponer reglas y conductas a los vencidos, sobre todo si se trataba de una mujer.

Callados, con la inminencia de perdernos para siempre, yo observaba a aquel beduino que se había posado en mi mesa como una mariposa amarilla lista para alzar de nuevo el vuelo. Al otro lado de la tierra.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación