ARTE
Alicia Framis: «Las peores enemigas de las mujeres somos las mismas mujeres»
La arquitectura de Alcalá 31, en Madrid, se convierte en un «pabellón» para que Alicia Framis nos haga reflexionar en clave de género, reactivando algunas de sus «performances» más memorables
El trabajo de Alicia Framis (Barcelona, 1967) ha tocado todos los palos («Es que ya soy muy mayor», se me excusa): de la soledad a la explotación infantil; del arte como herramienta que transforma la vida a la arquitectura o la utopía... Para su estrada ahora en Alcalá 31, su comisaria, Margarita de Aizpuru , ha preferido dotarla de una lectura feminista (que también tiene). Pabellón de género no es sólo la compilación de sus proyectos más laureados sobre dos de sus disciplinas favoritas (la performance y lo arquitectónico). Es también la constatación de una mirada desprejuiciada, muchas veces pionera, a la que aún le quedan páginas por escribir.
Alcalá 31 se está especializando en artistas españoles de media carrera. Su caso es especial porque no ha desarrollado su labor aquí. Apunta que se siente más cercana a un «artista holandés». ¿Cómo la vemos y cómo nos ve?
Yo me trasladé a Ámsterdam muy joven para estudiar un máster y me quede allí, en un momento, los noventa, donde lo que abundaba era el arte «relacional», inexistente para mí en España. Eso me impulsó a quedarme. También allí aprendí que el artista puede ser una figura que se implica con la ciudad, cuyo trabajo se valora como el de un dentista. Cuando yo iba a Hacienda, en España tenía que rellenar la casilla de «artistas y toreros», con una visión extraña de nuestro papel. Ahora, en Holanda, creo que mi práctica es ya muy nórdica, mientras que ellos me ven «muy española». Eso me hace gracia.
Incido en ese concepto de «media carrera». ¿En qué punto cree que se encuentra?
Marina Abramovic me dijo: «El día que tengas la menopausia te irá bien en el arte». Ahora entiendo la frase. Se refería a que a partir de los cincuenta las mujeres artistas ya no tenemos que demostrar nuestra valía. Me siento más respetada que antes. Aún así, a las mujeres nos cuesta que esto nos pase. Pero también me siento como al principio: me gustaría hacer muchas obras nuevas.
Aquí se aplica a lo suyo una perspectiva de género, un tema que admite que no es una constante en su obra. ¿No es eso forzar la máquina?
Tengo obras de género, pero mi discurso es mucho más amplio. Y tampoco quiero que me pongan esta etiqueta. He trabajado mucho sobre la utopía o la arquitectura, sobre las relaciones interpersonales, sobre nuevos tipos de vivienda... Esa es una parte de mí, pero no toda.
Y cuando ha salido a relucir este tema, ¿qué es lo que ha querido abordar?
He hecho hincapié en cómo las mujeres podemos hacer manifestaciones que no son una copia de las del hombre. Me ha interesado hablar desde ámbitos como el de la moda o relacionados con lo asumido como «de la mujer». Me interesan creadoras como Nancy Spero, cuyo arte es de denuncia pero sin que su trabajo refleje los dramas que aborda. Eso, para mí, es un arte más masculino.
Reconoce que esta mirada para una exposición en España «tenía todo el sentido». ¿Es la situación en nuestro país diferente a la de otros países?
Viviendo en una sociedad nórdica, creo que allí hay cosas sobre las que ya se ha pasado página. España, que es un país al que quiero mucho, tiene un problema de educación, de cómo se ha educado de manera diferente, por lo menos en casa, a hombres y mujeres. La violencia doméstica tiene su raíz en eso.
Le pediría que me definiera el concepto feminismo: cada vez estoy más convencido de que hay tantos como personas.
Estoy de acuerdo. Para mí es la reivindicación de igualdad entre hombres y mujeres, hasta tal punto que, cuando exista, no será necesario. No estoy a favor de que se tenga que pasar ahora a un matriarcado. Pero no tiene sentido que las mujeres sigan cobrando menos, que, frente a muchos artistas hombres mediocres, sea muy difícil que una mujer artista mediocre sobreviva...
Hablando de Beatriz Colomina en el catálogo como una de sus referencias, hay una afirmación que me llamó la atención: «En España, las artistas mujeres tiran piedras a las que vienen detrás». ¿Al final las mujeres son sus peores enemigas?
Sin duda. Y es algo que he combatido mucho en redes. Creo que es mi responsabilidad por tener más de cincuenta el ayudar a las que vienen detrás. Totalmente. Lo he visto y no me gusta. No voy a dar nombres...
Bueno. Sí que es más propio de usted el concepto «pabellón» (o habitación) que aparece en el título de la muestra.
Desde pequeña relacioné el pabellón con ámbitos libres en un edificio. Además, fui alumna de Dan Graham, que siempre los traía a colación. Él decía que la diferencia entre un artista y un arquitecto es que el primero tiene más libertad para pensar o construir que el segundo. Él se considera un arquitecto frustrado, que continúa en el arte porque le permite ser libre.
¿Es Alicia Framis otra arquitecta frustrada?
Me gusta mucho la arquitectura, no sé si tanto como para llegar a construirla, pero sí pensarla. De hecho, una de mis grandes influencias es la de John Hejduk, que nunca construyó.
Frente al binomio arte/vida, me interesa más su postura arte/(mejora la) vida.
El arte nos da las herramientas para pensar en la posibilidad de vivir de otra forma, de relacionarnos con los demás, de vivir juntos... En ese sentido, siempre somos vanguardistas.
Sin embargo, usted nunca fue utópica. Al contrario, fue más «atópica».
La utopía me ha dado siempre miedo. Su radicalismo acaba en autoritarismos. La atopía, sin embargo, me relaciona con espacios en los que cuando entras, como en mis «habitaciones», no sabes dónde estás. Pero ese momento de desubicación es el que te invita a cuestionarte cosas. No hay nada peor que vivir en tu zona de confort. El arte, la cultura, te proporciona cierto espacio para el desasosiego.
Con propuestas como «Anti Dog» estaba hablando hace años de violencia de género y racismo. ¿Visionaria o realidades que «se ponen de moda»?
Es verdad que hay cuestiones que yo toqué hace años, y para mí todo esto es sólo una continuación. La gente puede pensar que es mi aportación al #MeToo, pero, ¡qué va! Es parte del trabajo. Pero eso nos ha pasado a muchas artistas, de Spero a otras: Antes nos tachaban de feministas; ahora son cuestiones que se entienden mejor.
«Ocho de junio, libran las modelos» habla también de la cosificación del cuerpo femenino. Mi pregunta es cómo ve una mujer heterosexual el cuerpo de un hombre bien parecido.
Las mujeres hablan mucho de sexo. Ha habido mucho tabú sobre eso. Claro que cosificamos, pero no alardeamos de ello. Lo primero que hicieron todos los hombres cuando yo llegué a esta sala fue mirarme el culo. Es algo como institucionalizado. Una mujer no hace sentir tan incómodo a un hombre.
Pero le mira el culo...
Le mira el culo. Evidentemente... ¡Sí! [risas] . Pero somos más discretas.
¿Somos rehenes de lo políticamente correcto?
Para mí, lo políticamente correcto es un arma de doble filo. A mí me interesa el arte social, pero nunca me ha gustado la propaganda, y creo que hay mucho arte feminista que lo es. Se puede hablar de todo eso pero de una forma poética. El arte tiene que serlo.
Dice que le quedan muchas «habitaciones» por hacer.
Pues me gustaría hacer más que trabajasen sobre la figura masculina porque me doy cuenta de que el hombre también vive una crisis de identidad. Pero no retomaría la cuestión de manera negativa o vengativa.
Una duda que me queda: ¿Me ha mirado el culo durante esta entrevista?
No, te he mirado el pecho. Es la parte del hombre que más me gusta.