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Álex Grijelmo: «Los académicos de la lengua no son una banda de machistas»

Su ensayo «Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo» viaja a los orígenes de nuestra lengua y de sus asuntos de género. Para evitar confusiones y expresiones tan políticamente correctas como ridículas

Álex Grijelmo Ignacio Gil

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Acaban de jurar su cargo los nuevos ministros y ya hemos recibido la primera en la frente en lo que a cuestiones de género en nuestra lengua se refiere. Cada uno de los miembros del Gabinete (y no «miembras», por mucho que se empeñen en utilizar este «palabro»; no alcanza la categoría de palabra, pues no está reconocida como tal por la RAE ) ha tirado por petenera s. Unos han dicho aquello de «ministros y ministras»; otros, simplemente «ministros», haciendo uso del neutro de toda la vida sin complejo alguno, y los más intrépidos se han inventado lo de «ministras» para denominar a todo el equipo en el que trabajan 11 mujeres y 11 hombres codo con codo. El enredo, como en esas comedias de chiste fácil, está servido. La RAE lo zanja apuntando que desde el punto de vista gramatical no es correcto. En estos dimes y diretes lingüísticos llevamos desde que a algunos/as les ha dado por cambiar el género de las palabras a su antojo. El periodista Álex Grijelmo (Burgos, 1956) pretende mediar en el asunto en su reciente trabajo : «Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo» (Taurus).

¿Si todos supiéramos que el origen de los géneros en la lengua se remonta a tiempos bien remotos, nos habríamos evitado tanto debate absurdo?

Todo viene de hace 70.000 años, que es cuando se empezó a concebir el lenguaje como ahora lo entendemos. No se le ocurrió a un hombre este sistema gramatical masculino. En el indoeuropeo había un género de seres animados y otro para seres, entes, inanimados. Los gramáticos griegos, a partir de ahí, empiezan a llamar masculino a ese género original que se correspondía con el de las personas. Si en lugar de llamarlo masculino se hubiera llamado personal, este debate no se daría con la crudeza que estamos viendo y viviendo. Al decir el genérico masculino estamos proyectando la idea del hombre sobre un género pensado para los seres humanos en general. Hay que entender eso para no acusar a la lengua de machista.

La sociedad y la lengua evolucionan a ritmos distintos. ¿Es ese otro de los puntos de fricción?

No sé qué va primero, pero estoy más convencido de que cambiar la realidad implicará cambiar el lenguaje. Mientras que cambiar el lenguaje no cambia necesariamente la realidad. El lenguaje es un espejo de la realidad. No por el hecho de nombrar una cosa de distinta manera cambia la cosa misma.

¿Otras lenguas de nuestro entorno están sometidas a la misma presión que el castellano?

El inglés, sí. Hay una presión por el lenguaje, aunque tiene unos problemas distintos, porque el juego de los géneros en inglés es diferente. Me llama la atención que no haya una tensión en contra, por ejemplo, de que las mujeres lleven los apellidos de los maridos. El inglés es una lengua supuestamente más inclusiva, pero luego te encuentras con que Hillary Clinton se apellida Clinton. Son contradicciones que se dan, pero eso no significa que una sociedad sea más machista que otra. A veces, las costumbres sociales van por otras vías.

«Cuando una palabra se manosea demasiado acaba perdiendo su sentido, y eso pasa con el término feminismo»

¿Pero existe ese debate tan insistente?

Sí, en el inglés existe. En otras lenguas, no tanto. En Francia hubo un debate incipiente que se ahogó porque tanto la Administración como el Gobierno y la Academia Francesa dijeron que esto no se iba a aceptar nunca -las duplicaciones-. El francés es así... Hubo un debate incipiente, y creo que no se da con la intensidad que se produce en España.

¿Por qué cree que aquí se da con esa intensidad?

-No lo sé, pero probablemente porque hay una realidad de desigualdad entre hombres y mujeres, y se proyecta sobre el idioma. A lo mejor hay más desigualdad en la realidad en España que en Francia, y se proyecta más. Pero es una conjetura, no lo he estudiado.

¿Cuál cree que es el gremio que más ha abusado en ese juego absurdo de la duplicidad de géneros y más ha caído en el ridículo?

Evidentemente, el político. Pero también diferencio lo que el profesor Moreno Cabrera llamaba «la lengua cultivada» y la lengua común, la que todos hablamos con nuestras familias, nuestros amigos y en el trabajo. Pero hay una expresión del lenguaje público donde sí se hace esa intervención porque se utilizan las palabras como símbolo; no como signo lingüístico, sino como símbolo social. Por eso en el lenguaje político se usan las palabras como bandera, y los periodistas hablamos con personajes políticos... y reproducimos. Y te das cuenta de que las duplicaciones que oyes en un discurso público se olvidan cuando estás hablando tomando un café. En España se dan muchos excesos en ese sentido.

«La RAE hace bien en ir detrás de los usos, ser conservadora. Si va por delante, seguramente no hace bien su trabajo»

¿Vivimos y sufrimos un exceso de politización de la lengua?

La lengua sufre muchas de las consecuencias. Los políticos deben legislar y deben arreglar con leyes y con normas, y para eso son elegidos. Llevamos dos años en que no se ha legislado apenas nada. Sin embargo, en las palabras cada vez se da una vuelta de tuerca mayor. Las palabras arreglan menos que las leyes. Aprueben leyes, pero solo con las duplicaciones y forzando determinadas palabras no se arreglan las desigualdades. Ante la incapacidad de tomar medidas reales, a veces se fuerza el lenguaje como una manera de cubrir esas carencias.

Y, en este juego, se mete a la Real Academia Española por medio. ¿Cuál cree que debe ser la postura de la institución?

La Academia hace bien en ir detrás de los usos. La Academia está condenada siempre a ser lenta y conservadora, porque, cuando da algo por bueno, primero ha de haberse consolidado en el lenguaje de la sociedad. La Academia siempre da la percepción de lentitud y de ir con retraso, porque no le queda otro remedio. Si va por delante, seguramente no hace bien su trabajo, porque la Academia, al final, tiene una parte descriptiva del idioma. El idioma funciona así. Los gramáticos no nos han dicho cómo tenemos que hablar, nos han dicho cómo se habla. La norma es lo normal, la regla es lo regular. Poco a poco, los académicos son más conscientes de que deben ser más cercanos al feminismo. Por ejemplo, explico cómo el diccionario se ha ido cambiando en los últimos años en el camino que piden las feministas... Lo que me extraña es que las feministas no celebren esos cambios. Es curioso.

«Ante la incapacidad de tomar medidas reales, a veces se fuerza el lenguaje como una manera de cubrir esas carencias»

¿Cree que hay palabras-símbolo excesivamente manoseadas y feminismo es una de ellas?

Sí, porque cuando una palabra se manosea demasiado acaba perdiendo su sentido. Eso pasa con los eufemismos. Cuando alguien intenta manipular las palabras funciona durante un periodo, pero transcurrido ese periodo deja de tener eficacia.

¿Piensa que si en la Academia hubiese más mujeres el panorama sería bien distinto?

Creo que no, porque conozco a los académicos y no son una banda de machistas, son personas muy sensatas y muy inteligentes. Cada cual tiene su manera de expresarse, y unos son más viscerales que otros. Pero los académicos coincidirían, me imagino -no estoy ahí- con las académicas al analizar la lengua y la historia de la lengua. Hay un gran indo-europeísta como Rodríguez Adrados que estoy seguro de que ha ilustrado a sus compañeros de dónde vienen las cosas. Es bueno que haya más académicas, pero no creo que eso cambiara el discurso, porque las académicas suelen coincidir también con... los que tienen una aproximación científica. No digo que la lengua sea una ciencia, pero hay una aproximación científica a la lengua y quienes se aproximan científicamente a la lengua llegan a las mismas conclusiones. Otra cosa es que tengas una aproximación emocional; entonces, cada cual gobierna sus emociones. Pero si te acercas a la historia de la lengua científicamente, llegas a los mismos puntos.

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