ARTE
Aitor Ortiz: «La sobreexplotación de Gaudí ha dañado la riqueza de su trabajo»
Gaudí es el próximo reto de la fotografía de Aitor Ortiz. Eso será en noviembre en Tabakalera. De momento, su trabajo reciente llega a las galerías Max Estrella y Senda
Dice que su campo de acción es el de la fotografía . Exclusivamente el de la fotografía. Y desde ella, fuerza sus límites. Aunque lo que introduce en las galerías Max Estrella ( Link ) o Senda ( Amorfosis, Umbral... ) parezca escultura o pintura. En menos de un mes, Tabakalera , en San Sebastián, se hace eco de un nuevo proyecto con la arquitectura como referente, en esta ocasión, la de Gaudí . Aitor Ortiz (Bilbao, 1971) se pone a prueba, mientras pone a prueba nuestra capacidad de percepción.
Hace tiempo que su foto derivó hacia lo tridimensional, pero lo que más llama la atención del que entra en Max Estrella es que se encuentra más escultura que fotografía. ¿Qué ha sucedido?
A veces me da cierto pudor cuando se hace la lectura de que me he trasladado a otras técnicas, la arquitectura o la escultura. Es cierto que en lo mío hay cierto ánimo de trascender los límites de lo fotográfico pero siempre moviéndome en el perímetro de la disciplina. Si la traspaso, vuelvo siempre a ella. Si llego a lo tridimensional, como comentas, es desde la foto.
Para que el lector entienda de qué hablamos, conviene explicar las claves de «Link» y lo que fue Vicinay.
Vicinay fue una fábrica de cadenas de barco, cerca de mi estudio, en una zona industrial de Bilbao. Toda esa industria se está desplazando. En el momento que me entero de que la fábrica, que ha sido tan importante para mí, cierra, me propongo documentar fotográficamen- te el proceso de abandono de esa estética industrial que tan vinculada ha estado a mi obra. Pero, en el archivo que voy generando con mis visitas a la fábrica, me doy cuenta de que siempre acabo fotografiando su suelo. Un gesto absurdo, porque estaba intentando captar así una imagen que sintetizara todo un proceso de desindustrialización. De repente, me doy cuenta de que estaba grabada en los suelos.
Pero es que los suelos son piezas escultóricas en la galería.
En un proceso que me lleva a recuperarlos, tienen tanta tensión acumulada, que al cortarlos se reviran completamente. Eso es algo que les lleva a tener tanta personalidad escultórica, que a mí, que voy buscando una imagen bidimensional, no me agrada. Yo necesitaba que mantuviera su planitud para que aquello se leyera como una hoja, como una imagen grabada en una placa.
La arquitectura es su punto de partida, no para documentarla. Pero, si somos estrictos, sí que persigue cierta «perdurabilidad» en la imagen.
Es algo indisociable. Al trabajar con la foto te das cuenta de que hay una parte ahí de memoria y de documento inherente a la disciplina. Es evidente que no me gusta identificar los elementos que fotografío, pero la carga documental está ahí, aunque yo no la manifieste.
¿Significa eso que su labor siempre carga más las tintas en lo emotivo?
Para mí, la emoción también es algo implícito en los trabajos. Es algo importante, no solo como creador, sino también como espectador. Yo tengo una manera de ver las cosas bastante sobria, de simpleza aparente, pero eso no le resta emoción.
Es en Senda donde sí que vemos, en la serie «Amorfosis», fotos que generan espacios para ser transitados. Arquitectura, en última instancia.
Sin duda. De hecho, lo que me gusta es no limitarme a trabajar «con» arquitectura. Desde que tomo una foto hasta que la pongo en escena hablo de todas las connotaciones físicas que lleva la disciplina: de volumen, de sombras que arroja, de luz que proyecta... Eso da pie a todo un rango de acciones, a veces vinculadas a lo arquitectónico.
El hecho de que esté constantemente jugando al trasvase de técnicas me hace dudar sobre si la fotografía es realmente un medio tan autónomo.
Desde luego que no. De hecho, no es lo mismo ver una foto que toda una secuencia. No es lo mismo verla impresa en papel que en la fachada de un edificio. La lectura que se hace de una foto está siempre vinculada o otro tipo de experiencias. Piensa lo que puede hacer variar tu percepción de una imagen un simple pie de foto.
Su próxima parada será Tabakalera (Donosti), con los edificios de Gaudí como punto de partida.
Sería injusto decir que ese no es un proyecto documental porque es fotografía en estado puro. El proyecto se llama Gaudí, Impresiones íntimas, en homenaje a Federico Mompou, obras todas de pequeño formato.
¿Cómo llega a este proyecto?
De una forma, digamos, un poco abrupta. Fue un encargo de una publicación francesa. Yo también dudé sobre qué tenía que ver con Gaudí. La visión que tenemos todos de él es de un autor muy expresionista, exuberante, colorista, que es la que más se difunde. Pero, para mi sorpresa, cuando me puse con los primeros edificios, me di cuenta de que su universo es mucho más silencioso del que generalmente se transmite, y que la difusión de lo suyo, desde un punto de vista fotográfico, acaba trascendiendo la singularidad de su obra.
Gaudí sí que daba para atreverse con el color, que a usted se le sigue resistiendo.
El blanco y negro ayuda a sintetizar. Y, sobre todo, ayuda a guardar distancia con el consumo de imágenes. Creo que disminuye la velocidad de asimilación de una imagen.
En el pasado me contó que se había abusado de la fotografía de arquitectura. Hoy, de lo que se abusa es de la foto en sí misma. ¿Cómo se lucha contra eso?
Es difícil. Y además el consumo es inmediato, sin filtro, llevándolo a cabo sin necesidad de salir de casa. Eso obliga a realizar un ejercicio que tenga claro lo que significa consumir imágenes para que disfrutes generándolas y recibiéndolas. Porque todos sabemos escribir y eso no nos convierte en novelistas.