ARTE

Agustín Pérez Rubio: «No se conoce más a los argentinos por exotismo. Son unos buscavidas»

Como director del MALBA de Buenos Aires, el español Agustín Pérez Rubio (comisario de la muestra de Jorge Macchi en el CA2M) es una voz autorizada para charlar sobre la realidad plástica argentina, la del país invitado de la XXXVI edición de la feria

Agustín Pérez Rubio Francisco Javier de las Heras
Javier Díaz-Guardiola

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Explicamos a Agustín Pérez Rubio (Valencia, 1972) que nos interesa su opinión sobre el contexto argentino al ser de los pocos españoles dirigiendo un museo allí: «En Argentina, y en las Américas», responde entre risas: «No salen. Hay curadores, pero soy el único director». Lo es del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) desde 2014. Por eso conoce ese contexto, que ahora se redescubre gracias a ARCO. No en vano, él es comisario de la muestra de Jorge Macchi en el CA2M como parte del despliegue de la plástica del país latino en Madrid. Con él, valoramos su alcance.

¿Qué balance hace del tiempo que lleva en el MALBA?

MALBA es un museo que conozco incluso antes de inaugurarse, cuando lo visité en obras. El museo al que yo llego tenía una trayectoria muy fuerte, basada en una paradoja: Para los no argentinos es visto como un museo público por su envergadura, pese a ser fruto de la colección Constantini; y, en Argentina, es algo muy local, muy de Buenos Aires. Mi labor durante año y medio ha sido que el museo hable de manera unificada desde todos sus departamentos. También me di cuenta de que los artistas jóvenes habían dejado de venir. Fue la asignatura número uno. También el programa educativo y la recatalogación de la colección.

Algo que diferencia a Argentina de España son los presupuestos de los museos.

¡Yo tengo recortes! MALBA cuenta con un presupuesto de cinco millones de dólares. La mitad se consigue con entradas, catálogos, alquileres y espónsors. Y me enfrento a un sistema en el que, al comienzo del año tienes 4 millones, como en el MUSAC cuando entré. Pero una inflación del 42,2 por ciento como la de 2016 hace que en diciembre baje a 2,8. Otro ejemplo: pagas un 40 por ciento extra cuando haces una trasferencia al extranjero. Eso protege al país pero hace imposible resistir.

¿Cómo se enfrenta uno a esos vaivenes?

Este año he tenido que renunciar a dos exposiciones después de año y medio de trabajo. Te acostumbras. Y aprendes a buscar financiación. Allí la relación con las marcas es otra.

Es la falta de prejuicio para que la iniciativa privada y empresarial forme parte del entramado artístico.

Argentina ha sido un país muy baqueteado, política y económicamente. En Buenos Aires, si no llega a ser por MALBA o PROA -un museo y un centro de arte- o Antorchas -una especie de Becas Botín-, iniciativas todas privadas, exposiciones internacionales no se hubieran visto. El estado, la nación, la ciudad, no tenían «plata» después de 2001. La gente lo ha asumido y gracias a un capital privado se ha accedido a cosas. Lo interesante es entender estas iniciativas como filantropía. Constantini pone cada año dos o tres millones de su bolsillo y no todo el mundo lo entiende.

«No hay un buen conocimiento del arte argentino; tampoco del latino. Ni en España, ni en Europa»

Hay muchos tópicos asociados al carácter argentino. ¿Funcionamos también con ellos al acercarnos a su plástica?

No hay un buen conocimiento del arte argentino; tampoco del latino. Ni en España, ni en Europa. Quizás con Argentina ha habido un mayor intercambio con muchos artistas que, fruto de las dictaduras, emigraron. Pero a mí me preocupa más que no se conozcan sus contextos. Tienes que entender qué fue el peronismo, los movimientos sindicales, «los milicos», Menem... Lo que nos llegan son figuras destacadas, pero hay un entramado que dio peso a lo demás. Como el movimiento Madí, más moderno en los años 30 que cualquier vanguardia europea.

Le hablaba de tópicos...

Hay cuestiones de su carácter que se trasladan al arte. Allí se conjuga una creatividad muy fuerte que se resuelve con pocos recursos, malos acabados intencionados. Otra cosa básica es la relación entre artes plásticas y performativas. La relación con el teatro, con la literatura, ¡con la escritura! De León Ferrari hasta Stupía; o con su Historia. Aquí, por ejemplo, nunca hemos abordado bien el «Quijote». Y no es sólo Borges. Es el «»Martín Fierro, las narraciones... Eso se ve aquí con Jorge Macchi, que colabora con Edgardo Rudnitzky, un músico. Para mí, Luis Garay, que es bailarín, tendría que ser el «artista» de Argentina en Venecia. Y ahí hay muchos espacios. Siempre digo que, en Buenos Aires, los innovadores no somos las instituciones, sino proyectos que nacen con una economía de medios inaudita y resultados fantásticos. Por tradición, tienen un gran pulso por salir fuera. Eso hace que se fijen en ti: mira la nómina de la última o la próxima bienal. Y ya no se hace por exotismo. El argentino tiene mucho de buscarse la vida. Por último, hay algo muy bonito en torno a lo colaborativo, sin llegar a «la cosa vasca». Creo que el desembarco aquí va a ser interesante.

¿Es partidario de chorreos como estos?

Tal y como lo planteas, no. Yo preferiría tener una buena exposición durante mucho tiempo. Pero la invitación no se da así. Me encanta saber que puedo venir a Madrid y ver una muestra de Adriana Bustos en Bacelos. O que de Jacoby la haya hecho el Reina. Macchi ya tuvo una retrospectiva en el CGAC, y repite en Móstoles porque algo quedó. Espero que de los grande que ya conocemos se amplíe el conocimiento, aunque se está apostando por toda una generación que no se conoce aquí, figuras históricas como Leandro Katz o Eduardo Costa.

¿Llega realmente lo mejor de Argentina a Madrid?

Hay una apuesta fuerte por lo más novedoso. Pero hay un poco de todo: históricos vivos como David Lamelas, porque tampoco se van a traer los tesoros, los años treinta, lo que habría sido maravilloso. Y dentro de lo contemporáneo, el abanico es amplio. No están todos, pero lo que se va a ver da una buena idea de lo que es hoy Buenos Aires.

Ha dicho Buenos Aires, no Argentina. Y la selección de galerías de Inés Katzenstein solo tiene en cuenta esa ciudad.

Es que Argentina es un país absolutamente centralista. Y, en algún momento, todo artista pasa por la capital. Cuidado: también hay instituciones interesantes en otras zonas del país: el Museo Nacional de San Juan, el de Córdoba -donde hay una pequeña feria-, el MACRO de Rosario... Pero esa realidad es mínima en comparación al movimiento o la repercusión de lo que pasa en la capital. Pero piensa: Si me tengo que ir a Calafate, son cuatro horas de vuelo. Es un Madrid-Moscú. Cuando quieres mover una exposición son muchos los impedimentos: los costos, las carreteras... El país, en población, es igual que España, sin embargo, la extensión es inabarcable. Pero hay artistas que buscan justamente huir de los centros. El país tiene una naturaleza impresionante que algunos aprovechan.

«Allí es fluida la relación con la literatura, con la escritura. Aquí tenemos una deuda con ‘El Quijote’»

¿Y cuál es la relación políticos-mundo del arte?

Gran parte de los artistas apoyó mucho el anterior gobierno de Kirchner. Más por una cuestión social que artística. Y ahí tenemos el Centro Néstor Kirchner, que es imposible de articular, un Versalles muy caro. No tendría que haber sido un único centro, sino diez o doce, más barriales. El ejemplo de Medellín es el futuro. Y luego, la política de este partido tampoco apoyó demasiado el arte, las becas, la creación de un museo nacional... Es una relación que a mí no me toca, aunque a veces tengo que lidiar con los políticos. Pero también te digo que yo no trabajaría en Buenos Aires en una institución pública.

¿Funciona su cargo en una doble vía? ¿Están aprendiendo los argentinos arte español?

Yo me he tenido que «decolonizar». Trabajo mucho con el Centro Cultural Español en Buenos Aires, lo que nos ayuda a traer a gente para participar en nuestros programas públicos. Los trasvases interesan porque Latinoamérica hace tiempo que no acaba en México. Ya lo integran Los Ángeles, Miami, Madrid... Esa idea es el siguiente paso para el MALBA: ampliar el contexto latino a latinoamericanos que producen fuera.

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