LOS LIBROS DE MI VIDA

«Adiós a las armas», cuando la biografía se transforma en arte

La obra de Ernest Hemingway es no sólo una gran novela sobre la guerra sino además una bellísima historia de amor

Hemingway en plena faena de escritura
Pedro García Cuartango

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La tarea del escritor es transformar en arte su propia experiencia. Eso es lo que hizo precisamente Ernest Hemingway en «Adiós a las armas», su novela sobre la Primera Guerra Mundial , publicada en 1929. Se ha dicho, y con razón, que es una de las mejores descripciones de un conflicto bélico de la historia de la literatura. La obra está escrita en un estilo directo , con frases cortas y diálogos precisos. Hemingway quería prescindir de cualquier retórica moralista y captar la atención del lector mediante una narración periodística de los hechos. En ese sentido, no juzga , simplemente se limita a contar lo que ven sus ojos.

El protagonista de la novela, un americano de unos 25 años llamado Frederic Henry que se alista como conductor de ambulancias, es el «alter ego» del propio Hemingway , que decidió en 1918 viajar a Europa para combatir en el Ejército italiano contra la entente entre Alemania y Austria. Hemingway condujo ambulancias en el frente durante dos meses hasta que cayó herido en una de las batallas en el Isonzo, donde los italianos sufrieron una debacle frente a los austriacos. A las pocas horas de incorporarse, tuvo que participar en el rescate de los cadáveres destrozados de las obreras que trabajaban en una fábrica de munición que explotó. Esa experiencia cambió su visión sobre la guerra.

Heridas de guerra

Tras ser condecorado por salvar a un soldado, el escritor de Illinois fue herido en ambas piernas, que quedaron destrozadas por la metralla. Fue trasladado a un hospital de Milán, donde fue operado y permaneció seis meses hasta el final de la contienda. Allí conoció a una enfermera llamada Agnes, siete años mayor que él , de la que se enamoró. Ambos se comprometieron, pero parece ser que ella dio marcha atrás en el último momento. Hemingway nunca olvidó esa relación. Esta amarga experiencia le serviría diez años después para escribir «Adiós a las armas», que es básicamente una novela autobiográfica dramatizada. En ella, el protagonista se tira al río para evitar ser fusilado por desertor y se oculta para fugarse a Suiza con su novia, una enfermera escocesa llamada Catherine.

El final de la narración se le atragantó a Hemingway, que, según sus palabras, tuvo que reescribir 47 veces antes de quedar satisfecho . No obstante, las últimas páginas de la novela resultan un tanto impostadas porque se nota que el autor no sabía cómo acabar la relación entre Frederic y Catherine.

Sin tremendismos

Este reparo no merma la tremenda fuerza del relato y su capacidad descriptiva, que le permite trazar un retrato verosímil y realista de los horrores de la guerra sin caer en el tremendismo. Aunque en todo momento Hemingway intenta mantenerse en el papel de observador, no logra evitar plasmar su punto de vista sobre su experiencia a través de Frederic: «No había visto nada sagrado en la guerra. Y lo que llamaban glorioso no tenía gloria. Los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago con la diferencia de que la carne sólo servía para ser enterrada».

Frederic llega al frente con la ilusión de ayudar a los italianos a derrotar a Austria, pero acaba dándose cuenta de que la victoria es imposible y que el coste de ese empeño inútil será la muerte de miles de soldados, mandados por unos jefes ineptos y en condiciones de inferioridad. En ese contexto, Hemingway dibuja una gran historia de amor que acaba trágicamente.

Suicidio a los 62

«Adiós a las armas» es tal vez su mejor novela porque es la más sincera y en la que más expuso sus sentimientos. Fue un éxito que catapultó su carrera y le convirtió en un mito. A mi juicio, todo lo que escribió después de «Fiesta» y «Adiós a las armas» es inferior a estas dos obras de juventud en las que desplegó su gran talento narrativo.

Tal vez ese declive influyó en su suicidio a los 62 años cuando era un autor aclamado, tras ser galardonado en 1954 con el Nobel y haberse convertido en protagonista de las páginas de corazón de la prensa, donde aparecía cazando elefantes en África, pescando tiburones en Cuba o fumando un habano en la barrera de la plaza de toros de Pamplona.

Todo en Hemingway era excesivo. Se casó cuatro veces, cubrió guerras como escritor y periodista, hizo continuos alardes de su valor, viajó durante toda su vida, sufrió depresiones y rompió con amigos leales como John Dos Passos . Pero también vivió con una intensidad que no le permitía desperdiciar un momento de su tiempo.

«Un hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado», dijo al recibir el Nobel. Ese podría ser el mejor epitafio para recordarlo.

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