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La mala memoria de Capote

En el origen del Nuevo Periodismo destaca, junto al autor de «A sangre fría», el nombre de Lillian Ross

La mala memoria de Capote abc

jaime G. mora

Cuando Lillian Ross vio a Dorothy Parker por primera vez, a principios de los años 60, apenas la distinguió. Ross había llegado a The New Yorker en 1945 y ya era una de sus reporteras más brillantes. Parker había sido el alma de la revista : ayudó a que el semanario se convirtiera en una institución con los relatos y poemas satíricos que publicó desde que se fundara en 1925. Pero a Parker se le iba la mano con el Martini. Bebía uno, dos como mucho. Después del tercero, bromeaba, ya estaba debajo de la mesa. Al cuarto, debajo de su anfitrión. La escritora bebió más de la cuenta y se intentó suicidar en dos ocasiones. Cuando Lillian Ross vio a Dorothy Parker por primera vez, se dijo a sí misma que no iba a acabar así: con esa cara de sufrimiento, demacrada , pendiente de una copa más. En aquella época, beber y escribir era cosa de hombres.

Como escribe Michelle Dean en The New Republic , «las escritoras han desarrollado una relación complicada con la embriaguez». En un artículo que aborda la relación de los literatos con el alcohol , dice que la imagen de Parker como una mujer sofisticada, «a la que ha ayudado una relectura feminista de su trabajo», nada tiene que ver con la de una mujer arruinada por la bebida. La misma que describe Ross en su libro Here But Not Here.

Según Dean, «los hombres que se han dedicado a escribir han recibido una cuidadosa interpretación del papel del alcohol en sus vidas creativas . Las escritoras, simple y llanamente, son alcohólicas». Un ejemplo es The Trip to Echo Spring , un libro que estudia a seis escritores atrapados por la bebida. Son John Cheever , Tennessee Williams , Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, John Berryman y Raymond Carver . Todos hombres.

«Soy alcohólico, drogadicto, homosexual»

Truman Capote bebía y se drogaba. «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio », dijo. Es la cita más célebre de alguien recordado como un tipo brillante por escribir cosas así. José María Carrascal era corresponsal de ABC en 1984, cuando murió Capote: «La última vez que le vi en Nueva York, yo camino de mi despacho, él saliendo de su bar habitual en las inmediaciones de la ONU, ofrecía un aspecto lastimoso, con dificultades para andar y las manos temblorosas, en busca de apoyo. Le había visto mal muchas veces, pero nunca tanto».

A Capote le gustaba dejarse ver por donde se movían los famosos . Hablaba tanto y con tanta ligereza que perdía amigos al ritmo que los hacía. Fue un excelente retratista de la sociedad neoyorquina de la mitad del siglo pasado. También era un tramposo.

El autor de «A sangre fría» presumía de tener una memoria prodigiosa

Siendo adolescente, trabajó como chico de los recados en The New Yorker . Ordenaba y llevaba a los responsables de la revista los dibujos que luego ilustraban la portada o se publicaban en páginas interiores. Cuando algún dibujo no le gustaba, lo escondía. Cuando no estaba de acuerdo con lo que decidían los jefes, chasqueaba la lengua.

Volvió a The New Yorker en su madurez para publicar A sangre fría , una crónica que reconstruye el asesinato de un granjero, su esposa y dos de sus hijos. En los seis años que duró su investigación no tomó una sola nota . Presumía de tener una memoria prodigiosa. Cuando acababa las entrevistas, reconstruía las conversaciones con ayuda de Harper Lee, que lo apuntaba todo.

Novelar sin fantasear

Capote definió su obra más celebrada como una «novela de no ficción» : decía inaugurar una nueva forma de escribir consistente en contar los hechos en forma de novela, sin inventar nada. William Shawn , entonces director de The New Yorker , dudó en publicar esta historia: había demasiados datos dudosos para una publicación que verificaba la exactitud de cada línea. Shawn descubrió después que Capote se había inventado diálogos, monólogos interiores y la escena final. Lo vetó para siempre.

La obra más celebrada de Capote tampoco estrenó una nueva forma de escribir. Fue Lillian Ross quien le explicó cómo se hacía Nuevo Periodismo cuando el Nuevo Periodismo no existía. «En una cena en casa de los Chaplin, conocí a Truman Capote –escribe Ross en Here But Not Here –. Me interrogó sobre cómo tomaba notas, cuánto de lo que había escuchado utilicé. Nunca me habían preguntado tan a fondo sobre la mecánica de un reportaje mío.»

Ross le explicó a Capote su emoción tras descubrir que se podían contar los hechos como en una novela, y le dijo que nunca debía arrogarse el derecho de decir lo que los personajes piensan o sienten: «Me halagó verle tomar notas de todo lo que yo decía». Pasaron los años y Capote se drogó, bebió y su memoria mejoró.

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