arte

Gillian Wearing, reina del carnaval en el IVAM de Valencia

Si hay una artista que se adelantó a explotar el exhibicionismo controlado e identidad cambiante de la sociedad actual, esa fue Gillian Wearing. Una retrospectiva en el IVAM constanta la solvencia y cercanía de su discurso

Gillian Wearing, reina del carnaval en el IVAM de Valencia g. w.

javier montes

En pleno montaje en el IVAM , Gillian Wearing hablaba de su foto más conocida: ese retrato que helaba la sangre de un aprendiz de ejecutivo agresivo, trajeado y repeinado, sonriendo por inercia mientras sostenía un cartel donde él mismo había escrito «Estoy desesperado» . Era parte de la serie de 1992 que la volvió famosa: Letreros que dicen lo que quieres decir . La historia es archisabida: una jovencísima y diminuta aspirante a artista paraba al tuntún a gente por la calle en Londres y ofrecía cartulina y rotulador para que escribieran lo primero que se les pasara por la cabeza y se dejaran retratar así.

Cuando le pregunté en Valencia si había vuelto a tener noticias del yuppie angustiado, me contó algo interesante que dice mucho sobre cómo funciona su trabajo: hace poco se puso en contacto con ella su viuda ; el hombre en cuestión había muerto, y ella le pedía una copia de aquella foto porque era, más que cualquiera de los álbumes de familia, la que más le recordaba al difunto .

En la raíz de las intenciones

Ese rastreo de la «vera efigie», ese pulso entre intimidad escondida a cualquier precio y superficie de la imagen que elegimos para presentar al mundo está en la raíz del trabajo de Wearing en todos estos años, y es el hilo conductor de las obras de los últimos 25 años que ha seleccionado para Valencia. En la Inglaterra de principios de los años 90 y en la era pre-internet, Wearing se adelantaba al vuelco en el zeitgeist de un país que pasó de la flema y la reserva al narcisismo y el impudor de la telerrealidad. Y más: adivinó el rumbo de unas sociedades tardocapitalistas que estaban a punto de dar el salto hacia el exhibicionismo controlado y permanente. Intuyó que faltaba muy poco para que las clases medias de todo el mundo encontraran nuevas formas de autoeditarse y armaran el juego neurótico de identidades cambiantes de la socialización en red: cuando Facebook, Instagram, Twitter , las aplicaciones de ligue, los foros, chats y demás cambiarían para siempre el modo en que tratamos con los demás y elegimos presentarnos (o disfrazarnos) ante ellos .

Al final, Wearing demuestra que quizás el mejor disfraz sea servirse de los otros

En una serie de 2008, ella misma elegía autorretratarse mediante disfraces: reproducía en su estudio, con sus famosas máscaras de silicona, pelucas y toda la pesca, los autorretratos famosos de algunos artistas del siglo XX. Se convertían así en «antepasados» artísticos y retrato de familia mediante el que Wearing se explicaba a sí misma y proponía un contexto para su trabajo. La lista incluía a un campeón de la objetividad fotográfica como August Sander ; a una desenterradora de secretos turbios como Diane Arbus ; a una reina del Carnaval como Claude Cahun ; y a una esfinge impermeable en su superficie gélida como Warhol .

Cuatro artistas que aparentemente no podían ser más distintos y que, sin embargo, Wearing elegía como álter egos . Quizá sugería también para ellos y para sí misma un hilo conductor subterráneo: las infinitas estrategias de ocultamiento que tenemos a mano , desde la mascarada continua a la aparente aspiración a la «verdad científica». ¿Quiénes somos bajo el disfraz? Lo que estos cuatro artistas y la propia Wearing venían a decir es que a lo mejor sólo somos disfraz : variaciones de la frase famosa de Valéry que ya a principios del XX anticipó la que se venía encima: «Lo más profundo es la piel».

En propia piel

Era interesante que en aquella galería de antepasados faltase otra reina del disfraz: Cindy Sherman. Y uno vuelve a pensar en ella cuando se topa en la primera sala del IVAM con los autorretratos de Wearing disfrazada de miembros de su familia (la biológica, en este caso), tal como aparecen en las fotografías antiguas que conserva. Pero hay diferencias fundamentales en el trabajo de cada una. Empezando por las herramientas: Sherman hace muecas, se pega postizos, se maquilla , se pone pelucas; en fin, se disfraza, y usa el disfraz como utensilio que «amplifica» las posibilidades de la propia piel sin ocultarla: para explorar las posibilidades de ser otras personas, de ampliar sus identidades.

Pero Wearing, en esta serie y en tantas otras, usa máscaras de silicona que paralizan el gesto, que superponen los rasgos de otro a los propios y los anulan, que sólo dejan adivinar, de la persona tras la máscara, los ojos vivos tras los agujeros recortados. La sugerencia formal y simbólica es la opuesta: la forma en que las identidades, las máscaras de las que nos revestimos, también aprisionan. Hay algo perturbador en los ojos brillantes , sin rostro (como los de la peli de Franju ), que asoman por detrás de la máscara rígida. El carácter festivo y liberador del disfraz en Sherman se vuelve aquí menos lúdico y más claustrofóbico .

La artista asume que las máscaras de las que nos revestimos también aprisionan

Al final, quizá el mejor disfraz sea servirse de otros: aquí hay también vídeos muy interesantes del principio de su carrera , como Los tres profanos, que enlazan con sus últimos trabajos, Borrachos o Matón . En todos, Wearing trabaja con colaboradores espontáneos, a los que da voz y de los que recibe también una nueva voz: una simbiosis en la que las identidades de artista y sujeto se funden y se retroalimentan , y que, aparte de la genealogía de maestros del disfraz, la acerca a la de los artistas que han trabajado con los suplantadores , los recreadores y los proxys: de Dora García a Tino Sehgal o Jérôme Bel .

Transferencia, catarsis, confesión, sublimación: algo en el trabajo de Wearing, desde el principio, ha rondado intuitivamente los terrenos del psicoanálisis. Algo en aquella jovencita menuda y ultra-tímida era y es capaz de hacer aflorar los temores y deseos más escondidos bajo los trajes y corbatas más encorsetados. A lo mejor, el suyo ha acabado siendo el disfraz más logrado.

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