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Henry Jaglom y sus almuerzos con Orson Welles
En su centenario, «Mis almuerzos con Orson Welles» es la mejor vía de acceso al director de «Sed de mal». «Estoy muy seguro de mí mismo. Pero de nadie más», dijo. Genio y figura
Orson Welles nació en Kenosha (Wisconsin) el 6 de mayo de 1915 y murió en 1985, a los setenta años. Se han escrito numerosos libros sobre él, sobre sus películas y su vida. Su aparición en el teatro y en el cine causó verdadera admiración. Había sido un niño prodigio (montó el Fausto de Marlow en Nueva York a los catorce años) y su primera obra cinematográfica, Ciudadano Kane (1941), de la que fue guionista, director y actor principal con sólo veinticinco años, está considerada como la labor de un genio. Fue un hombre de una arrolladora personalidad, inteligente, culto (le interesaba la Historia, la filosofía, la narración) y excesivo. También contaba con una energía inagotable y con la capacidad de trabajar en varias cosas al mismo tiempo.
Era alto, fumaba puros y le apasionaba comer. Y las mujeres. Estuvo casado con Rita Hayworth, Virginia Nicholson y Paola Mori, y fue pareja de Dolores del Río y, en sus últimos años, de Oja Kodar. La madre de Welles, que murió cuando Orson contaba nueve años, fue una pianista y sufragista de ideas radicales, y su padre, un industrial aficionado a los inventos. Muerta su madre, lo crió Maurice Bernstein, que al parecer fue amante de su progenitora.
Hombre también de radio, hay que recordar la famosa emisión del 30 de octubre de 1938, víspera de Halloween: una adaptación de La guerra de los mundos , de H. G. Wells, que causó el pánico en millones de norteamericanos.
Welles fue respetado y temido, admirado y dejado de lado durante años
El vínculo con Europa, marcado por la vanguardia teatral (Bertolt Brecht, Max Reinhardt), es anterior a su larga estancia allí, de 1946 a 1958. Aunque se le recordará por varias películas geniales, también es cierto que sufrió el demonio de lo inacabado .
Otra característica: autor de obras en las que su genio aparece sólo en algunos inolvidables momentos, como en Sed de mal . Fue respetado y temido, admirado y dejado de lado durante muchos años por los productores, periodos en los que hizo de actor o bien se dedicó a escribir. Los relatos sobre su vida son tan atractivos como contradictorios. Así fue el propio Welles, un ser extremadamente inteligente, vulnerable y belicoso, intrigante, tímido y arrogante, vanidoso y humilde, generoso; un Falstaff sutil e irrepetible que evitaba juzgarse a sí mismo.
Puro movimiento
Estos almuerzos con Orson Welles fueron grabados entre 1983 y 1985, hasta el día anterior a su muerte, el 10 de octubre, por un infarto. Era en Ma Maison, un restaurante francés del West Hollywood, donde el interlocutor, Henry Jaglom, grabó los diálogos de acuerdo con Welles, pero ocultando la grabadora. Jaglom, además de director, fue productor y agente del gran cineasta, y en muchas ocasiones, su confesor. Las cintas de estas conversaciones, al parecer no siempre claras, se quedaron en una caja de zapatos, hasta que fueron editadas el año pasado en su lengua original.
El viejo Welles era una enormidad que llegaba al restaurante en silla de ruedas y se incorporaba con dificultad. Pero una vez sentado era puro movimiento. Comenzaré por una de las observaciones más agudas y chistosas de Welles en estas conversaciones. Le dice a Jaglom que es más inseguro de lo que él se piensa. Pero su joven amigo le responde que no: «Eres arrogante y estás muy seguro de ti mismo». A lo que Welles contesta: «Sí, es verdad, estoy muy seguro de mí mismo. Pero de nadie más». Para cualquier amante del cine y de la vida en general (permítanme la frase), estas conversaciones son un gran almuerzo. Obviamente, se habla mucho de filmes, de guiones, de actores, actrices, directores y productores; también de política, pasiones, comida.
El viejo Welles era una enormidad que llegaba al restaurante en silla de ruedas
Welles tenía gustos y disgustos muy marcados: amaba el cine de Jean Renoir (sobre todo La gran ilusión ), pero no le gustaban nada Woody Allen, Von Sternberg o la actriz Bette Davis. Admiraba a Keaton más que a Chaplin, y mucho a Howard Hawks. Releía a Evelyn Waugh , a Tolstói, a Gógol. Quería a Montaigne. Y defendía que «el arte tiene que ser un acto de afirmación», aunque no se pueda asegurar que todas sus obras fueran afirmativas.
En estos diálogos encontrarán frases como esta: «Siempre he pensado que hay tres sexos: los hombres, las mujeres y los actores». Y es un maestro cuando describe su ánimo a su amigo Jaglom tras una discusión familiar: «Una rabia sencilla, tranquila, doméstica». Welles, un hombre demasiado grande para un artículo, incluso para una sola vida. Al parecer, sus cenizas fueron enterradas, por deseo suyo, en Ronda, en la finca de Antonio Ordóñez, pero quizás anda volando por otro lugar. Nunca se sabe bien con él, no cabía en un solo sitio.