arte
Luis González Palma: «Soy una persona que está incómoda en la vida»
Es una de las retrospectivas más sutiles e intensas de este PHotoEspaña. El guatemalteco Luis González Palma se sitúa entre los renovadores mundiales de la disciplina. Todos sus logros se condensan en Fundación Telefónica
![Luis González Palma: «Soy una persona que está incómoda en la vida»](https://s2.abcstatics.com/Media/201506/15/luis%20gonzalez%20palma_xoptimizadax--644x362.jpg)
No habla de fotos, sino de imágenes. Y, por ello, estas pueden ser tridimensionales (como sus catóptricos) o estar impresas en fieltro, en seda, en liviano papel que se mueve según pasamos... Desde Guatemala, y hace ya algunas décadas, Luis González Palma (1957) revolucionó la técnica para todo el mundo («yo sólo quería pintar», se excusa). La Fundación Telefónica nos lo trae (casi) íntegro, en forma de retrospectiva (Constelaciones de lo intangible) para PHotoEspaña , mientras que la galería Blanca Berlín lo aproxima a sus inquietudes actuales.
¿Cuáles son esas «constelaciones» del título que se han transformado en sus intereses?
La muestra contiene muchos grupos de obras realizados en las últimas décadas con los que he generado un recorrido en torno a conceptos que han estado presentes en mi trayectoria y que, de una forma o de otra, retomo y empleo de otra manera. El miedo es uno de ellos. El desamor, por descontado. La incomunicación, la frustración... Y también un constante diálogo con la Historia del Arte, no solo la occidental, sino toda la de América Latina.
A finales de los noventa comenzó a romper con la imagen bidimensional y dio pie a una especie de «fotografía expandida» e instalativa. ¿Por qué se le quedó corta la foto?
«No esculpo bloques de mármol, sino, de una manera más delicada y sutil, tiempo y espacio»
Se me hace muy difícil plasmar en una imagen bidimensional una experiencia del mundo. Por otro lado, mi formación es de arquitecto, y eso influye en que el uso del espacio me preocupe. La mirada contemplativa está bien, pero me seduce más que se acompañe de un movimiento del cuerpo: atravesar un espacio, tener conciencia de tu ser y de que la misma cosa siempre la ves desde diferentes puntos de vista. Asimismo, la percepción de una imagen en un material u otro es fundamental. Ceñirse a la plata sobre gelatina es otra gran limitación. Imprimir sobre fieltro o seda, usar una técnica como la catóptrica –que viene del Barroco– son elecciones que fuerzan a aproximarse a la imagen no solo con la mirada, sino con una necesidad también de tacto.
¿Y qué es lo que encendió la chispa?
Pequeñas frustraciones. Haces un trabajo, ves que está bien, pero nunca llegas a admitirlo como perfecto. Todo se compone de pequeños fracasos, como decía Beckett. Me iba dando cuenta de que la imagen requería de algo más. O que yo le exigía algo más. Y siempre me ha interesado tocarla, que pueda ser acariciada físicamente. Me da la sensación de que lo más sugerente de la imagen es lo que oculta. Siento que ahora hay procesos técnicos que empujan esta idea hasta puntos que antes no era posible. Sigo trabajando la foto analógica, pero en ocasiones me sirvo de la digital porque me ayuda a analizar materiales distintos.
Uno de ellos, con el que el público le identifica, es el betún de judea. Se lo debe a un pintor: Mario Torres Peña.
Nos estamos remontando a los ochenta. Por esa época, yo formé parte de un colectivo en Guatemala que se propuso reinventar el panorama artístico en el país. Y por eso creamos Galería Imaginaria, en la que el único fotógrafo era yo. En una de sus salidas conocimos al mexicano Torres Peña. Él usaba betún de judea, que es el material que se emplea para envejecer antigüedades. En el mismo grupo estaban los grabadores Moisés Barros e Isabel Ruiz. Ellos agarraban sus planchas, las intervenían, las rompían, las rayaban... Toda esa experiencia, para mí, era muy positiva porque, además, yo no era un fotógrafo canónico. Nunca estudié fotografía. Fue trascendental entender que podía utilizar la imagen fotográfica como si de una plancha se tratara. Y agregar cierta gestualidad, ciertos elementos de la gráfica, que yo no entendía como daños a la imagen, sino como procesos que le aportaban información inesperada.
El otro material inseparable de su quehacer ha sido el pan de oro.
«Mis museos fueron las iglesias. En medio de un conflicto armado, no había museos ni escuelas»
Eso viene de la relación que he tenido siempre con el Barroco y su escultura. Mis primeros museos fueron las iglesias. Cuando comienzo a trabajar, en medio de un conflicto armado, no había centro de arte o escuela que valiera. El único sitio en el que uno podía ir a ver arte era las iglesias. Y la experiencia de lo sagrado está presente en mi obra. Lo que uno vive en su infancia es capital. El resto de tu vida te la pasas trabajando sobre eso. Y yo me acordaba de las imágenes religiosas cubiertas de pan de oro, que empleo en imágenes que no tienen que ver nada con lo sagrado. Pero ese aura está presente.
¿Cuál es pues su concepto de lo sagrado?
Es una experiencia que siento que viví de niño. Una iglesia está investida por cierta aura de la presencia de Dios, de lo místico... Eso, experimentado de niño y, sobre todo, en iglesias como las nuestras, que no tienen nada que ver con las de ustedes, marca. Porque allá, en las iglesias se realizan ritos paganos, están llenas de velas, ahumadas, hay flores, alcohol, un sincretismo inmenso... Esa experiencia, ese deseo del individuo de trascender o de comunicarse con alguien que le dé sentido es lo que yo considero «lo sagrado». Es la búsqueda de un misterio.
Mencionó el Barroco. Y estoy seguro de que el guatemalteco tampoco es como el español. ¿De dónde viene su identificación?
El nuestro es un Barroco fracasado. Pero muy rico. Porque a todo lo que aportaron los españoles hay que añadirle el sincretismo indígena. Este le inyectó color, delirio y un descuido total a la imagen. Hay una iglesa en Chimaltenango cuyas paredes son negras por el hollín. A nadie se le ocurre limpiarlas: a lo que le rezas es a eso negro. Me parece alucinante. Ese vacío. Es lo que me interesa.
¿Qué fue lo que le hizo coger una cámara?
El azar. Lo que yo quería era ser pintor. Pero mientras yo trabajaba en la Municipalidad de Guatemala, una experiencia horrorosa, atroz, espantosa, apareció una chava con una cámara. Le pedí que me la prestara tan sólo un fin de semana. Y me di cuenta de que allí había algo que me interesaba. No sabía el qué.
¿Lo sabe ahora?
Ahora sé que lo que venero es la imagen. La fotografía se me da, pero lo que me interesa es la imagen: el dibujo, la pintura... Es más: mi obra reciente tiene mucho que ver con la pintura. La foto me interesa como herramienta que me permite explorar mi propio abismo. Sólo por eso. No le tengo gran respeto.
Le escuché que usted no ve sus fotos: las dibuja, las escribe.
«Sé que lo que venero es la imagen. La foto se me da, pero lo que me interesa es la imagen»
Es que la toma no requiere nada. Y, en el fondo, todo es ficción: El proceso, los resultados... Todo parte de bocetos, de lecturas, de experiencias, de recuerdos. Pero tampoco es que pueda explicar de dónde vienen las imágenes. Simplemente vienen. Y me paso mucho tiempo reflexionado sobre qué sentido tienen, si valen la pena. De nuevo la frustración: cómo elevar la imagen. No me interesan las evidencias. Muchos de los proyectos que hay aquí me tomó años pensarlos. Pero las fotos fueron realizadas en un mes. Me aburre tomar fotos. Me encanta pensarlas. Y me encanta trabajarlas después.
Curiosamente, una foto es un instante en la imposibilidad de percibirlo todo. Justo lo contrario de lo que explica. ¿Por qué no el vídeo?
Porque no es un medio que me llame. Ahora veo ese papel tirado en el suelo. Lo cojo. Lo arrugo. Es una imagen. Para mí, tiene sentido. No estoy esculpiendo un bloque de mármol, sino, de una manera mucho más sutil y delicada, tiempo y espacio. Y lo hago conteniendo en el resultado un misterio.
Reconoce que el traslado a Argentina generó un antes y un después en su labor.
De repente tengo un hijo, muere mi padre, me separé, me casé con otra chava, me voy a vivir a la montaña... Mi vida cambió radicalmente. ¿De qué iba a hablar yo si no era de las relaciones interpersonales? Fue un cambio muy fuerte.
¿Y se reconoce en lo anterior ante cambios tan radicales?
Sí. Porque solo son radicales de forma relativa. Si tomamos la esencia, el vacío, está presente en Guatemala y Argentina. Yo soy una persona que está incómoda en la vida. Me cuesta lidiar con esto. Hay gente que nace y la pasa de forma maravillosa. Yo tengo que hacer un esfuerzo. Y no es que sea un pesimista, pero hay un desasosiego casi genético en mi vida. Es a través del arte que intento trabajar esa incapacidad de afrontarme abiertamente a la vida.
La exposición coincide con otra en la galería Blanca Berlín de trabajo más reciente. ¿En qué punto se encuentra?
Me interesa el diálogo entre la figuración y la abstracción. Allí se presentan algunos ejemplos de la serie Möbius, también presentes aquí, que tienen que ver con la creación de obras ambiguas en las que entra la pintura –¡Por fin pinto!–. Es también la lucha entre el elemento racional y el deseo, la actitud consciente de erradicar la melancolía, la emocionalidad, a través de la geometrización y que dialoga con mis retratos, que son líricos y melancólicos. Y siento que quiero ir más hacia la exploración del vacío.