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Malcolm X, por Malcolm X
Sus años de traficante de drogas, su paso por la cárcel, la crónica anunciada de su muerte. Malcolm X no escondió nada en su autobiografía, que interpela a los EE. UU. de hoy, dende demasiados policías disparan a los negros y preguntan después
Malcolm X no conoció otra cosa en su breve vida (1925-1965) que la violencia… Nadie mejor que él para corroborarlo, un año antes de ser tiroteado por los musulmanes negros que le habían seguido, cuando fue ministro de Elijah Muhammad, el líder de la secta Nación Islámica. Así lo confesaba a Alex Haley , el popular autor de Raíces y transcriptor de esta autobiografía que vio la luz en 1964: «Especular sobre mi propia muerte no me molesta como podría molestar a otras personas. Nunca he creído que iba a llegar a viejo. Antes incluso de convertirme en musulmán, cuando era un chulo en la jungla del gueto y luego un criminal en prisión, siempre tuve la idea de que moriría de muerte violenta. En el caso de mi padre, murió por sus ideas. Si pienso en el tipo de cosas en las que creo, tengo todos los ingredientes que hacen imposible que yo llegue a morir de viejo».
El dinero que le correspondía por la publicación de la autobiografía lo transfirió a la Mezquita de Muhammad Número Dos. Cuando estampó su firma en el contrato, Malcolm X ya era un hombre acorralado. Lo odiaban aquellos a quienes llamaba «demonios blancos» y que lo acusaban de «racista negro» por su oposición a los matrimonios mixtos; los negros pacifistas, seguidores del doctor Luther King, no le perdonaban que les motejara de Tíos Tom y los musulmanes de la Nación del Islam le consideraban un traidor al líder Elijah Muhammad.
Su infancia en Omaha son recuerdos de un hogar azotado por el Ku Klux Klan
El Malcolm X que se había rebautizado en La Meca como El-Hajj Malik El-Shabazz contaba cada minuto, entregado a una actividad febril de conferencias y agitación social. Su trabajo con Haley estaba cada día más acechado por una muerte anunciada; el protagonista de la autobiografía urgía al escritor: «Espero que el libro avance deprisa… En la vida nada es permanente, ni siquiera la vida misma. Así que te aconsejo que te apresures a terminarlo lo antes posible».
Hasta que llegó su hora: cuando cayó fulminado por las balas en el Audubon Ballroom neoyorquino, ya era un icono de los rebeldes años sesenta. El 21 de febrero de 1965 Malcolm X se fue del mundo sin blanca –así lo destacaba un periódico– y entre amenazas de atentados. Como explica el periodista del New York Times M. S. Handler, el Malcolm mediático «causaba un efecto aterrador» que «asustaba a los televidentes blancos y demolía a los opositores negros».
«¿Por qué no te haces carpintero?»
Más allá del icono, Malcolm era un hijo del gueto de Roxbury (Massachusetts) y su infancia en Omaha (Nebraska) son recuerdos de un hogar azotado por los ataques del Ku Klux Klan y las penurias económicas. Su padre, Earl Little, reverendo baptista que militaba en la Asociación para el Progreso del Negro fundada por Marcus Aurelius Garvey, y él se nutrió de las teorías sobre la pureza de la raza negra y creyó en la utopía del regreso a África, tierra de los antepasados.
Camello ambulante con las orquestas en gira, conoció a Billie Holiday
Malcolm debía su piel clara a Louise, su madre, nacida en Granada (Antillas Británicas) de padre blanco. Cuando a Earl Little le aplastaron el cráneo después de agredirlo y dejarlo sobre las vías del tranvía que le partió el cuerpo en dos, Louise fue perdiendo las fuerzas para sacar la familia adelante, hasta que acabó sus días en un manicomio. El final del padre reforzó su determinismo de la violencia: «Siempre he pensado que a mí me tocaría morir de forma violenta y, en consecuencia, hago todo lo posible para estar preparado», confesará a Haley.
Después de pisar el reformatorio con trece años, aquel joven larguirucho probó con el boxeo, pero su rival –blanco, para más inri– le tumbó cincuenta veces. La conversación con el profesor de inglés, poco antes de los estudios preuniversitarios, le hizo ver con claridad meridiana cuál era su papel en una sociedad segregacionista. Él quería estudiar para abogado, pero el maestro blanco le recordó que era un negro: «Ser abogado no es una ambición realista para un negro… ¿Por qué no te haces carpintero?»
Aquella afirmación convirtió a Malcolm en un hombre rebelde. Dejó de confraternizar con los blancos, despreció a los negros que lo hacían y se revolvió con una mirada retadora si alguien lo llamaba nigger. Sus razones: «Los blancos han considerado siempre que el negro es un ser que puede estar con ellos, pero que nunca será de los suyos. Aunque pareciese que me abrían las puertas, seguían manteniéndolas cerradas».
El jazz y las estafas
Con las puertas cerradas, el joven Malcolm se lanzó al arroyo de Harlem. Trabajó de limpiabotas en una sala de baile, pero el dinero que ganaba se lo jugaba cada noche. Traficante de marihuana y cocaína, terminó tan enganchado como sus clientes. Camello ambulante con las orquestas en gira, conoció a Billie Holiday y alternó el jazz con las estafas y su «colaboración» en un burdel como guía y proveedor de clientes blancos.
Al salir de la cárcel, era otro: Malcolm X, el ministro predicador musulmán
Después de una racha de atracos azuzado por la diosa blanca y de desvalijar con otros compinches decenas de casas, Malcolm acabó ante un juez de Middlesex, que lo condenó a diez años de prisión. Y fue entre rejas donde descubrió el Islam, a través de las cartas que intercambiaba con Elija Muhammad, el líder de la Nación del Islam que denunciaba el «blanqueamiento» de una Historia para la que no existía la raza negra.
Las lecturas desordenadas en la biblioteca penitenciaria completaron su formación autodidacta. Al salir de la cárcel, siete años después, era otro hombre: Malcolm X, el ministro predicador musulmán. Su canción predilecta en las ceremonias de los Frutos del Islam sonaba a eslogan: El paraíso del hombre blanco ese infierno del hombre negro.
Contra Kennedy
En los doce años que siguieron, conoció la cúspide de su fe en Elija Muhammad, hasta que el amado líder le decepcionó por su condición de adúltero. Malcolm, el hombre que había convertido a Cassius Clay en Muhammad Alí, dejaba la secta para fundar la Organización de la Unidad Afroamericana. Su opinión despectiva hacia Kennedy, tras el magnicidio de Dallas, hizo el resto. Condenado al ostracismo, perseguido por sus antiguos correligionarios, Malcolm X buscó cobijo espiritual en un viaje a La Meca, donde le confundían con Clay.
¿Qué opinaría sobre África masacrada por el Estado Islámico?
En las últimas líneas que dictó a Haley presentía la muerte y cómo le utilizarían –blancos y negros– «como símbolo adecuado del odio» y «negro irresponsable». Más allá del icono, su autobiografía interpela a la sociedad americana actual, donde demasiados policías disparan sobre negros y preguntan después.
«Si cuando muera he conseguido arrojar alguna luz sobre cualquier verdad que contribuya a destruir el cáncer racista que corrompe el cuerpo de Estados Unidos, todo el mérito será de Alá. A mí atribuidme sólo los errores.» Aunque no exentas de dogmatismo, estas palabras revelan la honestidad del hombre que iluminó su época como el rayo. Medio siglo después de la muerte de Malcolm X, nos preguntamos qué opinaría sobre esa África musulmana de los antepasados, hoy masacrada por el Estado Islámico.