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Sánchez Ferlosio: espíritu de sospecha en «Campo de retamas»

Sentencias, poemas, aforismos, lemas: de todo ello se nutren los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio. Concentrados de filosofía que el autor recopila en las páginas de «Campo de retamas»

Sánchez Ferlosio: espíritu de sospecha en «Campo de retamas» elena carreras

j. m. pozuelo yvancos

Rafael Sánchez Ferlosio sigue fiel a sí mismo, que es como decir fiel a un instinto de la lengua como no se ha conocido otro (salvo el de Ortega) en el español del siglo XX. Por instinto de la lengua quiero decir que no hay cosa más importante en este género por él inventado, el «pecio», que escudriñar lo que cada palabra esconde, darle la vuelta, verla por dentro, hallar la huella de la ideología, que es lo que a Sánchez Ferlosio parece importarle por encima de todo.

Desde que escribió su libro de ensayo fundamental, Las semanas del jardín, y empeñado como está en negar la evidencia de que El Jarama es mucho más que la invención de José María Castellet o de los manuales de literatura, Sánchez Ferlosio sigue, entre atrabiliario y genial, dando importancia suma a lo que parece no tenerla. Por ejemplo, estos pecios son un homenaje a una especie antigua y a punto de extinguirse: el lector de varios periódicos al día.

Su desmontaje tiene el sesgo de hacer ver las paradojas del buen sentido

Singularmente son artículos de ABCy El País los que le sirven como campo de pruebas; le proporcionan el corpus de donde principalmente nace cada pecio. Esos giros de lenguaje, esa acepción de un vocablo, aquella afirmación dicha como de pasada por este articulista o aquel reportero: cosas en las que pocos se detienen pero que tienen en Ferlosio un agudo detector de ideologemas, como si las palabras que decimos fuesen ventanas privilegiadas por las que asomarse a lo que la religión, la política, el deporte, el periodismo, la moda, han ido modelando hasta hacernos ser los que somos.

Me parece que Antonio Machado –mejor dicho, su álter ego, Juan de Mairena– es el personaje en el que Ferlosio podría reconocerse como en ningún otro. Pero no debemos olvidar el estatuto que Machado da a esa criatura suya: el de maestro de retórica, ciencia antigua y siempre nueva, porque de las que nos regaló el mundo grecolatino, ninguna otra ha permanecido tan necesaria e idéntica a como fue siempre, sin apenas cambio. Enseñaba la Retórica que somos lo que decimos y decimos lo que somos.

«Vendrán más años malos»

Detrás de una afirmación aparentemente inocente, en la trastienda de una apelación a un valor cualquiera, sea este la patria, la razón, el progreso, hay otro valor escondido, menos evidente, que Ferlosio desmonta. Su desmontaje tiene el sesgo, humilde solo en apariencia, de hacer ver las paradojas del buen sentido, como si la doxa, el aparato del sentido común, anduviera necesitado de aceite reparador.

Hasta ahora los pecios de Ferlosio habían venido adheridos a otros ensayos suyos, como el memorable Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1994), título que ahora descubrimos fue verso de un poema suyo. Esta edición, depurada revisión de sus pecios completos, informa de muchas cosas, trae novedades sustanciosas. Por ejemplo, que abra el libro un poema de su hija Marta Sánchez Martín, titulado «In memoriam», de la que hasta ahora sabíamos casi solo por las emocionadas y contenidas páginas que su madre, Martín Gaite, le había dedicado en los Cuadernos de todo. También informa de la importancia creciente que ha ido teniendo la filosofía extraterritorial de los que, como Hannah Arendt o Walter Benjamin, eran sobre todo creadores, escritores. El verdadero pensamiento (Ferlosio aborrecerá de este sintagma) lleva siempre a la literatura.

Ferlosio parece tener que doblegar su propio estilo. Lo hace

Hace preceder cada pecio de algún lema o motivo medular, como «Ojo conmigo», que advierte sobre su propia condición de gruñón sabelotodo, que nunca se ve satisfecho con nada, porque siempre sospecha, incluso de su propia profundidad. Este espíritu de la sospecha, profundamente nietzscheano, se edifica en la devoción por el mundo de la Filología. Los verdaderos espíritus de la sospecha en la nueva filosofía –Nietzsche, Barthes– construyeron la eficacia de su nervioso escalpelo en la retórica antigua.

No todos los pecios tienen la misma extensión. Algunos son breves aforismos que parecen sentencias, poemas o bien podrían haber heredado la forma de los apotegmas y lemas que se sitúan al pie de los emblemas barrocos. Otros, como los de la última parte del libro, tienen la extensión de un artículo.

Yo prefiero los breves, o al menos los que no superan la media página. La razón es que Ferlosio tiene tendencia, ya se vio en su novela El testimonio de Yarfoz, a una sintaxis contradictoria, llena de quiasmos, y estos son más eficaces y expresivos cuando se concentran y no se dispersan. Porque Ferlosio parece tener que doblegar su propio estilo. Lo hace. Hay una lucha con su propio lenguaje. Es consciente de que el estilo no es el hombre, sino el idioma. Los pecios son la herencia de un novelista que quiso dejar de serlo, consciente de que todo lenguaje es ficción y ningún género la atrapa por entero.

Sánchez Ferlosio: espíritu de sospecha en «Campo de retamas»

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