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Javier Codesal, retrospectiva en el MUSAC: «Nunca he podido cerrar los ojos»

Un verso de César Vallejo, «Ponte el cuerpo», es el arranque de las obras referidas a esta cuestión de Javier Codesal, que conforman una de sus retrospectivas más amplias hasta la fecha. Ha abierto sus puertas en el MUSAC, de León

Javier Codesal, retrospectiva en el MUSAC: «Nunca he podido cerrar los ojos» óscar del pozo

javier díaz-guardiola

Le hago ver a Javier Codesal (Sabiñánigo, 1958) lo caprichosas que son las fechas: su obra empieza a despertar interés en 1999, con su entrada en el Espacio Uno del Reina Sofía. En 2009, diez años más tarde, se celebra su mayor retrospectiva hasta hoy, en La Virreina de Barcelona. ¿Llega pronto esta segunda del MUSAC ? ¿No tocaba en 2019?: «¡Espero que no! –sonríe– ¡Pero espero que en 2019 ocurra otra cosa! Reconozco que, al principio, la propuesta se me hizo rara, pues significaba atender sólo a una parte del trabajo (la que se ocupa de su interés por el cuerpo). Además, las obras seleccionadas van de 1988 a 2001, para saltar luego a una pieza (la que da título a la muestra) recién producida. Me parecía más apetecible mostrar mis últimos avances. Pero ha sido un buen ejercicio para repensar todo lo anterior. Y para entender de nuevo las cuestiones de lo corporal y lo físico. Estoy muy contento». Sobre todo ello, le abordamos ahora.

La exposición se titula «Ponte el cuerpo». ¿Qué tipo de cuerpo le interesa a Javier Codesal?

La impresión que tengo, sobre todo tras realizar la última obra, que cierra la muestra, es que el cuerpo es algo que se nos escapa. Es cierto que quizás en los primeros quince años de mi trabajo hay una presencia explícita, que en la segunda parte del trayecto se ha ido diluyendo. Aparecen menos desnudos, aunque lo corporal sigue impregnándolo todo. Sobre todo porque lo que a mí me interesa de la imagen es su propio «cuerpo». Siempre he procurado forzar esta cuestión para ver si se hacía presente algo en la obra.

Son veinticinco trabajos con los que ilustra esta tesis. Me centro en el más antiguo («Sábado legionario»), en cuanto que punto de partida, y en el último, dado que da nombre a la cita y que es una producción específica para León.

«Convendría escapar de todo. Incluso de uno mismo»

Hay grandes diferencias entre ambos extremos. Hasta por el género. En el primer caso, la obra era un documental, de forma que por entonces no producía las imágenes a mi antojo. El tema era el cuerpo uniformado, metido en una especie de carcasa y en una posición regulada. En la última serie de 2015, la investigación es distinta y más directa. Se trata ahora de ahondar en el cuerpo masculino, pero de un único sujeto para descubrirlo al detalle. Además, Sábado legionario debe ser leído en un contexto espacial, sociológico y político muy determinado. El «cuerpo» de ahora se ofrece encerrado en una habitación, y nada identifica sus condiciones de vida. A ello se suma que es un cuerpo que no responde a los cánones de la fotografía publicitaria. Es bello, pero por otras razones.

La pieza es una colección de 25 fotos en la que en dos ocasiones aparece usted también.

Eso es interesante porque no me quería «quedar fuera», aunque uno, cuando hace una foto, siempre está dentro. Quizás este sea el adelanto más obvio con respecto a otras obras. Y la pieza tiene una segunda parte, la titulada «La ropa por el suelo», una vitrina que incluye la ropa del modelo, junto a un sillón, de forma que hay una invitación a mirar. Y unos altavoces reproducen un texto leído por ambos que desgrana toda la complejidad del desnudo y de lo que suscita la mirada de otro cuerpo.

¿No había sentido hasta ahora la necesidad de retratar o escrutar el suyo propio?

Hay una obra, Estancia en las tumbas, de imágenes de sepulcros de niños que se contraponían con planos de vídeo en los que se me veía hacer las fotos. Y mucho antes, incluso, cuando comencé a trabajar en los ochenta, yo hacía performances. Aunque siempre he dado importancia a la participación física en lo que hago, mi aparición en las obras ha sido muy puntual.

La muestra se completa con su producción menos conocida: sus dibujos y su poesía. ¿Cómo se complementa con lo demás?

«No me gusta la abstracción que reduce el cuerpo a parámetros de belleza»

Se sitúan en el mismo registro. Por un lado, tienen que ver con la parte más íntima del trabajo. Para mí dibujar es como pensar. Es una labor muy inmediata, muy física, que se hace con la mano, mientras que la poesía es algo similar, solo que su mensaje pasa por la voz, lo más propio de cada uno. Yo empecé escribiendo poesía siendo muy crío. Pero cuando descubrí la imagen y el cine , me reorienté hacia lo visual y todo esto quedó en casa. Hasta hace diez años, que comenzaron a publicarse azarosamente algunos libros. Y es curioso porque durante muchos años mis trabajos audiovisuales no incluían la palabra.

Su mirada no eludió nunca cuestiones como las del dolor, la muerte o la enfermedad, que la sociedad actual trata de esconder o minimizar. ¿Cuáles son las consecuencias de esto?

Nunca he tenido el propósito de hacer obras duras o de aludir a cuestiones difíciles de asumir. Lo que ocurre es que no he podido nunca cerrar los ojos. Si trabajé sobre el sida fue porque se nos echó encima. No era solamente una enfermedad, sino también una manera de segregar. Tampoco me gustan nada esas abstracciones que reducen el cuerpo a parámetros de belleza, sobre todo porque yo mismo me reconozco como «fuera de norma». Eso no significa que me guste lo monstruoso, que no está recogido en mi trabajo.

Se le sigue recordando como pionero del vídeoarte en España. ¿Qué derroteros cree que ha seguido la disciplina?

Ha dejado de ser una rareza. Los artistas jóvenes ahora no se cierran a nada. Eso es una característica de nuestra sociedad, en la que todo el mundo lleva un móvil y hace vídeos. Otra cosa interesante es que, a pesar de la influencia del mercado, las instituciones han aceptado su lenguaje. Los centros de arte no tienen ya ningún reparo en introducir el cine en sus salas. Y se ha dado el caso curioso de que ha habido cineastas que han sido recibidos mejor en los museos que en los cines .

Afirma que su reconocida frontalidad no viene del cine , sino de su experiencia como telespectador. Ahora que estamos rodeados de pantallas, ¿no convendría escapar de esa frontalidad?

«Me niego a que una imagen tenga que durar tres segundos para ser respetada»

Fíjate que los selfies son todos frontales. Aún seguimos con eso... Convendría escapar de todo. El asunto es que uno no puede hacerlo tan deprisa como quiere. Yo intento separarme de mí mismo y espero que una muestra como esta me facilite ese desplazamiento. Pero también es verdad que cuando trabajas con cierta seriedad, y respondiendo a determinadas preguntas, el avance no es tan rápido como uno desearía.

«El arte actual no utiliza un lenguaje más complicado que el de la publicidad, y la publicidad la ve todo el mundo». La frase es suya. ¿Qué falla entonces?

Yo siempre he encontrado placer en ver arte. Posiblemente, lo que falta es un ejercicio de autoridad. Porque una vez que la gente no se siente tonta delante de las obras, es capaz de encontrar su camino. Entra acobardada a los museos. Por otro lado, el arte plantea ciertas dificultades. No debe ser únicamente una fuente de disfrute. Debe meter el dedo en la llaga. Y uno no siempre está dispuesto a entrar en esas cosas.

El vídeo tiene además el «problema» de la duración.

Yo he luchado mucho contra eso. Hay mucha gente, e incluso del medio del arte, que en cuanto un vídeo dura más de tres minutos se pone nerviosa. Es como pedir que el Quijote se contenga en un tuit. Estaría bien, pero te perderías cosas. Tenemos que trabajar para ir ahormando la experiencia. Me niego a que una imagen tenga que durar tres segundos para ser respetada.

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