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Trisha Brown: «Caminaba por la pared desafiando la gravedad»

La danza contemporánea quizá sea uno de los reductos de la creación más hermosos pero menos atendidos por las instituciones. Trisha Brown es uno de sus grandes nombres, y su compañía ha pasado por España

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paloma torres

Trisha Brown nació el 25 de noviembre de 1936 en Aberdeen, Estados Unidos, por lo que ahora tiene 78 años que ha dedicado a la danza. Es conocida como bailarina y como una coreógrafa visionaria que ha influido en la concepción contemporánea del ballet. Se le suele calificar como una artista posmoderna. Trisha Brown , cuando era joven, recibió clases de composición de Robert Dunn, un músico del famoso estudio de danza de Merce Cunningham . Allí, uno tenía que hacer de todo. Un día le dieron una escoba, le pidieron que improvisara, y ella simuló que volaba por todo el escenario. La bailarina se dio cuenta, después, de que había desafiado la gravedad. Y esta rebelión improvisada contra las leyes físicas del escenario marcará sus coreografías posteriores. Cuenta esta historia Carolyn Lucas, directora artística de Trisha Brown Dance Company, la compañía de danza que Trisha fundó en 1970 y a la que se dedica desde entonces. Lucas lleva más de treinta años junto a ella, es su persona de confianza, su voz y la continuadora de su labor.

¿Qué recuerda de cuando conoció a Trisha Brown?

Cuando yo me uní a la compañía, en 1984, Trisha todavía bailaba y estaba creando la pieza Lateral Pass. Fue una experiencia extraordinaria verla imbuida en su papel. Mucha gente dice que al verla bailar por primera vez quedaba impresionada por su técnica, o porque notaba su genialidad. Yo la primera impresión que tuve de Trisha bailando fue que era generosa. Y contemplar esta generosidad es algo muy sano como bailarina, porque a menudo nos presionan con la amenaza de que debemos impresionar a aquel para el que bailamos. Por eso su alegría y su compañerismo sorprendían mucho.

Yo tuve la suerte de actuar con ella, cuando todavía bailaba, y en el escenario era extremadamente enérgica, vital, se vinculaba de una manera excepcional con cada pieza. Yo tenía la impresión de estar corriendo siempre alrededor y detrás de ella, casi me parecía tener en la cara el polvo que Trisha levantaba al moverse. Su generosidad era extraordinaria. Tenía mucho respeto por los bailarines para los que creaba una coreografía y también estabilidad y paz para saber que alguien puede ofrecer algo inesperado a aquello que tú estás dirigiendo. Dirigía con ideas muy claras, pero estaba abierta a la sorpresa. Cualquiera que conozca a fondo su trabajo, se da cuenta de que Trisha nunca se repite a sí misma.

¿Recuerda alguna debilidad?

Pues sólo le diría que es una workaholic (adicta al trabajo), y eso, a lo mejor, es una imperfección.

¿Cuál cree que es el «secreto» del movimiento? ¿Cuáles son sus herramientas para transmitir y qué es lo que se transmite con más facilidad a través de él?

Verá, Trisha, ya en sus más tempranas experimentaciones, exploraba la arquitectura, la anatomía, el arte… Y estaba muy interesada por definir la gravedad. Pero creo que, antes de todo esto, era una gran bailarina. Le gustaba empezar a bailar de una manera y sorprender, cambiar de pronto, siempre estaba jugando con la sorpresa. Su cuerpo es muy democrático: intenta dar el mismo tiempo a las piernas, a los brazos… El movimiento es fluido y siempre presente.

¿Está de acuerdo en que su trabajo es más experimental que narrativo?

Desde una perspectiva universal, el trabajo de Trisha no es literal, pero yo siempre he sentido que es muy provocativo emocionalmente. Ella estudiaba y estudiaba y estudiaba la narrativa, la poesía, la Historia. Pero en la danza encontró una manera no literal de presentar la Historia. Al verla bailar sientes la Historia, sientes que está hablando, pero no que te esté contando nada. Una vez, en un espectáculo, fue como si partiera su cuerpo en dos. Consiguió que una parte de su cuerpo se convirtiera en el gesto, se movía geométricamente. La otra parte representaba lo emocional, más fluido. Fue una hermosa aproximación. Un mensaje muy abstracto puede ser muy provocativo desde lo emocional.

Uno de sus proyectos «revolucionarios» fue «Walking on the Wall», que era una rebelión contra las restricciones de un escenario tradicional. ¿Cuáles son estas limitaciones y de qué manera un bailarín se siente limitado por ellas?

Bueno, no sé si decir con tanta claridad que estamos limitados por ellas. Creo que una de las mejores cosas que todos hemos aprendido de las coreografías de Trisha desde 1970 es que la limitación es una máquina que puede hacerte ser creativo. Ella era creativa con mucho rigor. Por ejemplo, tomaba el simple acto de caminar, con toda su profundidad, y después caminaba por la pared desafiando la gravedad. Construía una estructura, formal, rigurosa, y la exploraba hasta las últimas consecuencias.

La compañía ha actuado en Pamplona con «In plain site». ¿Qué destacaría de los espacios del museo de Moneo?

Trabajamos a partir de cada lugar. A veces trabajamos dentro del museo, y jugamos con la arquitectura y el arte. Otras veces lo hacemos fuera, y estas modulaciones hacen que el público se comprometa con la obra.

¿Cree que algunos artistas contemporáneos hacen un uso trivial de la «performance»?

No me siento cómoda respondiendo, no por la pregunta, sino porque trabajo demasiado y no visito muchas galerías de arte ni performances de artistas. Pero, aunque no voy tanto como debería, no tengo esa sensación a partir de lo que he visto. De todos modos, por el exceso que hay en tantas cosas, imagino que puede ser así.

¿Qué diferencia hay entre un bailarín bueno y uno excelente?

Un factor importante, cuando se tienen las condiciones, es la suerte. A veces las puertas de las compañías se abren sólo cada cinco o siete años. Un bailarín, para Trisha, tiene que ser fluido, pero extremadamente fuerte al mismo tiempo; simple, pero muy técnico, y capaz de liberarse de la técnica en el momento preciso.

En un cuento de J. Ramón Ribeyro, el protagonista, que toca el violín, sube a un torreón y desde allí lo hace a solas, «para nadie». Tiene entonces la certeza de que nunca lo ha hecho mejor. ¿El bailarín debe bailar para alguien o para nadie?

Yo sólo le puedo decir cómo me siento mientras estoy actuando. Y creo que muchos sentimos de manera parecida, y también creo que Trisha lo hace. Siento que tengo compromisos cuando actúo. Uno es ejecutar de la manera más excelente posible la coreografía. En segundo lugar, estar plenamente conectada con el resto de bailarines. En tercer lugar, me gusta compartir lo que estoy experimentando con el cuerpo. Después de estar sentada en el estudio, de tener una proximidad tremenda con la coreografía, de fijarte en los detalles, te vas muy lejos. Muy lejos, al teatro, y allí ves la belleza del trabajo. Nosotros no queremos construir, digamos, un cuadrado rígido alrededor… Y conseguir con ello que la gente se mueva, y que se emocione.

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