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Marina Keegan, «Lo contrario a la soledad» y la genialidad exprés
El 26 de mayo de 2012 moría Marina Keegan. Se había graduado en Yale días antes. «The New Yorker» esperaba a esta joven promesa cuyos artículos recopila «Lo contrario a la soledad»
El 1 de octubre de 1930, The New Republic publicó el relato autobiográfico «Expelled» para presentar a «la voz de una nueva generación». La voz en cuestión –la de un imaginativo joven de dieciocho años, mal alumno, expulsado poco antes de la Thayer Academy– era la de un tal John Cheever. Nada de lo que ya había entonces en el futuro autor de relatos antológicos como «El nadador» o «El marido rural» hay en lo que ha dejado escrito la joven Marina Keegan (1989-2012), a la que en más de un sitio se la ha definido como una Cheever en potencia.
Lo que sí abunda en Lo contrario de la soledad es la rara fascinación provocada por este artefacto cuasi hagiográfico y best seller instantáneo con la firme intención de familiares, adoradores y necro-aduladores de elevar a su desaparecida autora los altares de la genialidad exprés.
A menudo lo impecable limita con lo ángelico, pero desangelado
Pero más allá del fervor evangélico, lo que se ofrece aquí es más vida y muerte que vida y obra; más joven promesa que promesa cumplida; más expresión de deseo que deseo concedido.
Tempranamente fallecida en un accidente automovilístico, el fantasma de Keegan nos ofrece desde la portada una sonrisa de Gioconda (la edición original, a su look muy Belle and Sebastian, añade casi subliminalmente la tipografía característica de los filmes de Wes Anderson) y un aire tan impecable como el de las ficciones y las no-ficciones aquí reunidas. Y ya se sabe: a menudo lo impecable –Keegan es como la versión Dr. Jekyll de esa Mr. Hyde que es Lena Dunham – limita peligrosamente con lo angélico pero desangelado.
Hasta las narices
De ahí que, casi en todo momento, Keegan se muestre como una mejor alumna en más de una ocasión demasiado satisfecha consigo misma. Razones no le faltaban: egresada de Yale «magna cum laude», pasante en The Paris Review, investigadora para Harold Bloom, estrella entre sus compañeros y profesores (su muerte parece haber causado, a escala de campus, un fenómeno de histeria colectiva similar al de Lady Di) y ya lista para ocupar escritorio en las flamantes oficinas de The New Yorker en el rascacielos One World Trade Center. Sí, el cielo era el límite para Keegan.
Pero Lo contrario de la soledad se ocupa –mal que le pese– de asuntos terrenos. Y de los pareceres de una joven privilegiada con una visión tan ingenua de la realidad y del modo de cambiar las cosas que ni siquiera llega a la potencia de himno salvaconciencias de burgueses à la Imagine de John Lennon. Lo de Keegan –como cuando analiza los peligros y tentaciones de Wall Street– está más cerca de una canción de Manu Chao o de Macaco.
Su manifiesto existencial y discurso de graduación que da título al conjunto –publicado en el Yale Daily News , rápidamente contagiado a fenómeno viral– es de una conmovedora inocencia y parece como transmitido desde un Edén estudiantil. Sí, Keegan amaba Yale aún más de lo que Max Fischer ama su Rushmore Academy.
Lo que se ofrece aquí es más vida y muerte que vida y obra
Para contrastar este sentirse «enamorada» y «extraordinariamente a salvo», experimentando «lo contrario a la soledad» por los venerables y venerados pasillos y aulas de su alma máter, no está de más leer acerca de las patologías de college y linaje que revela el reciente ensayo Where You Go is Not Who’ll You Be, de Frank Bruni. O recordar lo que advertía otro expulsado profesional, Kurt Vonnegut , cuando le pedían que se dirigiese a los jóvenes listos para, según Keegan, hacer que «algo pase en el mundo». Vonnegut dixit: «La portavoz de la clase acaba de decir que está hasta las narices de oír esto: ‘Me alegro de no ser joven en esta época’. Lo único que puedo añadir al respecto es que me alegro de no ser joven en esta época… Os compadezco enormemente. La vida volverá a ser durísima en cuanto esta ceremonia termine, y el pensamiento más útil al que nos podemos agarrar cuando todo vuelva a ser horrible es este: todos experimentamos más o menos lo mismo… Da igual la edad que tengamos ahora: nos aburriremos y nos sentiremos solos durante el resto de nuestras vidas».
Pues eso.
O, mejor dicho: Hi Ho.