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Málaga ya habla ruso y francés gracias a sus dos nuevas franquicias museísticas
Málaga se vende ya como «la ciudad de los museos». Sus dos últimas franquicias, la del Museo Estatal de Arte Ruso y la del parisino Pompidou, muestran sus cartas
![Málaga ya habla ruso y francés gracias a sus dos nuevas franquicias museísticas](https://s2.abcstatics.com/Media/201504/06/museo-arte-ruso-malaga--644x362.jpg)
La posibilidad de un puente
La Colección del Museo Ruso , sede del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo que permanecerá en Málaga por 10 años prorrogables, nace en un histórico edificio industrial alejado del centro, en uno de los distritos más poblados de Europa que en los últimos años ha visto nacer otras iniciativas culturales, tanto privadas ( Casa Sostoa ) como públicas ( La Térmica ).
La primera exposición permanente, compuesta por 100 obras, funciona como una panorámica de la Historia del Arte ruso. Se detecta en esta entrega un compromiso con el relato historiográfico y un afán por trasladarnos una «imagen» de Rusia, de su idiosincrasia y de aspectos como el nacimiento de San Petersburgo (siglo XVIII) como ciudad-puente con Europa, confrontándose con la continua visión y oda de la Rusia rural y del campesinado, una suerte de alegoría del alma nacional. De hecho, el Viejo Continente se convirtió en un ideal para la cultura rusa; sólo hay que pensar en cómo Catalina II (s. XVIII) coleccionó arte europeo casi en paralelo al nacimiento de la Academia local, o cómo Morozov y Shchukin acumularon fabulosas colecciones de los primeros «ismos».
La exposición desatiende algunas etapas recientes (el «Sots Art»)
El recorrido, que se inicia con iconos de los siglos XVI y XVII –la pintura tradicional–, está jalonado por excelentes obras y alguna que otra cuestionable; estas advierten de la condición periférica de Rusia, lo que se traduce en una continua mirada a los centros europeos para proceder a una reformulación de los lenguajes foráneos y sintetizarlos con asuntos patrios. Los géneros y las alegorías, a excepción de los temas identitarios, resultan familiares, mientras que la secuencia es similar a la que encontramos en muchos focos; en algún caso existe una absoluta correspondencia con el español, como ocurre con el género de pintura de Historia, ya que en ambos países se cultivó cierta «vis» orientalista, causante, quizás, de que en la mentalidad post-romántica ambos países fueran considerados reductos orientales y exóticos.
El siglo XIX se muestra con una vasta escuela de pintores excelentes (Briulov, Ivánov o Repin), aunque el discurso resulta en este punto reiterativo al estar demasiado volcado en el costumbrismo. El espacio dedicado a las vanguardias, con nombres esenciales y trabajos del Instituto de Artes Decorativas de Leningrado, invierte la dinámica: Rusia se convierte en centro de la mirada europea.
Tatlin, Rózanova , Chagall, Kandinsky, Rodchenko o Malevich conforman la cartografía de la radical transformación de ese «nuevo orden»: transitamos entre el Expresionismo y el Constructivismo, pasando por la abstracción y las reformulaciones cubistas. Se hace difícil no recordar aquí la bidimensionalidad, el color plano y la ingenuidad de algunos de los iconos.
«La época de Diáguilev», exquisita muestra, cubre lagunas de la permanente
No obstante, la exposición desatiende algunas etapas recientes (el Sots Art y el conceptualismo moscovita de los ochenta, por ejemplo), lo que la habría dotado de mayor rigor y afán totalizador. Debe valorarse que no se obvien momentos complejos para la práctica artística, como el realismo socialista, mostrándose abiertamente cómo las imposiciones estalinistas se tradujeron tanto en un arte hueco como en otro de porte heroico, canto al trabajo, a la industria y al campesino que debe revisitarse como singularidad de los realismos de entreguerras.
Queda igualmente inaugurada la primera temporal, La época de Diáguilev , exquisita muestra (69 obras) que viene a cubrir lagunas de la permanente gracias a la presencia de piezas a enmarcar en las «poéticas fin de siglo» y de otras que anuncian precozmente los «realismos de nuevo cuño» y el Art déco. Muchas, fechadas en las décadas del cambio de siglo, están guiadas por la perpetuación de la belleza y por el hedonismo, categorías y valores «derrocados» por las vanguardias. El conjunto, que elude la trascendental producción vanguardística en torno a los ballets rusos, es tremendamente sugerente y heterogéneo, concitándose magníficas piezas en clave simbolista, modernista y secesionista, así como ejemplos de recepción del divisionismo y del expresionismo alemán. Por Juan Francisco Rueda
![Exterior del Pompidou-Málaga, con el cubo de Daniel Buren en primer plano](https://www.abc.es/Media/201504/06/pompidou-malaga-2--644x724.jpg)
Un «Guggenheim» con fecha de caducidad
«Lo que se pone en cuestión (se refiere al grupo de periodistas que le escucha) es el concepto de situación, la dinámica que estamos intentando crear. Buscamos generar sinergias, buenas energías para que la propuesta se desarrolle con potencialidad».
Quien así se expresa es Bernard Blistène, director del Museo Nacional de Arte Moderno galo (satélite del Pompidou), al que de repente le asalta la necesidad de convertirse en defensor de la democracia en las instituciones artísticas a este lado de los Pirineos («¡España obligó a dimitir a Bartomeu Marí!», clamaba en un almuerzo informal); justo en frente de Alain Seban, presidente del Pompidou hasta esta semana, cesado no sin polémica en Francia por cuestiones políticas, y para el que la presentación del Pompidou-Málaga se convertía en su último acto oficial.
Lo que preocupa aquí es quién paga la factura del experimento
Málaga ya cuenta con delegación de este famoso centro parisino. La primera fuera de Francia y probablemente no la última. Porque mucho se esfuerzan en dejar claro que esta es una «sede provisional», además de «laboratorio» y «vitrina de experimentación», tal y como repite el director del MNAM.
Pero lo que quizás no entiende Blistène es que lo que preocupa aquí no es la filosofía del nuevo centro, muy legítima, sino quién paga la factura de su experimento. Cinco años (Sebald recalcaba que a él con tres le habría bastado), que podrían prorrogarse otros cinco, en los que el Pompidou cede 90 obras –¡de su colección de 100.000!– (aunque cambiarán en dos años) y se compromete a «empaquetar» alguna exposición temporal. Málaga pone el espacio (el edificio del Cubo, acondicionado en tiempo récord en el puerto) y paga un millón anual por la marca (al equipo de gobierno malagueño lo mismo le daba Pompidou que Louvre) y otro por el mantenimento y los seguros del conjunto alquilado. España vuelve a ser país de servicios, mientras el I+D lo desarrollan otros. Porque, imagínense con qué colección se encontraría la ciudad en una década si destinara todo ese dinero a la compra de arte contemporáneo.
El caso es que aquí descansa ya la exposición temporal más larga de la Historia o uno de los museos con fecha de caducidad más corta (según vean ustedes el vaso más o menos lleno). Para cuando los franceses se vayan, para el Ayuntamiento quedará «el efecto de mediación» con la sociedad y sus profesionales (sin duda, entidades como la Facultad de Bellas Artes se están volcando): «Esto es como fertilizante para el futuro», dicen. Curiosa palabra. Y si ellos no les quieren, «el centro estará preparado para recibir otro proyecto internacional». El Guggenheim, ya puestos. De hecho, Málaga ya tiene su Puppy: un cubo decorado cual arbol de Navidad por Daniel Buren , delante del que se hacen fotos turistas (palabra mágica) y curiosos.
En la mayoría de guiños, los clásicos hacen sonrojar a los artistas actuales
En el interior, Brigitte Leal invita a recorrer la Historia del arte desde el siglo XX con las 90 obras, organizadas no de forma cronológica, sino a partir de la idea de cuerpo en cinco ejes. Dediquen más tiempo al primero («Metamorfosis»), el que parte de Picasso (como no puede ser de otra manera), y donde los chispazos entre obras son más sugerentes (como en la instalación de Rineke Dijkstra). En la mayoría de guiños, los clásicos hacen sonrojar a los artistas actuales (Pierrick Sorin versus el malagueño; un sobrerrepresentado Tony Oursler frente a Tinguely...).
En «Autorretratos» y «El Hombre sin rostro» hay piezas soberbias de Giacometti, Chagall, Brancusi... El «cuerpo político» es, sin sentido, exclusivamente femenino, y salta «en pedazos» en el último sector en torno a la instalación Ghost, de Kader Attia, que no es lo mejor de la sala (tampoco Boltanski).
Como primera temporal, Corps Simples se deja ver, aunque destaca de ella la importancia que la danza y la videocreación tendrán para el centro. Es la antesala de la próxima muestra, con la que el Pompidou nos descubrirá a un artista «desconocido» en España: Joan Miró.
Hablando de españoles: Arroyo, Tàpies, García Sevilla... Pero ni rastro de los más actuales. ¿Servirán las sinergias que tanto mencionan para que el Pompidou adquiera obra de nuestros artistas jóvenes? Tienen 5 años, quizás 10, para responder. Por Javier Díaz-Guardiola