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Tres apuntes sobre arte (de)generado

De la validez del arte contemporáneo para contar y sugerir con poco a cuando este se invalida a sí mismo. Tres anotaciones que ilustran el panorama creativo actual

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laura revuelta

Primer apunte. Estoy de vuelta de pasar tres días en Abu Dabi. Digo bien que estoy de vuelta porque, pese a mis anhelos por descubrir en estado puro los parabienes de la arquitectura a golpe de talonario, me he dado de bruces con un mal espejismo. Crucé dos veces un puente firmado por Zaha Hadid , y como si nada. No me temblaron las piernas de la emoción pero tampoco por la inseguridad de la estructura. De lo contrario, pudiera ser que el puente tuviera la impronta de Santiago Calatrava . Mucho peor. Todavía hay clases, y dispendios de altura. He habitado en un edificio de Norman Foster, y como si nada igualmente. He avistado grúas y grúas, polvo y polvo, en el horizonte.

Entre este paisaje más de fin del mundo que de nuevo mundo, se entrevé la cúpula-colmena de la sede del Pompidou que aterriza como una nave espacial. He tenido la misma sensación que sentí hace muchos años –no habían caído aún las Torres Gemelas–al poner un pie en Teherán, cuando este país y esta ciudad se podían pisar. Eran los tiempos de la llamada apertura del régimen. La capital de la antigua Persia se me apareció entre sus montañas como una suerte o desgracia de Los Ángeles en territorio hostil, el sueño estrellado del Shah amante de lo norteamericano hasta exaltar la ira de Jomeini.

A veces pienso que el arte tiene lo que se merece cuando le dan tralla desde frentes enemigos

Abu Dabi me sugiere un remedo de Miami en pleno desierto. No digo más. Deduzco que a las metrópolis árabes les agrada imitar los mitos urbanos del gigante de las barras y estrellas. Salvo todas las distancias entre la capital de los Emiratos Árabes y la de la actual Irán. En Abu Dabi no se escucha el canto de las mezquitas, aunque sus minaretes apunten al cielo, y hay exposiciones de fotógrafos contemporáneos que comisaría una norteamericana, la veterana Wendy Watriss. Allí se contemplan obras como la que ilustra este texto: un skyline antes del 11-S construido con libros que han narrado el atentado. Las Torres Gemelas se levantan con dos esbeltos ejemplares del Corán.

Segundo apunte. De una pieza de arte contemporáneo a otra y tiro porque me toca. De la validez del arte contemporáneo para contar y sugerir con poco (la obra ya citada) a cuando este se invalida a sí mismo. Me refiero al engendro escultórico y orgiástico sobre un rey, una militante indígena y un perro de la exposición La bestia y el soberano. No he despegado de España, y se ha cocinado en España (Cataluña) una nueva comidilla en torno al arte contemporáneo. De regreso, la comidilla ha alcanzado la pesadez de una comilona indigesta hasta el ardor y luego el vómito. Lo que mal empieza, mal acaba. Mal lo planteó Bartomeu Marí, ex director del MACBA , y mal le ha salido el guiso. Primero prohíbe la muestra de la pieza. Luego, inaugura la exposición con la escultura en el conjunto definitivo. Dimite. Cesa a los comisarios ya como director dimitido, y le aceptan la dimisión. Morir matando, se diría.

Abu Dabi me sugiere un remedo de Miami en pleno desierto. No digo más

Una trepidante película de sketchs absurdos. Una serie de tomas falsas como las que te ponen en los canales cerrados de los aviones para que pases el rato y no te agites en la butaca, harta de llevar las piernas y los nervios encogidos. Pero maldita la gracia. Muchas veces pienso que el arte contemporáneo tiene lo que se merece cuando le dan tralla desde los frentes enemigos. Esta es una de ellas. Para colmo, llegan los alemanes del Kunstverein Stuttgart , que coproducían el «espectáculo», y piden en un comunicado algo así como daños y perjuicios. Todo por una escultura que es fea y que no da ni para los selfies de los turistas. ¿Saben lo que les digo?: me bebo antes el vaso de agua medio lleno o medio vacío de Wilfredo Prieto y menos mal que me fui tres días a Abu Dabi a vivir un espejismo sobre arte y arquitectura.

Tercer apunte. Ya estoy en Madrid. Acudo a la comida de los Premios de la Fundación Arte y Mecenazgo a un artista (Miralda), una galería (Carreras Múgica) y un coleccionista (la Fundación Sorigué de Lérida). Las tres patas de un banco, cuya cuarto apoyo debería ser la Ley de Mecenazgo, que nunca llega con todas las de la ley. Entre la sensatez de todo lo que se discute en la mesa, alguno de los asistentes señala que lo que aquí hace falta es «normalizar el arte». Eso es, y dar menos argumentos y hechos para tratarlo como una anormalidad.

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