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El CAAC de Sevilla cumple 25 años y no se calla
Comienza el ciclo de exposiciones que ilustrarán en el CAAC de Sevilla el XXV aniversario del centro. Recorremos la primera de ellas con Juan Antonio Álvarez Reyes, su director actual
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Siempre es positivo que un nuevo museo abra sus puertas. Precisamente la semana pasada, Málaga inauguraba dos: sendas delegaciones del Museo Estatal de Arte Ruso y del Pompidou francés. Pero no podemos olvidar a aquellos que llevan más tiempo, los pioneros que ayudaron a generar tejido y que establecieron las bases del mapa en el que ahora se insertan los recién llegados. Entre estos últimos se encuentra el CAAC de Sevilla, que este año cumple dos décadas y media.
«Nuestro museo encaja bien en ese mapa que mencionas gracias al trabajo realizado hasta ahora –explica Juan Antonio Álvarez Reyes, su actual director–. Nunca he sido partidario, ni de los proyectos espectaculares, ni de las franquicias. Un museo es, ante todo, una colección. Y para crear una se requiere tiempo y continuidad».
Precisamente de colección tira el CAAC para conmemorar la efemérides. Esta institución nació en un contexto muy determinado («durante la primera oleada de centros y museos de arte contemporáneo de España, junto al IVAM o el Reina Sofía», recuerda Álvarez Reyes), pero sin sede definitiva hasta 1997: «Hasta ese momento, el CAAC fue lo que Douglas Crimp llama “un museo sin paredes” que iba conformando una colección y que la mostraba en diferentes puntos de Andalucía».
Entre dos crisis
Mientras se sucedía una crisis, la provocada por la primera Guerra del Golfo, se ponía el contador a cero. El espacio sevillano llega a los 25 años en medio de otra gran recesión. Eso ha llevado a sus responsables a plantearse el concepto de «celebración»: «Creemos que, más que festejar, este es un buen momento para repensar lo que se ha hecho en estas décadas», argumenta el director.
El CAAC organiza su programación en ciclos expositivos. Tenía sentido dedicarle uno a su aniversario. Cuatro muestras complementarias con las que se irá abordando la colección patrimonial e histórica del museo (El presente en el pasado); la figura de José Ramón Sierra , el arquitecto y artista que convirtió el Monasterio de la Cartuja en su sede; el espíritu de esta orden religiosa, siempre desde la mirada de los creadores actuales (El gran silencio). Y también, y cómo no, el arte producido en los últimos 25 años.
«Más que festejar, es un buen momento para repensar lo que se ha hecho en estas décadas»
Esa es la intención de No ver, no oír y callar, la cita que ya ha abierto sus puertas (su título se lo otorga el tríptico de Curro González que arranca su recorrido) y que delimita el devenir de la creación plástica en los años de existencia del centro, articulándose en dos partes (la que es crítica con el mismo arte y la que ilustra el empuje de lo identitario en este periodo): «Analizando nuestros fondos, nos dimos cuenta de que contábamos con obras suficientes para esbozar este ensayo visual. Porque hemos conseguido crear una muy buena colección, que parte del contexto andaluz (y del que son hitos el legado de Equipo 57 , que sitúa su inicio cronológico, o el de Guillermo Pérez Villalta ) y se complementa con grandes ejemplos del contexto internacional». Reyes recuerda cómo este museo celebró la primera exposición de Louise Bourgeois en España y de Carrie Mae Weems , en Europa. A ambas autoras nos las encontraremos en la exposición.
Las primeras salas se centran en el rol del artista de los últimos años. Curro González representa al hombre-orquesta; Chema Cobo, al bufón; Ángeles Agrela , al contorsionista; Rogelio López Cuenca , al mediático... Unos pasos y nos reencontramos con una de las grandes muestras de la época (Nuevas abstracciones, Reina Sofía, 1996), en la que participaron Juan Uslé o Jonathan Lasker (aquí con obras de cuando el museo no tenía ni director), y cuyas premisas teóricas se amplían, por ejemplo, en la fotografía de Wolfgang Tillmans . Salimos de esta habitación y recalamos en la siguiente, una de las más sólidas de la propuesta, en las que Quejido, Albacete y una apabullante Inmaculada Salinas combinan conceptual, pintura y medios de masas.
Un presupuesto exiguo
Es constatable que, en ocasiones, es difícil introducir el arte contemporáneo en los espacios del CAAC, justo por la naturaleza del edificio, que se «chupa» buena parte del presupuesto en su mantenimiento (un millón de los 2,8 actuales, muy lejos de los siete de antes de la crisis): «Sin embargo –considera el director– tiene sus ventajas. Nos da personalidad y nos aleja del cubo blanco, hasta el punto de otorgarnos algunas líneas discursivas que se asientan en la Historia del inmueble».
La asimilación de la fotografía por el mercado (Sekula, Höfer, Peter Frield) y la transformación escultórica (Brossa y Juan Luis Moraza) sirven de bisagra al segundo gran bloque, donde se impone la sexualidad (son estos los años del sida, y ahí quedan los carrying de Espaliú) y los nuevos feminismos, así como el poder transformador de la música o el auge del vídeo, en un irónico apartado en el que se revisan los tópicos andaluces. Finalizamos con las lecturas de la actual crisis de Jorge Yeregui y José Jurado, la última adquisición del centro.
«Un museo es, ante todo, una colección. Y para crear una se requiere tiempo y continuidad»
¿Y cuáles son sus retos inmediatos?: «Además de volver a ser ese “museo sin paredes”, acometer reformas en un edificio que nació con la urgencia de la Expo'92 y no para albergar arte, así como acabar con la falta de almacen. Y nuestro ideal sería imitar al Schaulager , es decir, que los fondos acumulados sean visitables». En el otro lado de la balanza, estabilidad en la institución (solo tres directores y continuistas), un número de visitantes que no deja de crecer (récord de 175.000 en 2014) y capacidad para trabajar con el contexto.
En el deseo del director está que las cuatro muestras se complementen con una quinta en 2016 «sobre el arte producido recientemente en Andalucía». ¿El problema? El dinero. Siempre. Del primer al último día. Aún así, felicidades.
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