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Juan Ramón Jiménez agazapado. Primer «biopic» de un escritor español
Mientras Truman Capote, Shakespeare o los hermanos Grimm han dado pie a numerosas películas, el cine español se ha fijado poco en nuestros escritores. Es Juan Ramón Jiménez el primero en protagonizar un «biopic», «La luz con el tiempo dentro»
Juan Ramón Jiménez tiene mala fama. De él ha trascendido una imagen de poeta encerrado en una torre de marfil y de hombre extraño, un maniático de los silencios. La película sobre su vida La luz con el tiempo dentro esconde una historia que es digna de ser contada y que a mí me contaron, a su vez, en tres conversaciones telefónicas, Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta de Juan Ramón Jiménez, y Teresa Calo y Antonio Gonzalo, la guionista y el director. De sus palabras va emergiendo un nuevo Juan Ramón Jiménez, complejo pero mucho más luminoso, que hasta ahora ha permanecido agazapado o silencioso frente a su versión habitual de poeta casi maldito.
La película toma su título de un poema que trata precisamente sobre una imagen que, al pasar el tiempo, cambia en la mente del poeta: «Cuando yo era el niñodiós / era Moguer, ese pueblo, / una blanca maravilla / la luz con el tiempo dentro. / Cada casa era palacio y catedral cada templo [...] / Recuerdo luego que un día / en que volví yo a mi pueblo / después del primer faltar, / me pareció un cementerio. / Las casas no eran palacios / ni catedrales los templos / y en todas partes reinaban / la soledad y el silencio». El lugar permanece, es el mismo, pero cambia... ya es otro. La mirada adulta ya no consigue ver palacios, sino sólo el cementerio, y la soledad. Como sucede en el poema, también el relato de su vida provoca un despertar a una realidad algo más precisa, tal vez más ajustada a la verdad del creador del burro Platero. El despertar que narra el poema es amargo. El que se desprende de contar la vida asumiendo una complejidad que las famas olvidan, más sosegado y radiante. De fondo, late una pregunta: ¿quién fue Juan Ramón Jiménez?
LO QUE CUENTA CARMEN HERNÁNDEZ-PINZÓN. Que Alberti llegó a decir que Juan Ramón Jiménez era el poeta y, los demás, unos poetillas. Que, sin embargo, su fama le ha maltratado y ha impedido una admiración sin prejuicios de su obra. «¿Se puede imaginar usted que en otro país que no sea España, después de más de cincuenta años de la muerte de un Premio Nobel, quede obra inédita? –habla algo dolorida–. Juan Ramón nunca tuvo apoyo, ni de la Real Academia, ni de la oficialidad española. El día que le concedieron el Nobel, los miembros de la Academia tenían reunión. Los periodistas esperaron a la puerta para pedirles su opinión, y todos se negaron a hacer declaraciones. El único que le felicitó fue Gerardo Diego. Hubo quien llegó a decir que le parecía mentira que le hubieran dado el Nobel a alguien que había escrito sobre un burro. Con Juan Ramón siempre hemos tenido cerradas las puertas. Las editoriales no tenían interés y nadie nos dio dinero para celebrar el aniversario de Platero. Ahora las miradas se han vuelto hacia él y está más vivo que nunca.»
El médico a Zenobia: «Juan Ramón se está muriendo de nostalgia»
Recuerda anécdotas muy variopintas. Que Juan Ramón publicaba en cualquier lado. Bien, pero en cualquier lado. Incluso mandó unos poemas a la revista Ford de coches, aunque ni siquiera tenía carné de conducir.
Y que sufrió mucho el exilio porque en EE.UU. él se sentía «deslenguado». Conocía el inglés, pero se negaba a hablarlo para que no se contaminara su herramienta de trabajo. Juan Ramón era un perfeccionista y una persona tremendamente ética. Quería que su lengua permaneciera intacta para poder escribir correctamente.
Recuerda también que al final de su vida, su mujer, Zenobia Camprubí («que, por cierto, a pesar de lo que se suele contar, nunca fue el perrito faldero de Juan Ramón»), algo desesperada porque su marido entraba y salía de los hospitales, le preguntó al médico: «¿Pero, doctor, qué es lo que tiene?» Y el médico respondió: «Se está muriendo de nostalgia. Lléveselo a un sitio que le recuerde a España, que pueda ver sus plantas, sus flores, su mar, porque se muere en EE.UU.» Zenobia, entonces, decidió llevárselo a Puerto Rico.
LO QUE CUENTA ANTONIO GONZALO. Que, durante su exilio en EE.UU. y Puerto Rico, Juan Ramón fue muy generoso. «La imagen que se ha proyectado de Juan Ramón es unilateral, los aspectos más negativos de su personalidad. Pero a mí me ha llamado la atención su generosidad. Durante el cerco de Madrid acogió a niños huérfanos y los mantuvo, no sólo durante la guerra, sino desde el exilio.» Esa generosidad es simbólica de la cantidad de matices y tremendas contradicciones con las que Antonio Gonzalo se encontró al estudiar a Juan Ramón Jiménez. «Me hubiera resultado difícil inventar un personaje de ficción mejor.»
El escritor mandó poemas incluso a la revista «Ford» de coches
Entre los claroscuros del personaje, sobresale el asunto del amor. «Se ha hablado mucho del supuesto donjuanismo de Juan Ramón. Después de estudiarle, creo que no era un coleccionista de mujeres, sino un hombre que amaba profundamente la vida y el amor. Se enamoraba de verdad de muchas mujeres e incluso al mismo tiempo.»
La historia de amor con Zenobia, que va más allá de la muerte, es importante en la película . «Es una historia de amor a reivindicar. Creo que ha habido una perversión de conceptos en el cine a base de una utilización excesiva, poco rigurosa y superficial, de cosas muy importantes en la vida, como el amor.» El amor, en este caso, se hace con palabras. «Es una película no sólo para verla, sino para oírla.»
LO QUE CUENTA TERESA CALO. Que cuando cayó en sus manos el proyecto de escribir el guión de La luz con el tiempo dentro, una película sin ayudas, releyó la biografía de Juan Ramón. Y, ante una vida llena de vericuetos, decidió darle la palabra al propio poeta. En el filme él se cuenta a sí mismo desde el final de su vida.
«¡Qué quietas están las cosas, / y qué bien se está con ellas!»
De Juan Ramón Jiménez le llamó la atención que vivía «muy para adentro» y casi en comunión con la naturaleza. Era un hombre tremendamente espiritual. Recuerda los siete años que pasó recluido en la finquita Los Pinares, junto a Platero, escribiendo el libro que más repercusión tendría y que él consideraba, entonces, un diario menor.
«Era perfeccionista, un hombre exquisito. Tenía una gran capacidad para absorber la belleza y convertirla casi en una filosofía. Su primer gran golpe fue la muerte de su padre, súbita. A partir de entonces Juan Ramón desarrolló una gran fragilidad. Era bipolar y cualquier cosa adquiría en él otra dimensión.»
Según Calo, sus contemporáneos Lorca y Buñuel eran una pandilla de gamberros que ante la exquisitez de Juan Ramón escribían cartas terribles y lo llamaban «putrefacto». «Iba por libre y era incómodo para todos.» Antes de irse a EE.UU., escribió un manifiesto a favor de la República, y quiso dejar la habitación ordenada tal y como estaba, sin tocar, porque pensaba volver pronto. Esa escena saldrá en la película mientras se escucha: «¡Qué quietas están las cosas, / y qué bien se está con ellas!»