música
Letra y música para Lorca en el Teatro Real: claves del estreno de «El Público»
«El Público», la obra más intensa de Lorca, llega por primera vez al Teatro Real en versión operística a cargo de Mauricio Sotelo y el escritor Andrés Ibáñez. El autor del libreto cuenta en este artículo cómo ha sido el proceso de adaptación del texto
Libretista de ópera. Curiosa ocupación. Muchas personas que conozco, personas cultas e incluso muy cultas, ni siquiera conocían la palabra. Libreto, libretista. En efecto, las óperas tienen un texto, y dicho texto se llama libreto. La mayoría de las personas que conozco creen también, quién sabe por qué, que la música se escribe primero y las palabras después. El concepto resulta fascinante, y uno se pregunta qué podría resultar de intentar algo así. Pero no, evidentemente no es de este modo como se escribe una ópera, sino exactamente al revés. El compositor trabaja a partir del libreto.
El compositor, como es obvio, siempre tiene cosas que decir sobre el libreto. Hay cosas que no le vienen bien, pasajes que quiere repetir, pasajes que desea omitir y que omite. Escribir una ópera es un largo trabajo de colaboración, y esta ha de comenzar en el trabajo conjunto de libretista y compositor. Es el resultado de una amistad, como la que nos une a Mauricio Sotelo y a mí desde la adolescencia. Es esta ya nuestra segunda ópera: Dulcinea se estrenó en 2006, también en el Teatro Real.
Escribir un libreto nuevo era una tentación, pero eso supondría domar la obra
El compositor hace su propia lectura del libreto y añade... realmente muchas cosas, algunas inspiradas por el propio libreto, otras de su propio mundo musical. Resulta fascinante, por ejemplo, ver en la partitura cómo las pocas palabras del aria de Julieta, «Un mar de sueño», se transforman en una gran exhibición de coloratura, o cómo el coro cierra el cuadro cuarto en un lontanissimo de ascendentes escalas flamencas. Nada de eso estaba, ni podía estar, en el libreto.
Mentes creativas
El trabajo, claro está, no acaba aquí. Luego vendrá el escenógrafo con su visión, el director de escena con la suya, el figurinista con sus trajes, y todos harán suya la ópera, la transformarán de acuerdo con su entendimiento, su estética, sus obsesiones. Cada uno querrá decir algo absolutamente personal a través de su trabajo en la ópera, y es posible que las visiones de unos y de otros no armonicen en un principio. Sí, es posible que ninguna forma artística requiera de tantas mentes creativas como una ópera: añadamos el director musical, los músicos, los cantantes, los bailarines, el iluminador, el coreógrafo, el coro, el director del coro... A lo que hemos de sumar, en este caso, dos cantaores, un bailaor, un percusionista y un guitarrista flamencos. ¡Y todo eso para ocho representaciones! No existe nada tan loco y tan maravilloso como la ópera.
Quise que estuvieran también la obscenidad y la violencia
El trabajo de libretista es necesariamente humilde. Existen libretos supuestamente mediocres que en escena resultan maravillosos, como el de Schikaneder para La flauta mágica o el de Morell para la Teodora de Haendel, y también libretos de grandes escritores que resultan tan flojos como los de Elena egipcíaca de Hofmannsthal o The Rake’s Progress de Auden.
¿Qué hacer, por otra parte, con una obra tan legendaria, extraña y misteriosa como El público ? Escribir un libreto nuevo, basado con mayor o menor fidelidad en la obra de Lorca, era una tentación, porque permitiría de algún modo simplificar la fabulosa complejidad del original, reducir el número de personajes, hacer la obra más inteligible. Pero esto supondría, también, domarla de algún modo, desvirtuarla, hacerle perder su carácter rompedor.
En El público se puede, ciertamente, discernir una historia, pero de la misma forma que en un montón de frutas de Arcimboldo se puede discernir una cara. El público es poesía (sabido es que Lorca llamaba a sus obras «poemas»), y vive en sus imágenes, en sus palabras, en sus acciones y acotaciones misteriosas.
Lo que no vemos
Me planteé, pues, extraer del texto original un libreto de ópera que respetara la estructura original y en el que estuvieran claramente recogidos todos los elementos de esta obra perpetuamente oscura. En cuanto a la estructura, hice una especie de variación del Wozzeck de Berg, que tiene tres actos dividido cada uno en cinco escenas. Así, El público tiene cinco cuadros, dividido cada uno en tres escenas (a excepción del cuadro cuarto, imposible de dividir en tres, que convertí en una especie de rondó en siete partes). Finalmente, la ópera ha quedado dividida en dos actos, de tres y dos cuadros, respectivamente.
Sólo existen máscaras, máscaras y trajes bajo los cuales hay otros trajes
En cuanto al texto, me impuse la tarea de no embellecerlo, de no deformarlo. Toda obra de arte, como el mundo, es un caleidoscopio tan complejo que siempre hemos de elegir lo que vemos y lo que no vemos. Quise que la poesía estuviera, que estuvieran los diálogos absurdos y delirantes, las canciones tontas, las imágenes deliberadamente feas, pero también las conversaciones sobre diversos temas (sobre teatro, sobre amor, sobre la máscara), sin duda lo menos operístico de todo (pero ¿no escribió Strauss en Capriccio una ópera entera que no es sino una larga discusión sobre la propia ópera?); quise que estuviera el humor, que estuviera el misterio y el esoterismo que tanto fascinaban a Lorca (un aspecto de su arte que en ninguna obra pudo desarrollar tanto como en esta); quise que estuvieran también la obscenidad y la violencia. Quise mantener algunos de los pasajes más controvertidos, bien a sabiendas de que no es en un teatro de ópera donde solemos escuchar líneas como «¡oh, amor que necesitas pasar tu luz por los calores oscuros!, ¡oh, mar apoyado en la penumbra y flor en el culo del muerto!» Quise, en definitiva, en la medida de mis muy humildes posibilidades, hacer un texto que hubiera gustado a Lorca.
En la arena azul
Le imagino muy viejo, con ochenta y ocho años, asistiendo al estreno de su obra en el teatro María Guerrero de Madrid, en la brillante puesta en escena de Lluís Pasqual a la que yo también asistí, y cuyos caballos de largas cabelleras y cuya arena azul son imposibles de olvidar.
Imagino a Lorca entre el público, viendo la ópera
Imagino que no murió asesinado, que se exilió a México o Argentina, y que siguió escribiendo teatro y poesía. Imagino que pudo terminar por fin El público, esa obra sobre la homosexualidad, sobre el teatro, sobre la verdad del arte y sobre el enigma insondable que es, finalmente, la personalidad humana, esa obra que dice que la homosexualidad en realidad no existe porque nosotros no somos «uno», que es lo que busca el sádico y asesino Emperador de los Romanos, sino muchos, que tenemos muchos animales en nuestro interior, que somos tres personas (al menos) como Gonzalo, el amante, que es tres hombres al mismo tiempo, que sólo existen máscaras, máscaras y trajes bajo los cuales hay otros trajes y otras máscaras, máscaras del amor, del deseo, del misterio, un misterio finalmente insondable y que, al igual que esta obra, no puede ni debe intentar explicarse del todo...
Imagino a Lorca entre el público, viendo la ópera y sintiendo que ese país que él soñó y que él, en gran medida, ayudó a dar forma, es ahora una realidad, y que España ya no es el país donde se asesina a los poetas homosexuales, sino el país donde en el Teatro Real se estrena una ópera que se titula El público.