opinión
Trapiello, en la estela de Cervantes
Vida y literatura se funden en las páginas de «El final de Sancho Panza y otras suertes» hasta alcanzar el mayor anhelo de un escritor: hacer de la vida literatura, convertir la literatura en vida
Con Pierre Menard, autor del Quijote (Sur, 1939), Borges instaura la historia literaria como diálogo de libros. La historia literaria no será sino un comentario de ese diálogo de libros que apuntara el mexicano Julio Torri, tan cercano a Borges. Un diálogo circular, no lineal; un doble diálogo de los libros entre sí y de los libros con los lectores. Si la realidad está en los libros, el acto de leer esos libros, de escribir otros libros y de hablar de todos ellos prolonga esa conversación a lo largo de los siglos. Un diálogo interminable, infinito, laberíntico y luminoso, secreto y común. Cada lectura restaura el pasado.
El Quijote trata de alumbrar una existencia decididamente literaria. Una existencia para la literatura, el raro territorio de niebla en el que la ficción se apodera de la realidad, el sueño de la vigilia. Para decirlo con palabras de Mario Vargas Llosa: «El gran tema de Don Quijote... es la ficción, su razón de ser y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va modelando, transformando […] La ficción es el asunto central. El mundo es como lo describen las novelas de Amadises y Palmerines. La ficción contamina lo vivido y la realidad se va gradualmente plegando a las excentricidades y fantasías de Don Quijote. Sancho, en la segunda parte, sucumbe a los encantos de la fantasía».
Encontramos a un Sancho «quijotizado», nostálgico de las antiguas andanzas
Sabemos que reescribir el Quijote es la tarea principal de la literatura a partir de 1605. Lo reescribieron, sobre todo, los grandes novelistas ingleses del siglo XVIII, en novelas como Tristram Shandy , de Sterne, quien señala a su propia obra como «una comedia cervantina», o como Tom Jones y Joseph Andrews, este último «escrito a imitación de la manera de Cervantes» de Fielding (quien, por cierto, inició su carrera literaria con una comedia titulada Don Quijote en Inglaterra). No es extraño. Ya la primera traducción de la Primera Parte del Quijote, la de Thomas Shelton, es de 1612; traducción que, probablemente, leyó Shakespeare con algo más que interés para escribir Cardenio en colaboración con John Fletcher, pieza teatral representada en el Londres de 1613, hoy texto perdido y referencia más que obvia de El curioso impertinente. Byron describiría la obra de Cervantes como «la más triste de todas las historias, y tanto más triste porque nos hace sonreír».
La ironía cervantina, tan cara a los ingleses, tan cara después a Borges, a Joyce, a Octavio Paz, a García Márquez, a Vargas Llosa, es una estela que ahora, de nuevo, desde España, recoge Andrés Trapiello , con la publicación de El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino, 2014), continuación de Al morir Don Quijote (Destino, 2004). Trapiello traslada, inmaculada, la ironía melancólica cervantina a una historia en la que, si bien transcurre en el lejano siglo XVII, permite advertir huellas, y bromas, sobre los días presentes, con un humor elegante, próximo y condenadamente inteligente.
Trapiello crea una prosa del presente con el sabor y la esencia cervantina
Y traza en las andanzas de Sancho, el Bachiller Sansón Carrasco, la sobrina Antonia y el ama Quiteria, en su destino hacia América –¿qué otro lugar sino el Nuevo Mundo ante el fin de los días de gloria caballeresca y maravillosamente alucinada por las tierras de España?–, el memorable relato de unos personajes huérfanos de Don Quijote y de sí mismos.
Novela de aventuras, de intrigas, de amores y resabios, llena de imaginación, de un jugoso entretenimiento, polifónica, El final de Sancho Panza y otras suertes es literatura sobre literatura al establecer un atractivo diálogo con la tradición y mostrar la razón de ser de su origen cervantino: una conmovedora voluntad de vivir ante las asechanzas insoslayables del paso del tiempo. Aquí se cuentan los hechos sucedidos «de verdad», lo que les ocurrió tras la desventura, y así, se juega con la realidad y la ficción, pues ya los cuatro se han convertido en personajes públicos, conocidos, citados, imitados, parodiados, y al mismo tiempo «vivos». Un espejo cóncavo y convexo que relata los vaivenes que se encierran en el sutil escenario de una ficción.
Los diálogos muestran una magistral y verosímil cercanía al lector de hoy
Esta es la espléndida crónica de algo que cualquier buen lector se ha preguntado siempre al terminar las páginas de una obra maestra: ¿qué fue de los personajes?, ¿qué les ocurrió, adónde fueron? Trapiello apuesta, de manera extraordinaria, por no continuar lo escrito por Cervantes, sino por mantener su estela; «traduce» a Cervantes para el lector contemporáneo, y este es el mayor y más encomiable mérito de esta novela. No hace arqueología literaria, crea una prosa del presente con el sabor y la esencia cervantina. La riqueza de su léxico castellano, la precisa y bellísima construcción de la frase, los diálogos sostenidos por cada uno de los que aparecen en sus páginas muestran una magistral y verosímil cercanía al lector de hoy.
Encontramos a un Sancho «quijotizado», nostálgico de las antiguas andanzas por las lejanas llanuras, y muestra una unamuniana y sentida compasión hacia cada uno de los protagonistas. Todo es una sentimental ensoñación de lo vivido. Vida y literatura se funden en sus páginas hasta alcanzar el mayor anhelo de un escritor: hacer de la vida literatura, convertir la literatura en vida. Así, la estela cervantina continúa el sublime vuelo de su magia, ahora en el disparatado siglo XXI.