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Denis Johnson, un riel que fluye

Toda la vida de un pionero cabe en las 144 páginas de «Sueños de trenes», novela con la que el autor estadounidense vuelve a demostrar su maestría. La de un estilista del lenguaje

Denis Johnson, un riel que fluye CINDY jOHNSON

RODRIGO FRESÁN

La trayectoria hasta la fecha del norteamericano Denis Johnson (nacido por azar en Múnich en 1949) puede dividirse en variaciones hermanadas, todas, por el aria de una gran potencia imaginativa y un idioma propio y sublime. Johnson es uno de esos pocos autores en activo y en inglés cuyo sello se identifica de inmediato. Para Johnson, cada palabra cuenta y cada adjetivo suma y una historia se construye como si empezase y terminase en todas y cada una de sus líneas. Un estilista.

Así, lo de Johnson puede ordenarse y repartirse en su vertiente poética (reunida en el volumen «The Throne of Third Heaven of the Nations Millennium General Assembly» y saltando a sus piezas para teatro en «Shoppers» y «Soul of a Whore and Purvis»); las obras magnas y aluviales (el «gótico californiano» «Already Dead» o el Vietnam alucinatorio de «Árbol de humo»); sus despachos de no-ficción desde lugares peligrosos (recopilados en «Seek»); y thrillers metafísicos («The Stars at Noon» y «Resuscitation of a Hanged Man»).

Árbol genealógico

A lo anterior hay que añadir serios «divertimentos» (la distopía post-apocalíptica en «Fiskadoro», la farsa noir de «Que nadie se mueva» o el vodevil de espías en la recién publicada en EE.UU. «The Laughing Monsters» ); y las pequeñas en tamaño pero inmensas en sus logros obras maestras indiscutibles (la road-novel delictiva «Ángeles derrotados», la yonqui-novela-en-cuentos «Hijo de Jesús» o la fantasmagoría de campus «El nombre del mundo»). A este último grupo pertenece «Sueños de trenes» .

Publicada originalmente en las páginas de la revista «The Paris Review» en 2002 y más tarde en alguna antología, «Sueños de trenes» alcanzó el formato de libro a solas en 2011, resultando finalista, junto a «El rey pálido», de David Foster Wallace , y Tierra de caimanes, de Karen Russell, de un Pulitzer que, finalmente, quedó desierto.

No importa. El verdadero premio es «Sueños de trenes», donde -en apenas 144 páginas- Johnson destila toda una vida con una prosa que oscila entre la parquedad medular y la explosión beatnik y gozosa de sentimientos y visiones que quitan el aliento.

No hay duda: un clásico instantáneo y, en lo formal, una de las muestras más acabadas de aquello que Henry James celebraba como «la hermosa y bendita nouvelle». Algo que enseguida se ubica y acomoda sin problemas dentro de la gran tradición de su país y parece evocar las serpenteantes raíces de Nathaniel Hawthorne y Herman Melville, el tronco del más noble Ernest Hemingway y de la más estoica Flannery O’Connor, y las ramas electrificadas de Robert Stone y Barry Hannah, así como el tránsito y trance del luminoso cine con voz en off de Terrence Malick o el oscuro fraseo y humor fronterizo y espiritualidad sin fronteras de ciertas baladas con la voz de Johnny Cash. Y algo que -digámoslo- también convierte a buena parte de lo que hace el más celebrado Cormac McCarthy (excepción hecha de «Meridiano de sangre») en materia mucho más tramposa y afectada y fácil y efectista.

En «Sueños de trenes», Johnson pone todo lo anterior al servicio de contar la historia terminal de un pionero, Robert Grainier, desde su nacimiento en 1893 hasta su muerte en 1968. Entre un año y otro, Grainier trabaja en los grandes bosques y aserraderos, tiende vías para el ferrocarril, levanta puentes, y sufre una atroz tragedia familiar que lo deja partido por la mitad sin que eso le prive de la contemplación de grandes paisajes, del temor por la visita de una chica-lobo, de la sorpresa de cruzarse con Elvis Presley a bordo de su vagón privado, o de los milagros de los aviones y del televisor. Su vida es un riel que fluye y no tiene mucho sentido contar más de aquello que debe ser leído como lo cuenta Johnson.

Frases como plegarias

Al final, Grainier muere como vivió: solo. Y flanqueado por oraciones con la funcionalidad de plegarias. La que abre el libro es: «En el verano de 1917 Robert Grainier participó en el intento de matar a un jornalero chino al que habían pillado robando, o al menos lo acusaban de haber robado, en los almacenes de la compañía ferroviaria Spokane International, en el corredor septentrional de Idaho». Las que lo cierran son: «Y de pronto todo se volvió negro. Y aquella época desapareció para siempre».

Y salimos de «Sueños de trenes» sólo para poder volver a abrirlo con un personal agradecimiento añadido al de su perfección: quien firma esta reseña puede descansar tranquilo sabiendo, ya en enero, lo que contestará el próximo diciembre cuando le pregunten una vez más acerca de cuál ha sido su libro del año.

Denis Johnson, un riel que fluye

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