arte

Christian Boltanski: una sombra teatral y feliz

Boltanski, uno de los creadores franceses más personales, regresa a Palma para llenar su Lonja de sombras. El artista convoca un mundo danzante y «demoníaco» que incita a vivir de forma más intensa

Christian Boltanski: una sombra teatral y feliz

fernando castro flórez

Dice verdad quien dice sombra, aunque se trate de una temblorosa e hipnótica proyección «teatral» como la que ha montado, con una economía de medios admirable, Christian Boltanski en la Lonja de Palma. El artista comenzó a introducir este elemento en sus instalaciones en 1984, dotándolas de una mezcla de humorismo y carácter siniestro, aludiendo a lo familiar pero también a los traumas reprimidos.

Las imágenes parecen derivar de los juegos de los niños en la pared nocturna; son formas fantasmagóricas, teatrillos inestables, escenas enigmáticas, apariciones memorables que apenas son nada. En este magnífico edificio gótico contemplamos demonios que giran en una persecución que no encuentra su presa; danzan esqueletos; pequeñas manos recortadas adquieren un tamaño desproporcionado y máscaras macabras tiemblan como agitadas por un vendaval.

Este creador elabora un luto que afecta a la memoria colectiva

Boltanski ha manifestado de forma explícita su deseo de ser patético: «Quiero hacer llorar a la gente. El arte debe dar emociones. Estoy a favor de un arte que sea sentimental». Fascinado por la muerte y anclado también en la obsesión autobiográfica, utiliza una y otra vez «objetos sentimentales», que modifica en cada montaje: prepara en cada lugar una interrogación –la misma–, que es siempre diferente. El trauma de la infancia es una potencia que en la obra interviene continuamente. En alguna ocasión ha declarado que su proceso creativo con los rostros de gente muerta le excita, como si estuviera adentrándose en el dominio del sexo: la comprensión del sujeto como un objeto que ya no puede reanimarse.

La vida en cenizas

Boltanski intenta rendir testimonio de la dificultad para articular el sufrimiento en la contemporaneidad. La pulsión de muerte se articula, en un filo paradójico, en un tiempo de precariedad, cuando la secularizacion ha generado tierra baldía. «Mi obra –afirma– es una obra teatral en la que el público no reconoce al autor, pero sí se implican en mi trabajo, y eso es lo que me interesa». Una obra que habla de la muerte abstracta y obscena, del sentimiento de culpa o de las formas de escamoteo de la realidad, exige una proximidad radical, un enfrentamiento personal. Y encuentra recursos para escapar de la repetición estéril que dota al nihilismo de tono corrosivo.

El juego con las sombras evoca tanto los placeres de la carne cuanto a la vanidad

Frente a lo meramente decorativo o la neutralidad del museo, este creador elabora un luto que afecta a la memoria colectiva, que introduce la política de forma no institucional. Monumento de lo efímero que es, simultáneamente, aquello a lo que atiende el narrador: el terrible espacio hermético del que se ha sacado la potencia para continuar viviendo.

El arquetipo jungiano de la sombra adquiere en la maravillosa instalación de Boltanski en Mallorca una dimensión lúdica extraña, como si su larga pugna con el sufrimiento sedimentado, valga la paradoja, pudiera ahora, en tiempos crueles, incorporar una dimensión vitalista y jugar en una mezcla de lo onírico con la subversión pactada del carnaval. Sin duda, ha realizado «una obra feliz», en la que el juego infantil con las sombras evoca tanto los placeres de la carne cuanto a la vanidad del mundo.

En el espacio del mercado, el artista ha convocado un mundo «demoníaco» que no funciona como memento mori, sino como incitación a vivir de forma más intensa. Más allá de las sombras de la caverna platónica, experimentamos el placer de reencontrar un teatro de una fragilidad y hermosura que no puede olvidarse, so pena de convertir nuestra vida en ceniza.

Christian Boltanski: una sombra teatral y feliz

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