opinión
Cela, Yourcenar y «Memorias de Adriano»
Céline es grande, como Proust, y si envenenó o se envenenó a sí mismo con sus pensamientos, que Dios se lo premie, y si no, se lo demande. El veneno no fue otro que el del imperdonable colaboracionismo, amén de ideología, nazi.

Un triunvirato excelso. Corona de laureles sobre estas columnas. Todo muy clásico, aunque no sé si de un clasicismo barroquizante o surrealizante; medido o desmedido, ya que el argumento a tres voces se parece mucho a la pregunta de en qué se parece un huevo a una castaña. En nada, y vamos uno a uno. Cela no iba a pasar por estos pagos. Yo formo parte de la legión de desmemoriados nacionales sobre lo nuestro y los nuestros. Ni acordarme de que el Nobel concedido a Cela tiene ya veinticinco años. Me (nos) refrescó el otro día la memoria la sección de Cultura de ABC.
Ni acordarme de que leí hace mucho tiempo La colmena y otras de sus obras. Me gustó La colmena: tanto personaje y tanto paisa(na)je patrio. Me acuerdo de que entrevisté a Cela en su casa de Puerta de Hierro por no sé qué asuntos de su Fundación. Y me acuerdo de que visité su Fundación en un pueblo de Galicia de cuyo nombre no logro acordarme (y no pienso ir a internet para averiguarlo). Estaba preparando un reportaje sobre la misma para Blanco y Negro. Luego, si te he he visto o leído, no me acuerdo. A Cela, me refiero. Bueno, sí. Me viene a la memoria cuando su viuda toma las riendas de alguna oscura noticia en couché. La culpa de este trasvase de personalidades no la tiene la desmemoria, sino los renglones torcidos en las biografíasde los escritores y sus devaneos amorosos o de lo que sea. Es la desmemoria nacional de la que soy partícipe, pero tampoco me avergüenzo de ello.
Otra virtud belga: apropiarse de la gloria ajena. Recuerden a Picasso
Miro hacia Francia y envidio su chauvinismo. Solo el chauvinismo porque, en otro orden de factores culturales, prefiero el aceite de oliva a la mantequilla. Ahí se explica –en el chauvinismo bien orientado, no en la mantequilla– su acumulación de Premios Nobel. La última diana ha sido la de Modiano, que, además, ha conquistado nuestras listas de los más vendidos. Y el año que viene vamos a leer literatura francesa y comer pan con mantequilla de la mañana a la noche. Lo impone la moda literaria de París. Sus modos y «modianos». Pero tampoco son perfectos los modistos de esta alta cultura. El chauvinismo les falló el día que tocaba celebrar a Céline en el cincuenta aniversario de su muerte.
Céline es grande, como Proust, y si envenenó o se envenenó a sí mismo con sus pensamientos, que Dios se lo premie, y si no, se lo demande. El veneno no fue otro que el del imperdonable colaboracionismo, amén de ideología, nazi. Esto le costó la gloria de los fastos más afrancesados que uno pueda imaginar. Campos Elíseos con guirnaldas en el pelo. Aún recuerdo (para esto sí que tengo memoria) el artículo que dedicó Gabriel Albiac en ABC al Céline sagrado entre lo más sagrado: el de su literatura. En este punto de desmemoria o desagradecimiento, los españoles y los franceses nos parecemos. Ni los veinticinco años «nobelescos» de Cela ni los cincuenta mortuorios de Céline. ¡Qué mala memoria! o ¡qué mala leche, la de la memoria histórica!
Mi ejemplar de «Memorias de Adriano» estaba subrayado por todas partes
Seguimos en Francia, aunque Marguerite Yourcenar naciera belga y muriera en Estados Unidos. Otra virtud gala: apropiarse de la gloria ajena. Recuerden nuestro contencioso por Picasso. Marguerite la grande ocupa la portada de la revista Le Magazine Littéraire en su número de diciembre. Y un dossier de muchas páginas. ¿Por qué? Porque es verdaderamente inmortal (Vraiment immortelle, reza el título en francés que suena a grandeur total). Para mí, desde luego. No le dieron el Nobel y su vida no tuvo recovecos ideológicos. Y de Marguerite y su Adriano, emperador que, al cabo, nació español, iba a ser todo este artículo, pero las líneas de la escritura se van complicando, como la vida misma, y hemos llegado a este penúltimo punto. Leí Memorias de Adriano hace años y lo he vuelto releer al resurgir en mi memoria la literatura de madame Yourcenar.
He descubierto que aquella edición, subrayada y anotada por todas partes, contaba con la traducción de Julio Cortázar. Otro ilustre escritor de acento argentino y letras en castellano, que acabó por las calles de París como otro más de sus letraheridos. Cortázar, casi, también, es francés. Uno más que han sumado al chauvinismo. Mi ejemplar de Memorias de Adriano estaba subrayado por todas partes porque decidí en su momento que sería uno de mis libros de cabecera. Lo releo y me doy cuenta de que lo seguirá siendo hasta la siguiente vez que nos reencontremos en el cuarto trastero. Les transcribo dos frases de entre las muchas anotadas. «El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente. Mis primeras patrias fueron los libros y, en menor grado, las escuelas. Las de España se resentían del ocio provinciano». Para cerrar mejor: «El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida». Habla Yourcenar. Habla Adriano. Yo copio.