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Islas, tesoros y superhéroes para los más jóvenes en estas fechas
Clásicos como el «Quijote» adaptado por Pérez-Reverte o los cuentos de Dickens, Poe o Twain, comparten estantería con personajes que no ven ni tres en un burro o Catherine Certitude, la pequeña heroína creada por el Nobel Modiano
Actualizado: GuardarClásicos como el «Quijote» adaptado por Pérez-Reverte o los cuentos de Dickens, Poe o Twain, comparten estantería con personajes que no ven ni tres en un burro o Catherine Certitude, la pequeña heroína creada por el Nobel Modiano
123456789101112«Colores», de Hervé Tullet
Detalle de una de las páginas interiores de «Colores», de Hervé Tullet El francés Hervé Tullet es considerado un maestro de los libros interactivos. Suyos son algunos títulos ya de referencia (y también publicados por la editorial Kókinos) como Cinco sentidos, ¡Soy un blop!, Sin título o Un libro. Incluso, Tullet ha realizado una intervención de arte infantil en la londinense Tate Modern.
En Colores se le proponen al niño acciones que tendrán su consecuencia al pasar la página, creando un efecto de verdadera magia. Se le pide que presione una pequeña mancha gris, y aparecen otras manchas de colores. Que agite fuerte el libro y, al pasar la página, los colores aparecen todos mezclados. Este libro sorprende al lector adulto y tiene una gran capacidad de conexión con el lector niño.
«Carlitos Super M», de Margarita del Mazo
Una de las ilustraciones de Guridi en «Carlitos Super M» En la línea de Las gafas de ver, un libro lleno de humor y publicado hace unos meses, La Fragatina edita un nuevo título de Margarita del Mazo y recupera a Carlitos como protagonista. Carlitos es muy bajito, lleva gafas y le fascina contemplar el vuelo de las moscas. En esta entrega, decide convertirse en superhéroe. Para ejecutar los detalles cuenta con su amigo Miguelón, felizmente experto en superhéroes. Carlitos hace ejercicio y encuentra el traje perfecto.
Junto al humor y la calidez del personaje y sus hazañas, destaca en este libro (y también en Las gafas de ver) una imbricación poco corriente entre el texto y la imagen, que se sostienen y acompañan sin fractura alguna, como una sinfonía bien armada.
«El hombre que contaba historias», Varios Autores
Detalle de una de las ilustraciones de Esther Saura Múzquiz para el cuento que da título al volumen Merece la pena, a todas las edades, leer esta antología. El subtítulo de El hombre que contaba historias (que en la ilustración de Esther Saura Múzquiz es un viejo pescador con barbas y que fuma en pipa) es el siguiente: Cuentos de Defoe, Dickens, Stevenson, Wilde, Poe, Twain, O. Henry y London. Cuentos todos breves. La brevedad, como una tirana, convierte al escritor en un atento centinela de cada palabra y de cada mínimo movimiento del argumento. Y, así, estos cuentos deslumbran ya desde sus primeras líneas: el de Dickens («El velo negro»), por la precisa descripción de la noche de invierno; el de Stevenson («El barco se hunde»), por un diálogo inicial que «obligará» a seguir leyendo: el primer oficial irrumpe en el camarote del capitán para informarle de que el barco se hunde. «–Muy bien, señor Spoker –dijo el capitán–, pero esa no es razón para ir por ahí sin afeitar.»
«La isla del tesoro», de Robert L. Stevenson
El capitán a su llegada a la posada, detalle de una de las ilustraciones de Jordi Vila Delclòs para esta edición Aunque no gozaba de buena salud, la afición de Robert L. Stevenson (Edimburgo, 1850-1894) fue viajar. La isla del tesoro se publicó en 1883. Es difícil, dada la brevedad de estas líneas, escoger en qué lugar detenerse ante el universo que este libro encierra. Muchos son los aspectos literarios que lo convierten en una obra maestra, pero no es un relato que necesite de análisis para resaltar su valor. Es, simplemente, un libro que «acontece». Basta con pasar las páginas y dejarlo suceder.
En el prólogo de esta bellísima edición, Fernando Savater califica con acierto a la Isla del Tesoro como «vagabunda». Permítase el lector a sí mismo aliarse con ella y deleitarse al escuchar (o al escuchar de nuevo) la cantinela del viejo bucanero: «¡Yujujú, y una botella de ron!»
«Vamos a calentar el sol», de José Mauro de Vasconcelos
Detalle de la portada de esta edición de «Vamos a calentar el sol», de José Mauro de Vasconcelos Vamos a calentar el sol es la continuación de la famosa novela Mi planta de naranja lima (también publicada por Libros del Asteroide). «De repente ya no había más oscuridad en mis ojos. Mi corazón de once años se agitó en el pecho atemorizado.» Así comienza este libro en el que el inolvidable Zezé, que ha crecido desde aquel primer volumen, se ha ido a estudiar a la ciudad de Natal y vive con una familia de acogida.
El título originario es Vamos Aquecer o Sol, y tal vez en brasileño se muestre todavía con más viveza la musicalidad que define la escritura de José Mauro de Vasconcelos; una musicalidad en el lenguaje que dulcifica todos los temas que trata: la nostalgia, la imaginación desbordante, el despertar de la infancia.
«María», de Eva Mejuto
Ilustración de «María y Benito vivían tranquilos. / María cosía, / barría y labraba. / Benito cantaba, / dormía y soñaba. / Pero una mañana…» Esta historia se basa en una canción popular polaca, Maryna gotuj pierogiy, mantiene la estructura acumulativa y el ritmo que la hace idónea para una lectura oral.
María decide darle una lección a su marido holgazán y le va pidiendo que busque, uno a uno, todos los ingredientes necesarios para hacer el pan. Incluso le envía a buscar la sal al mar. Todo para que este comprenda lo esforzado que es coser, barrer y labrar mientras Benito canta, duerme y sueña.
Las ilustraciones de Mafalda Milhões, de textura espesa, casi sólida, se ajustan bien al tema de esta María.
«El barco de los niños», de Mario Vargas LLosa
Detalle de la ilustración de portada de «El barco de los niños», por Zuzanna Celej Este título, con el cual Mario Vargas Llosa reescribe La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, es la última entrega de una colección muy hermosa, un proyecto del escritor Alessandro Baricco: Save the Story. Con ella pretende salvar del olvido grandes clásicos y grandes historias utilizando a escritores conocidos de la actualidad, que recrean estos originales a su estilo y modo, proponiendo a los niños una puerta de entrada que tal vez más adelante les lleve al texto original.
Por ejemplo, Andrea Camilleri reescribió La nariz, de Gógol; Dave Eggers, La historia del capitán Nemo; Abraham B. Yehoshúa, Crimen y Castigo, de Dostoievski (todos ellos en Anagrama)...
Como un bailarín con soltura escribe Vargas Llosa a partir de Schwob y con parecido sentido del equilibrio las ilustraciones de Zuzanna Celej introducen un clima de ensoñación.
«El hombrecito vestido de gris», de Fernando Alonso
Detalle de los sueños que salen de la cabeza del hombrecito vestido de gris, por Ulises Wensell Esta obra mereció el Premio Lazarillo en 1977. En esta edición de Kalandraka es un libro agradable al tacto, alargado y de tapa dura, bien ilustrado por el madrileño Ulises Wensell (1945-2011). Como si se transparentara el esqueleto de cada narración, parece fácil adivinar, en cada uno de los cuentos, el oficio del escritor: en qué palabras se ha detenido o con qué cuidado ha escogido poner juntas dos expresiones. Este dato, la belleza pensada de la escritura, no resta naturalidad a ocho relatos conmovedores y sorprendentemente diversos: un espantapájaros bailarín, un hombre triste y gris, un mundo de piedra, una pajarita de papel que se siente sola...
Las historias son muy distintas, pero los personajes se parecen: su realidad puede ser más o menos gris, pero sus sueños son arriesgados y toman colores brillantes.
«Los juegos del hambre. Sinsajo», de Suzanne Collins
Fotograma de la película basada en el libro de Collins, «Sinsajo. Parte I», recientemente llevada al cine Coincidiendo con el estreno en cines de la películaSinsajo. Parte I, los amantes de Los juegos del hambre y de las aventuras (y desventuras) de Katniss Everdeen tienen a su disposición esta edición de lujo, de tapas duras y acabados brillantes.
En esta entrega, Katniss ha de convertirse en el símbolo de la revolución contra el Capitolio. La aventura se lee de la misma manera que se juega a un videojuego: de la mano de la protagonista se van superando etapas de la batalla. Hay algunos planteamientos de fondo sin mucho recorrido: la ambigüedad del mundo adulto, los estragos de la crueldad, la hipervisibilidad. La acción prevalece y hace fácil la lectura, eso sí. (A la venta la trilogía completa en edición limitada.)
«Don Quijote de la Mancha», de Miguel de Cervantes (Edición escolar)
Detalle de la portada de «Don Quijote de la Mancha», adaptado por Arturo Pérez-Reverte Son lógicas las reticencias ante cualquier intervención en una obra como el Quijote, siempre existe el miedo de la adulteración, de que se deshilache la esencia. Sin embargo, en el prólogo a esta nueva edición escolar a cargo de la Real Academia Española, Arturo Pérez-Reverte se dedica precisamente a desgranar y explicar el proceso de adaptación que ha seguido, y así se advierte una delicadeza extrema en el respeto al texto original (fidelidad que queda contrastada a lo largo de la lectura).
Se ha realizado una «calculada labor de poda» que retira las digresiones y relatos insertos en la trama principal y que pueden distraer o minar la eficacia que pide el lector escolar actual. El resultado, una edición mimada y satisfactoria.
«Catherine», de Patrick Modiano
Catherine y su padre limpian sus respectivas gafas en una de las ilustraciones de Sempé «Y ahora, señora Vida, a vernos las caras», decía cada mañana el padre de Catherine Certitude mientras se hacía el nudo de la corbata. Estas palabras reflejan el sentido general de este libro infantil del Premio Nobel 2014 Patrick Modiano. Es un relato que se asemeja a la «señora Vida» por el ritmo muy ágil y porque permite que se cuele la complejidad de lo real (los trapicheos del padre, la ausencia de la madre) a través de la mirada sencilla y elocuente de la niña.
Modiano suele atender a los símbolos en su escritura, y en esta historia infantil les otorga un hermoso significado a las gafas que llevan tanto Catherine como su padre. Al ponérselas, no queda más remedio que enterarse de todo y ver las cosas como son. Pero uno siempre puede quitárselas un momento y abstraerse por un rato.
«Carlota no dice ni pío», de José Carlos Andrés
Una de las ilustraciones de Emilio Uberuaga en «Carlota no dice ni pío», de José Carlos Andrés Carlota, una niña de flequillo moreno, es un personaje atractivo, por rebelde y libre, en estos tiempos tan ruidosos. Tiene un superpoder: no necesita hablar para hacerse entender. Si en el recreo no tiene ganas de correr, pues pone cara de «estoy cansada y no tengo ganas de correr»; que tiene hambre, pues pone cara de hambre «y cualquiera que tuviera un bocadillo de mortadela, lo compartía con ella». Carlota está encarnada con ternura y con solidez por el veterano ilustrador Emilio Urberuaga. Y, más allá del encanto de la protagonista, la historia tiene otra virtud: se permite discretas y liberadoras licencias fantásticas, como que las letras se salgan de los libros o las notas de música se caigan al suelo.