de puertas adentro
Toda la ciudad en el taller de Marlon de Azambuja
Es un oasis en el centro de la ciudad en el que trabajan cinco personas. Marlon de Azambuja extiende las ideas de amistad y de familia a sus colaboradores, en un taller, en Madrid, que se proyecta a la calle y se nutre de ella

«Se llegó a decir de mí que era el artista con más asistentes por metro cuadrado de España, porque en mi anterior estudio –este es el segundo en Madrid– trabajábamos hacinados cuatro personas en doce metros cuadrados. Y nos convertíamos en cinco cuando mi mujer se dejaba caer por allí». El que así habla es Marlon de Azambuja , con su peculiar humor y su capacidad para darle la vuelta a un pensamiento: «No me preguntes con qué galerías trabajo –me señala cuando le interrogo acerca de si sigue colaborando con Max Estrella y Sabrina Amrani –, si no qué galerías trabajan para mí. Mi labor no es otra que la de producir obras de arte».
La calle como base de operaciones
El brasileño recuerda cómo llegó a España con una mano delante y otra detrás. Entonces, la calle era su base de operaciones. «Hoy continúa siendolo, y si no sigo haciendo tantas intervenciones allí no es por falta de ganas, sino porque cada vez me cuesta más encontrar lugares que me estimulen». De Azambuja llegaba con sus cintas adhesivas y destacaba con ellas lo que ya estaba allí, pero a lo que quizás poco prestábamos atención. «Algunas de esas composiciones, muy escultóricas, duraban días, semanas. Y me gustaba ver cómo la gente incluso las respetaba, les otorgaba utilidad, las esquivaba, pese a ser muy efímeras».
«Delegar cuesta. Cuesta mucho. Sin embargo, es necesario, porque lo que vale es la idea»
Hace tiempo que las tornas se dieron la vuelta, y que la realidad sonríe a nuestro artista. Ahora, este desarrolla su trabajo en los setenta metros cuadrados de un taller que anteriormente lo fue de otra creadora, Carmela García , en pleno centro de Madrid y acompañado por cuatro asistentes: «Pablo Calatayud –al que llamamos el capitán– y Mauro Vallejo son los que más tiempo llevan conmigo. Elena Nieto y Javier Casado llegaron hace un año. Sus roles aquí son muy cambiantes, pero su labor se centra fundamentalmente en el desarrollo de las “pinturas negras”, piezas que llevan mucho tiempo (cada una de ellas supone unas 500 horas de trabajo), y de las que producimos unas diez al año, pero que son una de mis obsesiones como creador».
Marlon reconoce que a él le gusta trabajar con amigos. «No quiero becarios. Quiero que el que venga, se integre y se quede. Esto es como una gran familia y juntos vamos avanzando. Nos ayudamos mutuamente. Si se acerca una exposición mía, ellos apuran todas las horas del mundo o vienen los fines de semana. Y si a ellos les sale algo fuera, estoy abierto a que desaparezcan esos días», apunta. «Fue Carlos Garaicoa , gran amigo, el que en una ocasión me explicó que cuando un artista empieza a progresar, lo primero que procura es comprar tiempo; tiempo para pensar, para hacer más cosas... Al principio yo siempre me quedaba con el trabajo sucio y les daba a los asistentes lo sencillo. Pero he aprendido a delegar. Aquí hay obras que se han hecho entre cuatro personas y no se nota en los resultados finales. Pero delegar cuesta. Cuesta mucho. Sin embargo, es necesario, porque lo que vale es el pensamiento. El valor tiene que recaer en las ideas. ¡Yo no tengo una mano genial!».
Vestirse y desvestirse de preocupaciones
Nos encontramos en pleno centro en la capital, en la Plaza de Vázquez de Mella. Para Azambuja, es fundamental poder ir caminando a todos los sitios, «desvertirse de las preocupaciones de casa y vestirse de las del trabajo, y al revés». Para acceder al estudio del brasileño, es necesario atravesar un gran corredor y, después, cruzar un pequeño patio –«que se convierte en prolongación del taller y que es donde realizamos las tareas más sucias con sprays o maderas», admite–. Ni un solo ruido llega desde el exterior. «Este sitio es como un oasis. Como estar en otro mundo». Un pequeño escalón, divide de forma natural la nave en dos espacios. El más cercano a la puerta es el que Marlon define como «zona para pensar», en la que realizan algunas pruebas y, cuando llega ARCO , se desarrollan los Open Studios, o pequeños proyectos expositivos junto a otros artistas. Tras la línea, y superado un gran sofá, el área de trabajo, «donde de verdad se hacen las cosas»: sobre las mesas, en la pared, en los ordenadores... No es extraño ver a los asistentes del artista levantarse de un lado a otro, pasar del trabajo en horizontal al trabajo en vertical («una manera de no aburrirse. La labor puede llegar a ser muy metódica», confiesan).
«No quiero becarios. Quiero que el que venga como asistente se integre y se quede»
Aquí no hay lugar para almacenar obras, «En ese sentido, este lugar se me empieza a quedar pequeño, y abuso de las galerías para tal fin. Sin embargo, mi trabajo no es de generar muchos restos. Quizás, algunos papelitos. Y me gusta –lo he hecho desde que era un estudiante– abandonar en la plaza aquellos ensayos, pruebas o piezas que no tienen la dimensión de obra acabada, pero que tampoco son basura, y ver qué ocurre con ellos. No suelen durar mucho tiempo». Marlon de Azambuja (que realiza operaciones similares con libros y catálogos), nos descubre este pequeño secreto y, a la vez, se convierte en el inventor del art crossing...
Como la marea
Las paredes del estudio están tapiadas con muchas de las obras de Azambuja, las acabadas y las que están en proceso. Sus reglas, las pinturas negras, sus acumulaciones de puntos... En las mesas, las piezas ya acabadas de la nueva serie inspirada en las fotografías de arquitectura de los Becher. Les acompañan pequeños apuntes situados junto al ordenador («son ideas fallidas, inspiradoras o a las que aún no he sabido darle una salida»; como aquella pequeña intervención en la que busca acomodo a las formas voluptuosas del cuerpo femenino en la sensualidad de la que siempre se habla de la arquitectura clásica brasileña). ¿Un lugar demasiado ordenado para ser un estudio de un artista o muy desordenado para ser un estudio prácticamente de dibujo?: «Aquí todo funciona como lo hacen las mareas –nos replica su dueño–. Hay días que esto es un desastre. Otros, en lo que todo es más estable. Pero a mí me gusta verlo como un espacio de pensamiento y, el desorden, a ratos es bueno porque supone asideros a los que agarrarte».
«Me gusta abandonar algunas piezas en la plaza cercana y ver cómo acaban»
Las mañanas suelen ser para los colaboradores de Marlon de Azambuja en el estudio. Ellos trabajan unas seis horas diarias. «Mi jornada es más errática. Soy más nocturno. Me gusta llegar, estar con ellos, intercambiar ideas. Cuando se marchan, aprecio el quedarme solo, la concentración. Para mí es importante separar la vivienda del estudio. El orden allí es diferente, sobre todo, porque convives con otra persona. Aquí también tengo que negociar con otros, pero el fin último es el que todos se adapten a mis necesidades. Hay artistas que comparten su taller porque les interesa, porque necesitan dialogar con otros, que sean otros los que te devuelven la noción de realidad. Yo eso lo cubro con los asistentes. Y aunque tenga mis momentos ociosos en este espacio, todo me está diciendo en todo momento “ponte”, “trabaja”, “no te pares”».
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